lunes, 1 de noviembre de 2010

NUESTROS BARRIOS: EL LEJÍO


Para los lectores que no conocen el pueblo, debo advertir que el Lejío es la plaza mayor de Olivares. Antes tuvo otros nombres y ahora se la anuncia como “Plaza del Ejido”, vocablo que existe en el diccionario haciendo referencia al campo baldío que por lo general existe en las afueras de todos los pueblos, lo que en nuestro caso en nada se ajusta a la verdad palpable; pues el Lejío, como así lo conoce la gente de ahora y de siempre, está en el centro mismo del casco urbano y de él parten calles en todas direcciones y hacia todos los barrios. No niego que el origen de su nombre fuera ese, el Ejido, pero aun así, muchas generaciones lo hemos conocido y reconocido como el Lejío, su nombre popular, y para mí al menos, teniendo en cuenta que el lenguaje es un ser vivo susceptible de cambios por el uso, por la costumbre, por el simple paso del tiempo, perdonad que prefiera emplear al referirme a nuestra plaza el nombre por el que la conocemos todos: el Lejío. Es la plaza en la que se instala el mercado dos días por semana, miércoles y sábado; es la plaza en donde está situado el Ayuntamiento; el sitio en que durante las fiestas mayores del Santo Niño tienen lugar gran parte de los actos y festejos que requieran una importante participación de público, y como en todas las plazas mayores, el lugar común, donde nadie se siente extraño.

A la gente de mi generación, y aun a los más mayores, nos gusta recordar aquel otro Lejío de nuestros años jóvenes, el del famoso olmo centenario que dejó de existir cuando la enfermedad que acabó con casi todos los de su especie; aquel lejío de las escuelas, de la campanilla que hacían sonar dos veces al año: cuando avisaban para cobrar los pastos y cuando nos tenían que vacunar a los niños de las escuelas en el salón de la Secretaría. En aquel Lejío se celebraban las capeas en la plaza de carros cuando la fiesta era en septiembre, y en sus alrededores se situaban los almendreros, el hombre de los barquillos, el del paloduz y el tío de la yesca –de la guiesca decían los incautos que caían en sus redes. ¡Ah!, y el de los piñones de San Clemente, que por dos reales nos llenaba de su producto los bolsillos del pantalón, valiéndose de una vasija de madera con la forma de un medio celemín de juguete. Y fue, sobre todo, el Lejío, el escenario de las grandes partidas de pelota en las mañanas y las tardes de los domingos; partidas de pelota a mano limpia en las que la flor de la mocedad, muy bien considerada y casi mítica en aquellos tiempos, llegaba con el saque y devolvía la pelota desde el mismo tronco del viejo olmo.

Hoy tan sólo queda el sitio, que es el mismo, y un poco la imagen borrosa en la memoria de quienes lo conocimos. Con ocasión del puente de Todos los Santos he tenido la oportunidad de poder dar una vuelta por el Lejío. Una plaza joven, saludable, luminosa, capaz. El reloj del Ayuntamiento marcaba una hora de la media tarde. Donde estuvo el olmo –aunque no del todo en su lugar exacto- hay un plátano voluminoso de abultado ramaje, y a cada uno de sus lados un sauce llorón, muy crecidos los dos y realmente decorativos, que en las mañanas de verano presta su sombra a las tertulias de los incondicionales, sentados sobre los bancos de hormigón de la Caja de Ahorros.

domingo, 17 de octubre de 2010

HA MUERTO "CAMARADA"


Ha muerto Camarada. Llevaba bastante tiempo muy enfermo y durante todo el verano se ha estado resistiendo a morir. Camarada fue en el pueblo una persona conocida y querida por todos. Durante los últimos años, a raíz de su regreso al pueblo después de su jubilación, he vivido como una renovada amistad con él. Lo encontré en actitud sufriente y un día pasé a acompañarle unos minutos a la residencia de mayores de Olivares, donde vivió una larga temporada con Dolores, su mujer, hasta que la enfermedad le obligó a regresar a Madrid. Durante ese periodo de tiempo acompañó con el acordeón al coro de la iglesia.
Algunos datos sobre su persona aparecen en otra página de este mismo blog, creo que del mes de marzo o de principios de abril del año pasado. Allí se habla de sus inicios como acordeonista en el pueblo, de lo que la vida -como a cada cual- le llevó a ser mientras estuvo entre nosotros y de lo que ha sido después. Un sinfín de amables recuerdos de juventud, que en la vida de tantos de nosotros hace que Santiago cuente como un personaje más.
Santiago Domínguez, “Camarada”, ha muerto. En sus amigos y familiares, entre los que me cuento, deja el agridulce recuerdo de su memoria: el dolor propio de la pérdida, y ese hálito de indecible felicidad por el simple hecho de haberlo conocido y de haber compartido su amistad. Recuerdo cómo, sintiéndose tan enfermo, una noche me llamó por teléfono y compartí con él unos minutos entrañables. A fin de cuentas, estas cosas son las que se quedan para siempre en la mente y en el corazón.
Descanse en paz Camarada. Que con el sentido recuerdo hacia su persona, llegue hasta los suyos, su esposa e hijos, el testimonio de nuestra sincera condolencia.

