sábado, 30 de agosto de 2008

LOS TRES PUENTES DE LA CASERNA


LOS TRES PUENTES DE LA CASERNA

Tan sólo algunos de los más viejos del lugar recuerdan los puentes sobre el Júcar de los que hablaremos aquí. Un primer puente de piedra que, por motivos que se dirán después, sirvió al tráfico rodado de la carretera general durante nueve años, y un segundo puente de madera que lo tendría que sustituir de forma provisional a lo largo de siete décadas, hasta que, por fin, se construyó el actual, el puente de hierro y hormigón que conocemos todos, una auténtica obra de ingeniería, al cuál, ni su tiempo en servicio, ni los efectos demoledores de las aguas del pantano que lo cubrieron totalmente durante varios años, han conseguido dañar su sólida estructura.
La historia de los dos puentes que precedieron al hoy fuera de servicio, es cuando menos curiosa a más de interesante, de la que se pueden aportar detalles, fidedignos y muy concretos, gracias a un artículo publicado en el diario madrileño “El Sol”, con fecha 2 de mayo de 1928, y del que es autor don Rodolfo Llopis -un personaje notable de la política española, profesor en su juventud de la Escuela de Magisterio de Cuenca, y republicano de renombre, primero en la política nacional como después en el exilio- a través del cual llegan hasta nosotros una serie de datos que ignorábamos, y que por tocar tan de cerca la historia de nuestro pueblo conviene conocer.
El artículo, titulado “El puente de la Caserna”, ha sido reeditado recientemente por la Diputación Provincial junto a otros varios del mismo autor, en un trabajo de extraordinario mérito llevado a cabo por la profesora Clotilde Navarro y el periodista José Luis Muñoz. Por considerarlo de excepcional interés, transcribo de manera literal el artículo del profesor Rodolfo Llopis, y que dice así:

“Pero todavía hay otro puente, también sobre el Júcar, cuyo caso nos parece más interesante. Es el puente de Olivares, que se conoce igualmente con el nombre de La Caserna. Está en la carretera general de Madrid a Castellón, la carretera llamada “Las Cabrillas”, una de las más transitadas de esta provincia. Esa carretera, que tiene algunos trozos construidos con recursos arbitrados, desde 1830, por el impuesto de diez maravedises por cada cántaro de vino, fue proyectada por el ingeniero D. Lucio del Valle, el mismo que trazó la formidable bajada de Contreras, que todavía hoy llama la atención. Allí se encuentra, como en El Escorial la de Felipe II, la silla de D. Lucio... Este ingeniero es el que hizo, poco después, el canal de Isabel II.
Este puente de Olivares, proyectado por el Sr. del Valle y construido por el ingeniero don Domingo Cardenal, tiene un solo arco escarzano de 22,90 metros de luz. Ese arco, de piedra caliza, que pesa 647.004 kilos, descansa sobre dos estribos para cuya cimentación hubo que resolver interminables problemas de ingeniería. Se hicieron sondeos en rocas de las márgenes, sondeos que alcanzaron más de un metro de profundidad. Y sobre ellas comenzaron a edificar. Empresa difícil, penosa. Para ello trajeron “un presidio”. Allí cerca, a unos cien metros, se levantó la caserna que todavía existe, y que albergaba a 350 presidiarios, que trabajaban durante el día y se les encerraba durante la noche. En 1851 quedó terminado el puente. El presidio se trasladó a las obras del canal de Isabel II. El 25 de diciembre de 1860, una gran avenida socavó el estribo derecho, que se hundió un metro. El arco del puente quedó tumbado, sin que en la bóveda se advierta grieta alguna. Para no interrumpir el tránsito, provisionalmente, se construyó un puente de madera de vigas rectas, de 86 metros de luz. Se hizo provisionalmente; pero hoy, al cabo de sesenta y ocho años, todavía existe y se utiliza. Sigue el puente de Olivares, inutilizado en el año 1860, como entonces. Parece un enorme coloso fatigado, rendido. Esa carretera de Madrid a Castellón ha pasado al circuito nacional de firmes especiales. Indudablemente tendrán que arreglar el puente. Al cabo de sesenta y ocho años. Ya es hora".

Aprovechando la bonanza de los primeros días de verano en nuestro pueblo, he bajado hasta el puente del río, el tercero de los tres y definitivo, que según he podido saber por los que todavía lo recuerdan, se construyó durante la primera mitad de los años treinta en el pasado siglo, tal vez como respuesta a la queja del profesor Llopis, o a que el venerable punte de madera no daba más de sí. El verlo desde abajo, desde los campos de cereal que antes fueron huertas, te revuelve en la mente el archivo de los recuerdos y te produce en el ánimo un dolor incontenible. Este es el puente que reclamaba el autor del artículo transcrito, una obra admirable que, como antes se ha dicho, a pesar de los muchos años que pasó bajo el agua, sigue firme en su estructura, como si lo acabaran de hacer, cuando en realidad sólo estuvo en servicio no más de treinta o de cuarenta años.
(Olivares de Júcar, Libro de Fiestas 2007)