viernes, 27 de noviembre de 2009

NUESTROS JUEGOS ( I I ): "LAS BUCHAS"



Es otro de los antiguos juegos de muchachos que hace infinidad de años que desapareció. La Plaza de la Carretera o el Lejío solían ser el sitio ideal para jugar a las “buchas”, y la cancha de partidas memorables. Un ejercicio para el que no hacía falta el dinero, como para casi todos los juegos de entonces, y que consistía en lo siguiente:

«Se reunían dos grupos de muchachos, de cuatro personas o más cada grupo. Se echaban pies para saber a cuál de los grupos le tocaba “quedarse” como grupo perdedor, y enseguida comenzaba el juego.

Los componentes del grupo perdedor (todos menos uno que actuaba de vigilante) se colocaban en medio de la plaza, haciendo corro y unidos uno a otro, mirándose de frente y con los brazos por encima de los hombros de sus compañeros. El vigilante tenía por misión defender la bucha, es decir, a sus compañeros unidos en corro, para que los del equipo rival no viniesen a subirse sobre sus espaldas. La partida cambiaba a los perdedores por ganadores y viceversa, cuando el jugador vigía lograba tocar con la mano a cualquiera de los componentes del equipo contrario. Siendo su misión la de correr tras de ellos.

Si un jugador o jugadores conseguían colgarse de la espalda de los que formaban la bucha, estaban fuera de peligro. También cuando cualquiera de los que iban corriendo, perseguidos por el vigilante, se refugiaban en la “chufa” (un espacio en círculo dibujado en el suelo). Cuando alguno de los que estaban acuestas parecía estar a punto de caer, el vigilante no se apartaba de él, agarrándole de la ropa con la mano. Pues en el momento que tocara el suelo con cualquier parte de su cuerpo, se daba por pillado, lo que suponía cambiar el sentido del juego.

Si uno de los jugadores subidos sobre la espalda de cualquiera de las buchas, se veía en dificultades para mantenerse sin caer al suelo, y con la mano del vigilante del equipo rival sujetándolo de la camisa o del jersey de lana -que es la indumentaria que solíamos llevar-, entonces se producían escenas verdaderamente cómicas, por las posturas que adoptaba el de arriba por mantenerse sin caer, y el sufridor que lo estaba sosteniendo, por tirarlo al suelo.»
(En la fotografía otro de los rincones más reconocidos del pueblo, la Placeta de la Cuesta del Moro)

jueves, 12 de noviembre de 2009

NUESTROS JUEGOS (I): ¡PORRITENTE TO EL MUNDO!


Eran juegos aquellos de nuestros tiempos en los que, al faltar el dinero, tenía que funcionar hasta el límite la imaginación. Juegos emocionantes a veces, de mucho gritar y de mucho correr, tanto por el pueblo como por sus alrededores. Juegos que sólo recordamos los que hemos pasado la barrera de la jubilación, y que mucho me temo que si no se le pone remedio se perderán para siempre, sin que de ellos, como parte de nuestra cultura local, quede el más remoto recuerdo.
Intentaré incluir aquí algunos de aquellos juegos, mas fáciles de ejecutar que de contar, pero que en homenaje a la gente de mi generación, voy a hacer el pequeño esfuerzo de recordarlos, por supuesto que con la nostalgia de aquellos tiempos, cada vez más lejanos, en los que capeando el temporal nos sentimos felices, y hoy recordamos con nostalgia.
Haré lo posible por incluir como detalle gráfico alguna fotografía de esos rincones tan recordados y tan cargados de personalidad de nuestro pueblo. Hoy hablaremos del juego de “Los porritentes”

LOS PORRITENTES
En una plaza cualquiera o en una calle se hace una serie de hoyitos en hilera al lado de la pared. Tantos hoyos (porritentes) como participantes entren en el juego; adjudicando después un hoyo a cada jugador.
Desde una distancia de tres o cuatro metros, cada jugador por riguroso turno lanza una pelota hacia los porritentes. Si la pelota cae en uno de ellos, todos los jugadores salen corriendo, mientras que el titular del hoyo se va rápido a coger la pelota. Una vez que la ha cogido, grita ¡Porritente to el mundo!, y en ese momento los demás jugadores se quedan quietos en el sitio donde se encuentren, sin poderse mover. Seguidamente, el de la pelota se queda quieto y la tira con fuerza sobre uno de ellos, casi siempre sobre el que tiene más cerca. Si consigue darle con la pelota, el jugador que recibe el impacto deberá “cumplir” con el que lanzó el tiro, y si no le da, entonces se inicia una nueva partida.
El hecho de “cumplir” consistía en los juegos de niños de Olivares en llevar acuestas al ganador una distancia prevista: cincuenta o sesenta metros, más o menos.
Cuando alguno de los jugadores (esto era común a casi todos los juegos) consideraba que existía alguna irregularidad en el desarrollo del juego, denunciaba al infractor con la frase: ¡Pido emborricate, Fulano! Demanda que quedaba anulada por parte del presunto infractor con esta otra frase: ¡Pido emborricate que no me emborriques, Mengano!, lo que inmediatamente daba lugar a la gresca correspondiente.
(En la fotografía un aspecto de la placita de “Las Juanorras”, entrañable rincón que después de los años seguirá añorando los juegos de niños de otros tiempos)

martes, 3 de noviembre de 2009

EN LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS


La de Todos los Santos es una de las fiestas que suele llevarnos al pueblo cada año empujados por el recuerdo de los nuestros que un día nos dejaron; y allí, junto a su tumba, evocar su memoria, rogar por su descanso eterno, y recordar junto al mármol frío de sus enterramientos tantos momentos de nuestra vida en los que fuimos felices junto a ellos.
Familiares, amigos, vecinos que se llevó la muerte, vienen en ese día a nuestro recuerdo de forma muy distinta. El pueblo, no sólo el nuestro sino todos los pueblos, celebran en el día de Todos los Santos la fiesta de sus difuntos con flores y con oraciones; a veces -cada vez menos- también con lágrimas. Tengo la sospecha de que en Olivares es el homenaje floral el que prevalece sobre la piedad y los sentimientos.
Se dice que la concordia interna en cualquier pueblo o ciudad, así como el grado de respeto y de entendimiento entre sus habitantes, tiene entre otras como referencia el estado de sus cementerios. El cementerio de Olivares era antesdeayer un auténtico vergel. Ya me gustaría que fuese la muestra evidente de que en nuestro pueblo predominan el entendimiento y la concordia entre unos y otros, como una de sus principales señas de identidad.
En todo caso, resulta grato comprobar cómo el lugar sagrado en donde descansan nuestros antepasados y una buena parte de nuestros amigos, aparece atendido como merece. Pienso que, por esto al menos, debiéramos sentirnos orgullosos.
La fotografía fue tomada en la mañana del pasado día uno. Un día de auténtico verano, algo que también es digno de agradecer.