sábado, 29 de noviembre de 2008

FIESTAS Y COSTUMBRES LOCALDES (y IV)


LAS CALAVERAS
Se colocaban durante la noche de difuntos en la cima del Cerro de la Horca mirando hacia el pueblo. Eran calabazas ahuecadas, gordas, a las que se le habían abierto tres agujeros figurando los ojos y la boca. Dentro de la calabaza se le colocaba una vela encendida que alumbraba durante toda la noche, mientras que las campanas de la iglesia tocaban a muerto. El resultado era sencillamente lúgubre, para los niños sobre todo, que procurábamos taparnos los oídos y no salir a la calle desde la hora del anochecer. Durante la tarde habíamos bajado al cementerio. Todo actuaba sobre el ánimo y producía una sensación que se recuerda durante toda la vida.
Como otras de las costumbres perdidas, ésta es una de las que se podían recuperar. Es cuestión de que algún grupo de muchachos se lo proponga, monten las calaveras -cosa la mar de fácil- y se repartan la noche en dos o tres turnos para tocar las campanas.

LAS HOGUERAS DE SANTA BÁRBARA
Se encendían en casi todas las calles la noche del 3 al 4 de diciembre. Allí se quemaban las matas secas que los chavales habían recogido por los huertos durante las tardes, sobre todo en las tardes de los jueves que no había escuela, los botillos de vino inservibles, las sillas viejas, las ropas en desuso y todo aquello que fuera capaz de arder. A eso de la media noche el pueblo se convertía en una luminaria. Los mozos más atrevidos saltaban por encima del fuego gritando: ¡Viva Santa Bárbara Bendita...! Quiero recordar como más voluminosas, y por tanto también más festivas, las hogueras del Lejío y la de la Carretera.

Aunque hace muchos años que no me coge en el pueblo esa fecha, tengo idea de que con menos importancia de la que antes tuvo, esta fiesta se ha recuperado.
Esta santa y mártir tuvo en Olivares fiesta local durante varios siglos, con procesión, sacando la imagen que se guarda en la iglesia.

EL PUÑAO
Era la invitación vespertina que antiguamente se hacía en todas las bodas que se celebraban en el pueblo. Fue, por tanto, una costumbre sin fecha fija, pero habitual e infalible hasta bien entrada la década de los años sesenta. Consistía en un puñado de "chochos", compuesto por trigo tostado, garbanzos torraos, cañamones, y alguna que otra avellana, o almendra, o bolita de anís. Solían “tomar el puñao” sólo los invitados a la boda, en un descanso del baile al ponerse el sol, quienes a media mañana, después de la Misa, se habían deleitado en la casa de la novia con una jícara de chocolate y dos bizcochos (los carotas y los amigos de la repartidora, quizá tres). En las bodas de los más pudientes, allá a principios de la década de los cincuenta se daba de comer a los invitados al medio día: sopa de boda y carne a hartar.
También era costumbre dar el puñao en los recorridos festivos de la Ranra durante la fiesta del Santo Niño; y el día de San Antón, para los hombres y mozos que en apretado tropel acudían con los animales a la bendición del Santo.
(A falta de una fotografía adecuada, icluyo esta impresionante vista aerea de carreteras y almacenenes. Al pinchar en la foto aparecera de un tamaño mucho mayor)

lunes, 24 de noviembre de 2008

OLIVARES DE JÚCAR, FIESTAS Y COSTUMBRES ( III )


LA ENRAMÁ
Aparecía colocada por los quintos de aquel año en la puerta de la iglesia y en el centro de la plaza del Lejío mientras la madrugada del Domingo de Resurrección. El día anterior se habían sentido en el pueblo toques de caracola, y por las calles que van hasta la iglesia los ruidos de los carros cargados de ramas y troncos de pino. Era a modo de pasadi­zo o de largo arco de triunfo hecho de ramas y de robus­tos ejemplares enteros al principio y al final del sombrío túnel. Se plantaba durante la noche del Sábado de Gloria, para que en la procesión del Encuentro, a las del alba, pudieran pasar por debajo las imáge­nes y los fieles del pueblo que habían asistido a la misa de madrugada.
Las mozas habían preparado su pelele, o judas, con ropas de hombre rellenas de paja, durante la tarde anterior. Seguido a la función religiosa -aún de buena mañana- las mozas manteaban al judas que, mientras la proce­sión, había permanecido expuesto en alguna ventana; a veces con un cartón escrito colgado del cuello. El manteo del judas iba acompañado de un ripio que las muchachas cantaban con esta letra:

El pobre pelele
no tiene camisa,
que se la han quitado
los frailes en misa.
¡Arriba con él...!