domingo, 10 de octubre de 2010

NUESTROS RICOS PRODUCTOS DE OTOÑO




En la página anterior -"PENSANDO EN EL PUEBLO"-parece ser que me mostré un poco negativo al considerar la soledad del pueblo cuando entra el otoño, cuando todos nos hemos marchado después de las vacaciones de verano y el vecindario se queda reducido a la mitad. Pues bien, el pueblo se queda bastante solo, es verdad, pero no muerto sino expectante hasta que llegue el próximo puente o vacación. Allí quedan todavía medio millar de personas que nos representan y que, remitiéndome a las pruebas, no se lo deben pasar nada de mal. El campo de nuestro pueblo, famoso por toda la comarca en tiempos ya lejanos debido a los productos de la ribera, sigue siendo generoso, incluso en no tan brillantes momentos como lo fueron aquellos, y así lo podemos ver en esta bonita foto que me manda Pilar Aranguren, valiosa colaboradora del blog durante las largas temporadas de ausencia, y que, como podéis comprobar se trata de un bonito bodegón, fotografiado del natural, donde aparecen tantos productos del campo de los que poseen abundantemente los que se han quedado allí. Tomates, ciruelas, manzanas, almendras, higos, miel, uvas pasas, zanahorias, y guindillas para quienes opten por aderezar los guisos con sensaciones fuertes, -¡ay qué tiempos aquellos!-, es, según podemos ver en las fotografías, lo que los huertos de la Vega, de las Cañás, de los tablares del Calentejo, de Cañalastejas, lo que la madre naturaleza, siempre generosa con los hortelanos de nuestro pueblo, ofrece cada mes de septiembre a los que se han quedado allí. Eso sin contar con las moras de días atrás y con las setas, que en temporada de lluvias algunas se suelen ver. Las mujeres del barrio del Boleo y del Calvario, según me explican, no están echando el agosto en estos días con los productos del campo, sino el otoño: guardando en conserva mermeladas y tantos de estos productos -creo que en cantidades industriales- para pasar de la mejor manera posible el invierno que se nos avecina. Vamos, quiero decir que tampoco hay que tenerles lástima.

viernes, 24 de septiembre de 2010

PENSANDO EN EL PUEBLO



Pienso algunas veces si no será excesivo el afecto que uno siente por su pueblo. Aunque me cuento entre ese grupo de incondicionales que solemos pasar la mayor parte del verano en Olivares -o tal vez por eso-, no puedo evitar que todos los días me venga a la memoria más de una vez la imagen del pueblo. Quien ha mordido la tierra -decía Paul Claudel- conservará su sabor entre los dientes. Y este es mi caso, y el caso de tantos más, que fuera de toda lógica guardamos por la tierra madre un apego excesivo.
Después del verano, y tras veinte días de ausencia, he vuelto a pasar en Olivares el último fin de semana. La inminente presencia del otoño se había comenzado a notar. La tarde del viernes el pueblo nos recibió con un turbión desmedido. Treinta y cinco litros de agua por metro cuadrado debieron de descargar las nubes en un tiempo récord, media hora tirando de largo. Por fortuna la situación comenzó a mejorar aquella misma noche. Salió el sol a la mañana siguiente. El pueblo se había convertido en pocas horas en un foco de luz, algo así como si las calles, las casas y los campos, hubiesen amanecido dentro de una inmensa bola de crista.
Pero… ¿y la gente? ¿adónde estaba la gente? Los pocos que todavía quedaban como residuo después del verano, -aparte de los residentes, claro está- tomarían las de Villadiego el domingo por la tarde. Sirva como dato orientativo que al medio día del sábado, desde el Calvario hasta la plaza de la Carretera, no encontré ni una sola calma por las calles. No es lo más frecuente que eso ocurra, pero fue así.
A esas horas, en cambio, encontré la plaza del Lejío luminosa, abierta, refulgente, con el edificio del ayuntamiento de un ocre encendido, y a su vera el frondoso plátano que sustituye al recordado olmo concejil de nuestra juventud, con los dos sauces gemelos, uno a su derecha y otro a su izquierda, más sombríos y más llorones que nunca. Un hermoso espectáculo, lo podéis creer.

