Un año más hemos visto pasar las fiestas mayores de nuestro pueblo. Nadie duda que el mal estado del tiempo y la sombra de la crisis económica que atraviesa el país, han tenido mucho que ver para que estas fiestas del 2010 hayan resultado, quizás, las más flojas de los últimos años. El Santo Niño sigue atrayendo de forma masiva a los olivareños repartidos por el mundo. La iglesia ha estado llena de fieles a rebosar, con casi la mitad de los asistentes de pie, sobre todo en la misa mayor del día del Niño; las procesiones bajo la amenaza de la lluvia. Los actos no religiosos, según programa, se han resentido algunos de ellos en interés con respecto a ediciones anteriores, pese a la mejor intención por parte de las autoridades. Estuvo bien la novillada del día 18 y, como siempre, la comida popular de buena vecindad y mejor ambiente del día 19, que a consecuencia de la lluvia persistente de la mañana no se pudo celebrar en el puente del Pozo, su marco habitual, sino en el polideportivo y bajo cubierto. De este encuentro -para mí uno de los más valiosos de toda la fiesta, por lo que tiene de trato cordial entre la gente y la importante concurrencia en un ambiente familiar y distendido- se dio la debida cuenta en alguna de las primeras páginas del blog.
Quiero destacar, no obstante, un acto generalmente minoritario, que cada año se va consolidando y que en esta ocasión ha contado con una mayor asistencia de público, mayor animación y mejor ambiente. Me refiero a la fiesta de barrio que en la tarde del día 16 (con procesión incluida de su Patrón, San Roque) celebran los vecinos de aquellas calles. Es una fiesta simpática, abierta a todo el mundo, a la que poco a poco notamos cómo crece en asistencia y va haciéndose imprescindible en el conjunto general de las fiestas del Santo Niño. No olvidemos que San Roque tiene su fiesta según el calendario el día 16, y que es uno de los santos protectores especialmente venerados en nuestro pueblo desde tiempo inmemorial, con ermita propia y toda una barriada de gente entusiasta que lleva su nombre con orgullo, y le honra cada año con invitación a todo el pueblo en la tarde de su festividad, coincidiendo con la del Santo Niño.
Obsérvese en la fotografía, al lado de la imagen del Santo que encabeza la procesión, la tinaja de limonada con los colores nacionales, preparada para la invitación, y la cesta de los cacahuetes y de los garbanzos torraos junto a una bolsa de cortezas, que ayudan a animar el ambiente.
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