Tu padre te quiere,
tu madre también,
y todos te queremos,
¡Arriba con él...!

SAN BERNARDINO
La fiesta de San Bernardino se celebraba durante la tarde del 20 de mayo. No había clase en las escuelas. La juventud del pueblo, y sobre todo los chicos, se marchaban al campo a comerse los huevos cocidos y teñidos con pintahuevo. El pintahuevo es una planta que se da abundante en el Barranco del Pilar y que, al cocer su raíz con los huevos de las gallinas, los coloreaba de un tono marrón amarillento muy característico de esa fiesta. Otros los pintaban con lápices, formando sobre la cáscara gajos de distin­tos colores.
La fiesta de San Bernardino ha vuelto a aparecer después de muchos años perdida en el olvido. No tiene mucho que ver con la fiesta tradicional que vivimos los chiquillos de otros tiempos. Ahora es el pueblo vecino de La Hinojosa el que colabora en ella y se erige en protagonista; pues en su término se congrega la gente de ambos pueblos para celebrarla.

LA RANRA
Tenía su hora de actuación durante las fiestas del Santo Niño. Si se pudiera hurgar con un mínimo de fundamento sobre cuál fue su origen, es posible que nos encontrásemos con la sorpresa de que tiene sus raíces en la España de finales del XVI, en la Castilla afín a los ejércitos y a las costumbres de la corte de Felipe II. Sus miembros eran hombres serios, casi todos de edad avanzada. Solían vestir de negro riguroso con una flor artificial sobre el ala del sombrero. El tamboril y la pita eran la forma de manifestarse durante su andar callejero; el estruendo de los trabucos, su toque de guerra.
Durante dos o tres décadas faltó la Ranra en Olivares, y a fe que en las fiestas del Santo Niño se hizo notar su ausencia. Hace ya varios años -veinte, quizás-,volvió a reaparecer una nueva versión de la "Ranra", muy distinta en la forma y en el fondo a aquella otra que desapareció hace más de medio siglo. Una idea estimable y meritoria, cuyo resultado está ahí, dando un especial colorido a las fiestas patronales; si bien, debiera buscar con mayor interés sus principios a fin de mostrarse más auténti­ca, de ajustarse en lo posible a los viejos modos y a la razón primera por la que nació.
En el mes de septiembre se dedicó en este mismo blog una página a la Ranra; muy merecida, por cierto.


(En la fotografía, tres componentes de la Ranra actual)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

OLIVARES DE JUCAR: FIESTAS Y COSTRUMBRES (II)



LAS MÁSCARAS DE CARNAVAL
Las máscaras de nuestro pueblo, como todas las del resto de los pueblos de la comarca, suponiendo que las hubiera, no eran un ejemplo de elegancia y lujo al estilo de las de Venecia, ni por el ropaje tampoco tenían nada que ver con las famosas de los Carnavales de Río de Janeiro, o de las capitales canarias, donde las fiestas del Carnaval suelen ser uno de sus principales atractivos.
En Olivares, las máscaras salían con la cara tapada con un pañuelo, y como ropaje lo más estrafalario que podían encontrar: mujeres con ropa usada de hombre solía ser el modelo más frecuente. Salían en grupo. Por las calles iban gritando de manera ininteligible algo así como ¡Que no me conoces, no; que no me conoces!
A última hora de la tarde, una vez que las máscaras se descubrían el rostro, la fiesta de máscaras terminaba en baile, en merienda, o en las dos cosas a la vez.
Señoras venerables de hoy, con ochenta o más años sobre sus espaldas, fueron muy divertidas cuando se disfrazaban de máscara en su juventud.