viernes, 20 de agosto de 2010

ACABARON LAS FIESTAS DEL SANTO NIÑO



Un año más hemos visto pasar las fiestas mayores de nuestro pueblo. Nadie duda que el mal estado del tiempo y la sombra de la crisis económica que atraviesa el país, han tenido mucho que ver para que estas fiestas del 2010 hayan resultado, quizás, las más flojas de los últimos años. El Santo Niño sigue atrayendo de forma masiva a los olivareños repartidos por el mundo. La iglesia ha estado llena de fieles a rebosar, con casi la mitad de los asistentes de pie, sobre todo en la misa mayor del día del Niño; las procesiones bajo la amenaza de la lluvia. Los actos no religiosos, según programa, se han resentido algunos de ellos en interés con respecto a ediciones anteriores, pese a la mejor intención por parte de las autoridades. Estuvo bien la novillada del día 18 y, como siempre, la comida popular de buena vecindad y mejor ambiente del día 19, que a consecuencia de la lluvia persistente de la mañana no se pudo celebrar en el puente del Pozo, su marco habitual, sino en el polideportivo y bajo cubierto. De este encuentro -para mí uno de los más valiosos de toda la fiesta, por lo que tiene de trato cordial entre la gente y la importante concurrencia en un ambiente familiar y distendido- se dio la debida cuenta en alguna de las primeras páginas del blog.

Quiero destacar, no obstante, un acto generalmente minoritario, que cada año se va consolidando y que en esta ocasión ha contado con una mayor asistencia de público, mayor animación y mejor ambiente. Me refiero a la fiesta de barrio que en la tarde del día 16 (con procesión incluida de su Patrón, San Roque) celebran los vecinos de aquellas calles. Es una fiesta simpática, abierta a todo el mundo, a la que poco a poco notamos cómo crece en asistencia y va haciéndose imprescindible en el conjunto general de las fiestas del Santo Niño. No olvidemos que San Roque tiene su fiesta según el calendario el día 16, y que es uno de los santos protectores especialmente venerados en nuestro pueblo desde tiempo inmemorial, con ermita propia y toda una barriada de gente entusiasta que lleva su nombre con orgullo, y le honra cada año con invitación a todo el pueblo en la tarde de su festividad, coincidiendo con la del Santo Niño.
Obsérvese en la fotografía, al lado de la imagen del Santo que encabeza la procesión, la tinaja de limonada con los colores nacionales, preparada para la invitación, y la cesta de los cacahuetes y de los garbanzos torraos junto a una bolsa de cortezas, que ayudan a animar el ambiente.

jueves, 5 de agosto de 2010

OLIVARES CLUB DE FÚTBOL


Esto pudo ser en la década de los años setenta. Después del duro golpe de la emigración que había dejado al pueblo en la mitad de su censo, todavía podrían quedar en Olivares no menos de mil personas. Funcionaban, con buen número de matrícula, cuatro o cinco escuelas de niños y niñas, y había juventud. Entre los mayores de cuarenta años y los menores de esa edad, es posible que el número de habitantes estuviese nivelado.
Como consecuencia de aquel censo de población joven, nada nos debe extrañar que Olivares contase entre lo mejor de los pueblos de la comarca. Todavía lo es, pero ahora con un número bastante inferior de población permanente. Ya por entonces nuestra gente joven comenzó a enamorarse de chicas y de muchachos de los pueblos de alrededor, sobre todo de La Parrilla, lugar con el que los matrimonios de nuestros paisanos y paisanas con chicas y chicos de allí, se cuentan por docenas.
Y teníamos nuestro equipo de fútbol. Creo que ni mejor ni peor que el de los pueblos vecinos con los que solían competir. Se disputaron bastantes encuentros en el campo de Las Columnas, sin que -y esto es importante- entre los equipos rivales se llegase a las manos ni una sola vez, ni siquiera a ninguna de esas situaciones desagradables tan propias de este tipo de eventos deportivos.
Por gentileza de Mercedes, del bar “La Amistad”, puedo ofrecer a los lectores del blog de todo el mundo esta fotografía del equipo local, que seguramente muchos ya conocen por los muchos años que lleva expuesta al otro lado del mostrador. No conozco a todos los jugadores del “Olivares C.F.” que están ahí; pero aun corriendo el riesgo de equivocarme, creo reconocer, entre otros, a Alberto, a Santiago, a Antonio, a Machín, a Piter, a Alfredo, a Ratón, a Jesús, a Manolo…, y a nuestro siempre bien recordado Mario, que en paz descanse, en funciones de entrenador y presidente del equipo. Todos estos jugadores deben de andar hoy entre los cincuenta y los sesenta abriles, si es que alguno, o algunos, no los supera.