LOS ANIMEROS
Eran un grupo de muchachos que durante los días de Carnaval y los fines de semana de Cuaresma salían por las calles del pueblo, visitaban las casas una a una, recogiendo limosna (dinero, huevos, judías y otros productos), para que con su importe se dijeran misas y se ofrecieran sufragios por los difuntos.
Los “animeros” tenían como centro de toda su fiesta una chaque­ta horrorosa, de un fondo color hueso tomado, con dos tibias y un cráneo de tela roja sobrepuestos en la espalda. Quiero recordar que llevaba también como tétrico adorno los signos alfa y omega del alfabeto griego.
Los animeros salían a la calle, uno de ellos vestido con la chaqueta en cuestión, y la gente les daba una propina para que le colocaran la "prenda" a una persona determinada de entre los espectadores bajo secreto. Éste, a su vez, daba otra propina para que se la colocasen a la persona (anónima) que tuvo "el bonito gesto" de vestir­lo de animero... Y así sucesivamente.
Fue una fiesta muy simpática que, cuando menos, dabas ambiente al pueblo durante esos días.

LA ALMONEDA
Esta costumbre creo que se ha vuelto a repetir en ediciones relativamente recientes. La palabra “almoneda”, según el Diccionario de la RAE, significa “venta de géneros que se anuncian a bajo precio”. Es una especie de mercadillo que el domingo de Carnaval se colocaba sobre unas mesas en la Plazuela del Cura. En la “almoneda” se vendía de todo: enseres diversos, frutas, objetos que la gente regalaba con destino a la campaña de ánimas o con otro fin más o menos piadoso. Se vendía de todo. No he olvidado el sabor tan exquisito de los pestiños y de las hojuelas empañadas en aguamiel que se compraban por una perra gorda la unidad.
Esta es una costumbre perdida, o medio perdida, que se podría recuperar con muy poco esfuerzo y muy escaso coste económico. Es cuestión de ponerse a ello.

domingo, 16 de noviembre de 2008

OLIVARES DE JUCAR: FIESTAS Y COSTUMBRES ( I )


FIESTAS Y COSTUMBRES LOCALES ( I )

La presente página, que trata de las fiestas y costumbres del pueblo, muchas de ellas ya desaparecidas o en serio peligro de desaparecer, la incluyo pensando en aquellos paisanos a los que con diferencia sobrepaso en edad, porque quizá no las conozcan o hayan oído hablar de ellas de una manera imprecisa; no como servicio para aquellos otros que ya dejaron atrás los umbrales de los sesenta y más, en cuya larga lista me cuento; que peinan canas, como yo; que se acongojan cada mañana al mirarse al espejo, como yo me he acongojado alguna vez, ante los estragos que el tiempo, implacable, dejó al arrancar de su rostro aquella tersura de su juventud; a éstos, a los que ahora son de mi edad y aun más mayores, prefiero en este punto olvidarlos; pues bien saben ellos que conocieron durante sus años jóvenes todos esos aconteceres, y ellos mismos serían capaces de ofrecer noticia tan completa y tan veraz como la mía.
Dejando a un lado la fiesta mayor en honor del Santo Niño, que con más grandiosidad y estruendo se viene celebrando desde que se trasladó del tercer domingo de septiembre a su encuadre actual en el calendario a mediados de agosto, paso a recordar algunas de las otras fiestas, menores y entrañables, en número de diez. Tuvimos algunas más, pero estoy seguro de que las que aquí se refie­ren son las más representativas. Van colocadas por orden cronoló­gico a lo largo de distintas páginas, tal y como se solían presentar a lo largo del año.
Es una lástima no poder contar con fotografias reales de muchas de ellas. Eran otros tiempos, y el furor de la imagen estaba por entonces bastante lejos del momento actual. Se subsanará esa obligada deficiencia con fotografías del pueblo y de sus alrededores, como la que hoy encabeza esta página en la que se ve un encuadre del Barranco y de Los Lamparazos como fondo.