La fotografía es de Paco, un profesional de La Hinojo que por aquellos años andaba por los pueblos realizando, por lo general, con su cámara un buen trabajo.

sábado, 31 de julio de 2010

LA IMAGEN DE SANTIAGO EN PIQUERAS DEL CASTILLO



Con motivo del Año Jacobeo, la imagen de Santiago Apóstol de nuestra iglesia acaba de realizar su propios “camino”. Sobre un camión preparado al efecto y acompañado de varias personas del pueblo, la imagen de Santiago, que hace muchos años echábamos en falta a causa de las obras, viajó en la mañana de ayer al pueblo de Piqueras del Castillo, en calidad de invitado a la exposición de imaginería religiosa que cada año promueve la mancomunidad de municipios “La Ribereña”.
Llamó la atención a su llegada al pueblo por su valor artístico y, sobre todo, por su tamaño. La imagen del Apóstol, en plena batalla de Clavijo -según la tradición, sobre caballo blanco- echando una mano a los ejércitos cristianos del rey Ramiro I de Asturias, en aquel célebre enfrentamiento contra las tropas musulmanas de Abderramán II, que la Historia sitúa en la primavera del año 844 por tierras riojanas, es visiblemente el principal atractivo de la exposición.
La estancia de Santiago en la iglesia de Piqueras, junto a otras muchas de los distintos pueblos de la comarca, durará sólo tres días, justo el tiempo señalado en el programa de actos de la “VII Feria medieval”, bien conocida en estos pueblos como uno de los principales acontecimientos culturales que cada verano tiene lugar en la comarca.

(En la fotografía, el grupo escultórico ya sobre el camión en la puerta de la iglesia, momentos antes de salir hacia Piqueras)

lunes, 26 de julio de 2010

LA CRUZ DEL CERRO TEJAO



Es éste uno de los paseos habituales de mis paisanos en las tardes de verano. Carretera de la Almarcha. A la caída del sol los fondos de la Vega arrastran la sombra hasta el otro lado del puente. La temperatura desciende al pasar por allí. Las Peñazas, los primeros huertos. Y más arriba, como perdida en la penumbra, la silueta de una cruz de piedra sobre el leve altiplano del Cerro Tejao. La Cruz del Cerro Tejao le decimos en el pueblo.
Lugares como el nuestro, sin una historia más o menos conocida, cuentan en su favor como recurso con las gracias que suele llevar consigo todo lo que carece de un origen sabido por todos, con un principio o razón que cuente en los polvorientos archivos de alguna sacristía. De la Cruz del Cerro Tejao nadie sabría decir, y mucho menos justificar, desde cuándo está ahí, y mucho menos la razón de su existencia.
Recuerdo haber oído alguna vez, sin una argumentación sólida que lo avale, que allí murió un general carlista en las guerras contra los isabelinos, en una más de las ocasiones en las que anduvo en juego el trono de España, y que aquella cruz la levantaron en su memoria. Me lo contaron así, y así lo cuento, sin atreverme a aportar ni una sola palabra más como dato esclarecedor con un mínimo de fundamento.
El solitario monumento está ahí. Una cruz sólida, de piedra labrada toscamente, compuesta de dos piezas independientes, una formando los tres brazos superiores, y otra segunda que es la columna que le sirve de pie dando lugar al brazo mayor.
Cuántas veces he pensado al recordarla, que con menor motivo y con la simple apoyatura como base de una sencilla cruz de piedra, solitaria en el campo y olvidada de todos, genios de la talla de G.A.Bécquer compusieron leyendas inolvidables, verdaderas piezas literarias que, sin ser historia, eternizan su presencia por sucesivas generaciones, acrecentando ese misterio que en las placenteras tardes de verano y en las gélidas madrugadas de nuestros inviernos, irradia sobre el alma del caminante la Cruz del Cerro Tejao, perdida en la penumbra, mirando con los brazos abiertos, y bendiciendo quizás, al pueblo en la distancia.


(En la imagen, la Cruz en una toma de 1968)

domingo, 18 de julio de 2010

VAMOS SIENDO MÁS


Los incondicionales de cada verano en el pueblo vamos acudiendo poco a poco. Ya vamos siendo más. Esta mañana me di una vuelta por la piscina y el ambiente era estupendo. Es fin de semana. Llevamos varios días en los que el calor se hace insoportable y la gente busca huir como sea de las altas temperaturas. En mi casa, el termómetro que tenemos en el patio oscilaba hoy, siempre a la sombra, entre los 24 grados de las nueve de la mañana y los 32 de las cuatro de la tarde. Dentro de casa se está bien. Es la ventaja que tienen estas viviendas antiguas, de gruesas paredes de piedra, de techos altos, y de cerca de un siglo de antigüedad.
Los hombres de más edad se juntan en el salón del Centro Social, echan su partida de cartas, se toman el bote de cerveza que sacan de las máquinas, y se cuentan sus cosas. Me han dicho que en invierno la concurrencia es mayor, que hacen baile las noches de los sábados y toman café y vasos de chocolate. Me gusta pasar algunos ratos con ellos, allá a la media mañana cuando estoy aquí. El ambiente es distendido y cordial. Se habla del pasado y la gente lo pasa bien.
El pantano va aumentando su contenido. Algunos aficionados, que por lo general vienen de los pueblos cercanos, se colocan por las tardes en las orillas gastando el tiempo y la paciencia a la espera de que la carpa de turno tenga la bondad de picar. Entre la gente del pueblo se ha perdido aquella afición a la pesca de los primeros años.