EL GORRINO DE SAN ANTÓN es una de las tradiciones más simpá­ticas que hubo en el pueblo, y que, dado el cambio lógico de las formas de vivir durante el último medio siglo, no tiene hoy -bien a pesar nuestro- ninguna razón de ser.
Se trataba de un cerdo joven, de pocas semanas, regalado por un vecino oferente en testimonio de gratitud al Santo Abad, o como compromiso de petición o súplica piadosa en espera de algún beneficio. El animal llevaba siempre su collarín atado al cuello con un cascabel o campanilla que anunciaba su presencia. Andaba suelto por las calles del pueblo, y se alimentaba de las sobras y otros desperdicios que le echaban los vecinos. Para dormir le servía cualquier esquina, o el amable refugio de alguna pared junto a las portadas en cualquier callejón, casi siempre a la intemperie.
El cerdo, naturalmente, a pesar de su vida errante iba creciendo con el paso de los días. El día 17 de enero, festividad de San Antón -que el pueblo celebraba con prcesión y bendición de caballerías en la puerta de la iglesia-, se procedía a la rifa del animal en acto público desde la balconada del antiguo ayunta­miento, para que a partir de ese día terminase para él la vida errante, y pudiera tener, como todos los de su especie, a un vecino como dueño y una gorrinera más o menos digna donde habitar y desenvolverse hasta la madrugada fatal del día de la matanza.
Para los que vivimos en aquellos años, la figura del “gorrino de San Antón” todavía permanece fija en nuestra memoria, y el sonido arrítmico de la campanilla, quiere hacerse sentir en nuestros oídos.

jueves, 13 de noviembre de 2008

PARQUE NATURAL BARRANCO DEL RÍO DULCE


EL BARRANCO DEL RIO DULCE
Los seres vivos tenemos una fecha exacta de nacimiento que todos conocemos, y una fecha de caducidad, desconocida por todos, que a menudo se convierte en la gran incógnita de la vida. Aunque no lo sea de derecho, el libro es también un ser vivo; pues tiene una fecha de nacimiento -el día que sale de la imprenta- y una presumible fecha de definitiva desaparición imposible de conoce y ni siquiera de poderse imaginar; pues pasarán los años, quizás los siglos, y siempre aparecerá perdido en alguna parte o en los anaqueles de alguna vieja biblioteca, como mera curiosidad, cualquiera de los cientos o de los miles de ejemplares que salen a la vida en un mismo parto. Un libro es, en fin, un ser que nace con una misión que cumplir como cualquier viviente, y si esa misión es beneficiosa para la humanidad, celebremos su feliz alumbramiento.
Soy el padre de la nueva criatura. Nace en una edición de lujo, con fotografías de Paco Gracia, publicado por la Editorial Mediterráneo de Madrid, y su contenido no es otro que una exposición acerca del “Parque Natural Barranco del Río Dulce”, uno de los cinco parque naturales que tiene nuestra región, y de los cuales, tres se encuentran en diversas comarcas de la provincia de Guadalajara.
Y ¿Por qué en esta página dedicada exclusivamente a nuestro pueblo? Hay dos razones para ello: una, porque yo soy de allí, que ya sería motivo bastante; pero hay otra además, y es que en su mayor parte este libro ha sido escrito en Olivares durante el pasado mes de agosto. Se comprende que la primera presentación al público lo sea a todo el mundo a través de Internet, pero por la vía de nuestro pueblo, como no podía ser menos, en el mismo día de su nacimiento.
Como detalle, voy a transcribir unos cuantos párrafos del capítulo primero, en el que se explica de manera sucinta algo de su contenido.

(el detalle)

“Hablaremos de campo, de senderos de tierra y hierba para el camino a pie junto a la corriente del río, de elevaciones y de risqueras impresionantes de caliza donde anida el ave rapaz, de profundidades y de estrechos pasadizos por los que corren las aguas de un arroyo, el Dulce, a la vera de un rosario de pequeños pueblecitos con su leyenda, su historia, su paisaje y sus costumbres, ingredientes que nunca deberían faltar en el siempre escaso atuendo del caminante.
El camino a pie por todo el recorrido, o al menos por parte de él, sería lo ideal para el pleno disfrute del viaje, un ideal posible aunque no fácil de cumplir; pero que también puede hacerse cómodamente en automóvil por carreteras en aceptables condiciones, sin que el resultado final apenas desmerezca.
En este trabajo encontrarás, amigo lector, todo lo que es preciso conocer para que en dos o tres jornadas de tu tiempo puedas disfrutar, a cielo y corazón abierto, de lo que la madre Naturaleza nos ofrece como regalo, y que seguramente tienes a cuatro pasos de la ciudad en donde vives, pero que, por desconocimiento del sitio, tal vez -¡Es tanto lo que nos queda por conocer de esta España de nuestros amores y de nuestros pecados!- no contaba en tus proyectos, al menos inmediatos, como lugar donde perderte al amparo de la Naturaleza, que, como bien sabemos, suele ser buena pagadora.
Los Valles del río Dulce abren sus puertas a un paso de la autovía Madrid-Barcelona, a cien kilómetros de distancia desde la capital de España, y en el centro de la provincia de Guadalajara. Capricho natural conocido por pocos, no lejos de la ciudad de Sigüenza, y por el que a partir de este momento comienza nuestra andadura.”