martes, 18 de mayo de 2010

UNOS INSTANTES JUNTO AL PANTANO




Hacía más de seis meses que no había estado en el pueblo. Ayer, primer día de soleado de esta primavera con intención de permanecer bonancible durante más tiempo, lo pasé en Olivares. La novedad, después de una temporada tan larga para los que vivimos fuera, es el agua del pantano. Visión impresionante que nos recuerda aquella primera subida -más de treinta años atrás-, si bien en esta ocasión no ha llegado a alcanzar, ni mucho menos, los mismos niveles.
Sí que ha conseguido cubrir por completo el puente de la Caserna; apenas se ven de él hasta la mitad aquellos murillos de piedra y cemento en los que se sujetaban los tubos de hierro que servían de barandal sobre el río. Por la enorme cantidad de agua que recibe el pantano, entre el Júcar que baja a rebosar y la que le aporta el canal, procedente de los otros pantanos de la cuenca del Tajo, todo hace suponer que en poco tiempo alcance niveles más altos.
El campo de alrededor está durante estos días de un verde intenso, y los pescadores de carpas ya andan por allí ejercitando su paciencia en las orillas.

(En la fotografía, una vista frontal y otra lateral de la carretera y del puente bajo las aguas)

jueves, 29 de abril de 2010

Nuestros barrios. PLACETA DE LA CUESTA DEL MORO


La cuesta del Moro es la que sube desde la Vega y las Peñazas hasta el pueblo por los bajos de la Iglesia. Recuerdo cómo en otro tiempo hubo huertos en la vaguada lateral que tiene la cuesta a la caída. Es un nombre antiguo, al que no se le encuentra relación, que se sepa, con ningún personaje concreto de la etnia musulmana. Es muy posible que su nombre provenga de algún vecino de la antigüedad conocido como “El Moro”, apodo que no sólo en el nuestro, sino que en muchos pueblos se da.
La Placeta que se muestra en la fotografía está situada al final de la Cuesta. Como ocurre con otros de nuestros barrios, la Placeta de la cuesta del Moro tiene un carácter personal muy definido; pues además de ser paso obligado para bajar a la Vega por esta parte del pueblo, es un cruce de calles importante, sobre todo en tiempos pasados, cuando las mujeres del pueblo tenían que ir a cocer el pan al horno de los Sixtos, o bajar a la iglesia desde el Lejío y calles adyacentes, a la misa del domingo o a cualquier otro acto o celebración.
En la procesión de la Fiesta del Niño, la Ranra corre la bandera en la Placeta de la Cuesta del Moro.

viernes, 23 de abril de 2010

INVITANDO A LEER


De nuestra paisana Esperanza León Jiménez, pintora e ilustradora de libros, a la que dediqué -creo que muy merecida- una de las primeras páginas de este blog, acabo de recibir este bonito dibujo titulado "Lectora", con motivo del día del libro, que en todos los paises de habla española se celebra hoy, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Cervantes. Lo traslado a todos los olivareños repartidos por el mundo, con el deseo de que la buena lectura tome parte de vuestras vidas, una de las actividades más gratificantes y que más vale la pena practicar.

domingo, 18 de abril de 2010

Nuestros barrios: LAS JUANORRAS



Si hubiera sido pintor, estoy seguro de que el barrio de Las Juanorras hubiese sido uno de mis primeros lienzos. Quizá no se trate de un motivo floreciente como para ilusionar a pintores y literatos, pero visto en la distancia, no sólo física, sino de tiempo sobre todo -con el aditamento de la imaginación que para eso es libre-, uno saca como consecuencia inmediata que el nuestro es un pueblo distinto a los demás pueblos, no sólo por su diversidad paisajística, que la tiene, sino también de puertas adentro. En sus calles, en sus rincones, en lo que todavía queda de aquel otro Olivares de nuestros años mozos, nos damos cuenta de que por su aspecto raya bastante por encima de la media de los de su especie.
La fotografía que hoy presento en primer plano de nuestro escaparate, corresponde a uno de esos rincones entrañables a los que antes me he querido referir: el barrio de Las Juanorras. Ignoro el origen de su nombre, cuando menos un poco chocante; pero es el que es, así se llama y por él lo conocemos todos. Un barrio cargado de una fuerte personalidad debido a las familias que habitaron en él, y que uno las asocia instintivamente con cada una de las viviendas que lo componen: Tambores, el Pitero, Ramoné, Eufemio, Benitez, los Sotillos, tan felizmente recordados aunque ya no viven, son para mi uso los pilares sólidos sobre los que se sostiene el rincón de Las Juanorras; un barrio recogido, con su placita y su árbol en mitad que los vecinos procuran cuidar con esmero. Las casas y las cosas han cambiado mucho desde que de chicos jugábamos por allí, pero su espíritu es el mismo.

viernes, 12 de marzo de 2010

LAS ARREVUELTAS Y LUGARES DE SU ENTORNO


Es cierto que con la cantidad de entradas que van publicadas en el blog, con apenas año y medio de existencia, los temas sobre Olivares tienen una clara tendencia a agotarse. Nunca, que yo sepa, se ha escrito tanto acerca de nuestro pueblo.
Hoy se me ocurre ofrecer, especialmente pensando en nuestros paisanos que viven fuera del pueblo, y que posiblemente lleven mucho tiempo sin volver a él, una interesante fotografía que hace mucho tiempo se me facilitó en el Ayuntamiento. Se trata, como podéis ver, de las famosas Arrevueltas -aquellas por donde se mareaba la gente cuando pasaba por allí la Catalana-, y de todos sus alrededores. Al ser tomada a vista de pájaro, es posible que a algunos les resulte cuando menos extraña.
El desvío de la carretera, con el bar de Mauri y el almacén de mi hermano en Los Lamparazos, la Iglesia, el Cementerio, la Cuesta del Moro, el barrio de la Iglesia, el Barranco, y otros lugares tan reconocidos y tan entrañables que cuantos vivimos fuera no podemos ni queremos olvidar.
Especial importancia tiene para mí el Cerro de la Iglesia (el Cerro de los Muertos, que decíamos antes), plano y cortado a pico en forma de triángulo isósceles, ese que por su aspecto no me parece una idea descabellada pensar en que pudo haber sido por su situación, veinte siglos atrás, o quizás antes, un castro romano o celtíbero. Hay pruebas de que en tiempos del Imperio Romano, la gente anduvo por allí.
Si pinchas con un clic sobre la foto, la podrás ver con mucho más detalle.

viernes, 29 de enero de 2010

UNA DÉCADA PARA EL RECUERDO 1946-1956 (y I I)


(Continuación)