sábado, 8 de noviembre de 2008

REQUIEM POR NUESTRAS FUENTES


REQUIEM POR NUESTRAS FUENTES

Gracias a ellas la vida fue posible en nuestro pueblo durante toda su historia. A las fuentes naturales me refiero. Olivares has sido un pueblo tocado por la fortuna en cuanto a fuentes se refiere. En cierta ocasión, me regaló Julián Domínguez (el cartero, q.e.p.d.) una lista de las fuentes de nuestro término, reconocidas y con nombre propio, muy próxima al medio centenar. El exceso de papeles que hay en las casa, los traslados, y esa serie de inconvenientes que siempre nos vemos obligados a salvar, me han llevado a perder tan deseado documento.
Muchas de las fuentes del término ya no existen, casi seguro por la escasez de lluvias y de nieves durante los últimos treinta años. Y de las fuentes del pueblo, aunque tres de ellas todavía fluyen sobre sus respectivos pilones, la gente no hace caso: el Pilar, las Palomas, y el Calentejo, son las tres a las que me refiero, y que por fortuna, aunque tan solo sea a título testimonial, todavía están ahí, olvidadas; pero monumentos al fin cada una de ellas en memoria de nuestros antepasados, y también de muchos de nosotros, cuya imagen como abrevadero de caballerías permanece fija en nuestra memoria.
La fuente del Pozo fue de la que bebimos el agua, cocinaron nuestras madres, y nos lavábamos la cara por las mañanas (los medios de que se disponía no daban para mucho más) generaciones y generaciones de olivareños. Se llevaba a casa en aguaderas, a lomos de un borrico, cuatro cántaros en cada viaje. Aunque tuvimos escasez, el agua jamás nos llegó a faltar, a pesar de que andaba muy cerca de las dos mil personas la población de hecho. El Pozo, la principal de todas, es la única de nuestras fuentes que ya no existe. Para los más jóvenes, que supongo serán la mayoría de mis lectores en Internet, os diré que la fuente del Pozo se encontraba justamente debajo de la que ahora es la ermita de San Isidro; sí, eso es, al otro lado del túnel donde nos reunimos a comer la carne del toro al final de las Fiestas.
Cuando la gente de mi generación éramos pequeños y nuestra madre no mandaba con la borrica ir al pozo por una carga de agua, pedíamos a las personas mayores que nos cargasen los cántaros en las aguaderas. Son detalles tan pegados a la vida de cada uno, que vierten a los tules de la memoria cada vez que uno pasa por allí. Se podrían contar infinitas anécdotas, con el protagonismo de nuestras fuentes como escenario de hechos recordados, pero lejanos en el tiempo.
Todos los veranos procuro darme un paseo por nuestras fuentes. Están cuidadas. Se nota cómo la gente y las autoridades conservan ese mínimo de sensibilidad para hacer las cosas agradables. Las fuentes, en este tiempo nuestro en que se vive mejor, como tantas cosas más que se han ido abandonando, apenas aportan utilidad; tal vez para regar los huertos durante el verano se pueda emplear alguna de ellas; pero están ahí, cuidémoslas porque son un legado de nuestros padres y de nuestros abuelos; un referente, siempre laudable de otras maneras de vivir.
En la fotografía la Fuente de las Palomas en su estado actual.