Escuelas de niños había cinco: dos de chicos, dos de chicas y una de párvulos, con una matrícula total en torno a los 180 alumnos, repartidos entre los cuatro y los catorce años. Don Inocente, doña Candelaria, doña Magdalena, don Miguel, don Eulogio y don Leovigildo, son nombres de maestros que en el pueblo dejaron huella por aquellos años. Fueron así mismo personajes destacados del funcionariado local: don Eusebio Belinchón el médico, don Maximino León el veterinario, don Tomás Guijarro el cura, y don José Belinchón el secretario del Ayuntamiento, con Felix Belinchón, su auxiliar durante tanto tiempo. Julián el cartero, y los alguaciles Juan Díaz "Gambeta" y Juan Domínguez "El Manco", son perso­nas a inscribir en la lista de servidores inolvidables.
Hacia el verano de 1950 un acontecimiento tristísimo llenó al pueblo de dolor y de conmoción a toda la comarca, pues en el corto espacio de dos meses murieron de sarampión veintiocho niños, lo que supuso una marca profunda de pena para tantas familias oliva­reñas que aún evocan con inmenso cariño a tantas criaturas como la muerte se llevó en época bien temprana. Quiero recordar a ciertas familias en las que fallecieron hasta tres de sus hijos.
Ya bien metidos en los años cincuenta nos trajeron el cine de una manera estable y permanente. Durante los fines de semana se ofrecía al vecindario la oportunidad de ver en pantalla algunas de las películas ya estrenadas en los cines de Madrid. Todo un acontecimiento que, sin duda, contribuyó en parte a escapar de nuestras más viejas y arraigadas costumbres.
Mientras tanto los chiquillos seguíamos jugando a las buchas, al trompo, a los porritentes, al escondecorreas, a la ciminicerra, al fin derecho, al ruiceluno, al calinche, a las chapas..., y las chicas a los pitos o a los alfile­res arrastrando las uñas por el cemento de las aceras; juegos que requerían poco desembolso y que, si el gasto era preciso, pagába­mos con frendis y con capones, o llevando acuestas al ganador de una a otra esquina de la calle. Los mozos se diver­tían jugando a la pelota en el frontón del Lejío o hacien­do rular el hierro en el camino del Boleo. Los hombres mayores, por su parte, le daban a la media azumbre de tintorro con cacahue­tes y pellejos de bacalao en las tabernas de la Vicenta y de Julio Valera, cuando no en los bares de la Carre­tera tomando café y refrescos de jarabe dulzón, de limón o de fresa, los más al corrien­te de la vida moder­na. Las mujeres, ¡póbreci­tas ellas!, se dis­traían a veces jugando a las cartas, o en eterna conversación en tertulia por las aceras, viendo quien pasa. Durante las largas trasno­chadas del invierno, quienes tenían aparato de radio mataban las horas escuchando los programas de discos dedicados que se emitían desde Radio Andorra, o los sonados concursos de Radio Madrid que presen­taron aquellos astros de la locución Boby Deglané y José Luis Pecker. Las radionovelas de la tarde fueron por entonces un valioso entretenimiento para las sufridas señoras y jovencitas del pueblo.
La Navidad tuvo por estos años la categoría de fiesta fami­liar con la más profunda raíz. Fueron días en los que la mutua amistad marcaba las cotas más altas entre la gente del pueblo, sobre todo entre la juventud. Las cuadrillas de mozos trasnochaban en las tabernas o en los bares, deambulaban de casa en casa, muchas veces con música de acordeón recorriendo las calles, para volverse a tomar -por supuesto que sin necesidad por parte de nadie- una copilla de anís y un par de rolletes, cuando no algún chorizo de la matanza con vino y pan si la cosa rayaba a niveles de seriedad todavía más altos. Los rolletes, qué duda cabe, fueron la estrella de nuestra repostería navideña. Nadie -como en casi todo lo que realmente vale la pena- sabría darnos noticia de su origen, si bien nos consta que es un producto exclusivamente olivareño.
A partir de 1954, cuando la subida de las aguas del pantano fue para el pueblo y para sus habitantes, no una quimera, sino una palpable realidad irreversible, Olivares vio marcharse a tierras lejanas una buena parte de su población de derecho. Comenzaron a cerrarse puertas en muchas calles; espec­táculo lamentable que, hasta que llegó el momento, siempre consideramos lejano. El pueblo comenzó a declinar. Los que aquí quedaron se vieron comprometidos en la tremenda tesitura de mecanizar las tareas agrícolas, huyendo definitivamente de los viejos sistemas bajo amenaza de sucumbir. La sociedad de consumo no había llegado, pero comenzaba a vislum­brarse. En 1958 instalaron las primeras televisiones en los bares del pueblo. De ahí en adelante, qué decir, para qué hablar, es algo que con datos más o menos comple­tos casi todos conocemos.

Y así hasta hoy, cuando vemos, no sin asombro por parte de quienes vivimos fuera, que nuestro pueblo comienza de nuevo a merecer la pena, que ha tomado plaza de manera segura en el complicado tren del progreso y que, confiamos, pueda entrar sin demasiadas compli­caciones en el previsible maremagnum del tercer milenio. De que ello sea así, han de responsabilizarse como portadores del testigo los más jóvenes.


(En la fotografía de Julián Domínguez, el Cartero -año 1954-, íbamos a pedir la llave para la corrida de la Fiesta del Niño: Honorio García, Pedro Díaz, Agustín Beltrán, mi primo Chute, y yo)

domingo, 24 de enero de 2010

UNA DÉCADA PARA EL RECUERDO 1946-1956 ( I )


De mi libro “Olivares de Júcar” -que supongo estará en los domicilios de casi todos los olivareños, tanto residentes como ausentes-, creo que me falta por incluir en el blog el capítulo “Una década para el recuerdo. 1946-1956” Fueron los años de mi niñez y de mi primera juventud. Recuerdos gratos a pesar de las privaciones de la época y de la escasez de todo tipo de medios. Recuerdos felices, a pesar de todo.
(Debido a su extensión lo presento en dos páginas consecutivas”.


"No es sólo ésta a la que me refiero en el presente capítu­lo la época de mayor interés que ha vivido el pueblo a lo largo del presente siglo. Hubo un tiempo en el que Olivares debió ser un pueblo activo y de feliz convivencia, un pueblo en el que la gente hubo de sentirse a gusto, pese a las privaciones impuestas por la época, y en donde las actividades de tipo cultural (música y teatro sobre todo) debieron sonar al mismo ritmo del corazón del pueblo. De ese tiempo dejó testimonio gráfico abundante, en centenares de fotografías tomadas durante la primera mitad de los años treinta, un olivareño muy singular, don Quinciano Guijarro, maestro, hombre pulcro y elegante, de cuya producción en el entonces primerizo arte de la fotografía se ofrecen en este libro algunas muestras de incalculable valor. El tiempo -que rara vez juega en favor de la persona- acaba con todo, y buena cosa será detenerlo, aunque sea forzándolo con violencia, por medio de la palabra y de la imagen.
Malamente acababan de transcurrir aquellos que la gente mayor todavía conoce como los años del hambre. Era preciso moler el trigo a escondidas para tener pan; que sacar el aceite de la propia cosecha por sistemas rudimentarios, pisando los sacos de aceituna a deshora de la noche, prácticamente a oscuras y en el silencio de las cuadras, de los jaraíces, de las cuevas y de otros lugares cerrados en los que nadie pudiera sospechar el "fraude"; pues al comer -quienes tenían para ello- daba la impresión de que se cometía un delito... Eran los tiempos del estraperlo, del ocul­tismo hermético por sobrevivir, y de los maquis, asaltadores de campos y caminos que, por estas tierras de Cuenca y de otras provincias limítrofes, asentaron con preferencia su centro de operación.
Ya por el año 1947 lentamente, muy lentamente, las penosas secuelas de la Guerra Civil se fueron suavizando. Olivares comenzó a levantar cabeza y a renacer de aquella dolorosa situación a fuerza de privaciones, de trabajo, del sudor de sus gentes, y, desde luego, con la generosa colaboración de aquellos campos que a un lado y al otro de los cauces del Júcar, aguas arriba y aguas abajo del puente de la carretera, todavía recordamos con nostalgia y añoramos como un bien infinito que se marchó para siempre: nuestras huertas, el único medio de vida para tantas familias que, con la subida de las aguas del pantano, se vieron obligadas a emigrar, dejando al pueblo, en el corto espacio de una docena de años, reducido a la mitad de su censo: Valencia, el País Vasco, Madrid, Cuenca y Barcelona -quizás en ese orden-, se convirtieron en tierras de recepción para cientos de olivareños que hubieron de marchar cuando la ribera desapareció bajo las aguas del embal­se. Hoy uno lo lamenta con todo el dolor de su alma; no son pelillos a la mar, pues ante la palpable realidad de aquellos parajes desolados, sólo cabe una verdad visible y contrastable: al final, el pueblo se quedó sin lo uno y sin lo otro, sin la riqueza en frutas y hortalizas de aquellos cultivos, y sin las demás posibilidades turísticas que hubieran podido surgir en torno a las aguas del pantano, si éstas se hubieran mantenido en los mismos niveles o similares a los que tuvo cuando el agua subió por primera y única vez en toda su historia.
Durante aquellos años Olivares fue un pueblo amenazado, pero alegre, palpitante y con deseos de vivir. Si en el aspecto econó­mico se desenvolvía al mismo ritmo que los demás lugares de su entorno, también es cierto que el problema de la alimentación lo tenía prácticamente resuelto con la ayuda de la ribera, servicio del que carecían los demás. El agua para beber tampoco llegó a faltar, pues "El Pozo", justo en el bajo que ahora ocupa la moderna ermita de San Isidro, fue capaz de llenar, uno a uno, todos los miles de cántaros que para el consumo humano fueron precisos, y no para el consumo animal salvo en casos extremos, que para ello buen servicio prestaron los abrevaderos del Pilar y de la fuente de las Palomas, donde hubo ocasiones en las que las mulas debían turnarse para beber al bajar de las eras o regresar del campo en tiempo de labranza.
Las fiestas patronales del Santo Niño eran un acontecimiento ansiado por todo el vecindario. Duraban tres o cuatro días, con toros incluidos. El baile para la juventud se celebraba en la plaza de la gasolinera, ampliándose la capacidad del salón con unos tableros a manera de cercado en el que todos tuvimos nuestro sitio. Un acordeón, un saxofón y una batería, fueron la orquesta incomparable de cada tarde y de cada noche. Los mambos de Pérez Prado, los chachachás de Xavier Cugat y los boleros sudamericanos, eran la novedad en cada fiesta. No había dinero, y era preciso rayar al máximo la diversión con el mínimo de gastos, y a fe que ello se conseguía.
Los viajes -que tan sólo movían a la gente en ocasiones y en circunstancias bien justificadas- se hacían preferentemente en el coche de Rosito, que funcionaba como único vehículo al servicio público, y donde, con un poco de suerte, se solían "acomo­dar" ocho o nueve personas, y, desde luego, en la Catalana y en la Taranconera, cuando los viajes se hacían a Cuenca o Motilla-Taran­cón y no había personal suficiente para completar un viaje con el taxista local don Sebastián Cantero, de tan feliz recuerdo. Lo de Auto-Res y otras empresas todavía en vigor llegaría más tarde".
(En la fotografía, un detalle del Molino de Arriba antes de que lo inundara el pantano).