jueves, 6 de noviembre de 2008

UNA VISIÓN EXTRAÑA


UNA VISIÓN EXTRAÑA

Ocurrió hace ya mucho tiempo. Debió de ser a finales de verano del año 1995 ó 1996, cuando al dar un paseo por las eras de las Columnas me encontré con esta inesperada visión, que, si digo la verdad, creo que me heló la sangre. En un primer momento tuve la impresión de que los dos ejemplares de la “raza brava” estaban saliendo del interior de la tierra, bien preparados de defensas, mirándome los dos fijamente; y yo allí, solo, en pleno campo, inerme, sin ningunas ganas de correr y con el susto metido dentro del cuerpo. Fue sólo un instante. Los encontré detrás de un montón de escombro, o de basura, no lo recuerdo bien.
Una vez pasado el primer sobresalto, y todavía sin dar crédito a lo que acababa de ver, bajé hasta el pueblo, cogí la cámara de fotos, y con el coche me puse de nuevo en pocos minutos delante el macabro espectáculo. Todo seguía igual. Algunas moscas más, seguramente. Tomé la fotografía que quise llevarme como recuerdo, y la presento aquí, a título de mera curiosidad o como una historia menor que merece ser contada; porque la imagen, sobre todo en casos como éste, vale más que mil palabras. ¡Ah!, se me olvidaba, las fiestas del Niño habían terminado dos días antes.

lunes, 3 de noviembre de 2008

EL TÉRMINO MUNICIPAL



EL TÉRMINO MUNICIPAL

Son, en cifra muy aproximada, cincuenta kilómetros cuadrados (49,9), los que ocupa el término municipal, distribuidos en las cuatro direcciones a manera de cuña, cuya porción más cumplida en superficie tiene al casco urbano como centro, llegando escasa­mente a los cuatro o cinco kilómetros de distancia en dirección a Belmontejo, a Cervera, a Hinojosa y a La Almarcha. El punto más alejado del término, como vértice final en la punta de flecha de su trazado, se encuentra en los Llanos de Villafranca, junto a la transversal en línea recta que uniría los lugares de Villaverde y Pasaconsol con Valverde de Júcar, desde luego a más de diez kilómetros del casco urbano hacia el este y al otro lado del Júcar.
El término municipal no es en exceso accidentado. El pueblo marca, junto al Ayuntamiento, una altura de 900 metros sobre el nivel del mar, aumentando y disminuyendo a lo largo y ancho en parajes muy concretos, de los que cabe señalar algunos de ellos a título de muestra: 946 metros en el llamado Alto del Telégrafo, 948 en el Alto de las Peñillas y 957 en la cumbre del cerro de Cabeza Gorda; luego, más hacia el saliente, es decir, hacia el propio Valle del Júcar, la altura desciende considerablemente, hasta alcanzar una media de 830 metros en la ribera y otras tierras de sus aledaños.
El río principal es el Júcar, como bien se indica en el propio nombre del pueblo, uno de los más importantes de la ver­tiente Mediterránea, que nace en el Cerro de San Felipe (Serranía de Cuenca) y desemboca en las levantinas costas de Cullera, siendo todos los demás pequeños arroyuelos sin importancia, generalmente secos en verano o de muy escaso caudal, tales como el regato de la Fuente de la Olacera, la rambla de Cañahonda, y las de la Fuente del Arco y las Cañás más al norte.
La red municipal de caminos, antigua y muy completa como corresponde a su añeja condición de pueblo de agricultores, se vio sensiblemente favorecida tras la puesta en funcionamiento de la concentración parcelaria, que en la década de los años cincuen­ta (tercer municipio de España en que se llevó a cabo) redistribuyó sus campos. Ahora se cuenta con media docena de pistas, repartidas por todo el término de manera radial, que ponen muy a mano los cientos de parcelas de labor en estado de culti­vo. Muchos de los antiguos senderos han desaparecido con la nueva distribución de sus tie­rras, si bien, son varios aún los que se conservan con esa carga de rememoranzas y de valores emotivos para la gente mayor.
Siete términos municipales entornan a los campos de Olivares como tierras fronterizas, dándose el caso de que las posesiones de los olivareños penetran en casi todos ellos: Belmontejo, Cervera, Hinojosa, La Almarcha, el Castillo, Villaverde y Valver­de, son nuestros vecinos por cuanto a límites, aunque el trato amistoso en lo personal -y en lo familiar, incluso- todavía llega hasta otros con cuyas tierras no colindamos, pues no en vano es San Lorenzo de la Parrilla, tal vez, el lugar de cercanías con el que mantenemos más estrechos y numerosos lazos de familiaridad por razones de casamiento.