Eran juegos aquellos de nuestros tiempos en los que, al faltar el dinero, tenía que funcionar hasta el límite la imaginación. Juegos emocionantes a veces, de mucho gritar y de mucho correr, tanto por el pueblo como por sus alrededores. Juegos que sólo recordamos los que hemos pasado la barrera de la jubilación, y que mucho me temo que si no se le pone remedio se perderán para siempre, sin que de ellos, como parte de nuestra cultura local, quede el más remoto recuerdo.
Intentaré incluir aquí algunos de aquellos juegos, mas fáciles de ejecutar que de contar, pero que en homenaje a la gente de mi generación, voy a hacer el pequeño esfuerzo de recordarlos, por supuesto que con la nostalgia de aquellos tiempos, cada vez más lejanos, en los que capeando el temporal nos sentimos felices, y hoy recordamos con nostalgia.
Haré lo posible por incluir como detalle gráfico alguna fotografía de esos rincones tan recordados y tan cargados de personalidad de nuestro pueblo. Hoy hablaremos del juego de “Los porritentes”
Intentaré incluir aquí algunos de aquellos juegos, mas fáciles de ejecutar que de contar, pero que en homenaje a la gente de mi generación, voy a hacer el pequeño esfuerzo de recordarlos, por supuesto que con la nostalgia de aquellos tiempos, cada vez más lejanos, en los que capeando el temporal nos sentimos felices, y hoy recordamos con nostalgia.
Haré lo posible por incluir como detalle gráfico alguna fotografía de esos rincones tan recordados y tan cargados de personalidad de nuestro pueblo. Hoy hablaremos del juego de “Los porritentes”
LOS PORRITENTES
En una plaza cualquiera o en una calle se hace una serie de hoyitos en hilera al lado de la pared. Tantos hoyos (porritentes) como participantes entren en el juego; adjudicando después un hoyo a cada jugador.
Desde una distancia de tres o cuatro metros, cada jugador por riguroso turno lanza una pelota hacia los porritentes. Si la pelota cae en uno de ellos, todos los jugadores salen corriendo, mientras que el titular del hoyo se va rápido a coger la pelota. Una vez que la ha cogido, grita ¡Porritente to el mundo!, y en ese momento los demás jugadores se quedan quietos en el sitio donde se encuentren, sin poderse mover. Seguidamente, el de la pelota se queda quieto y la tira con fuerza sobre uno de ellos, casi siempre sobre el que tiene más cerca. Si consigue darle con la pelota, el jugador que recibe el impacto deberá “cumplir” con el que lanzó el tiro, y si no le da, entonces se inicia una nueva partida.
El hecho de “cumplir” consistía en los juegos de niños de Olivares en llevar acuestas al ganador una distancia prevista: cincuenta o sesenta metros, más o menos.
Cuando alguno de los jugadores (esto era común a casi todos los juegos) consideraba que existía alguna irregularidad en el desarrollo del juego, denunciaba al infractor con la frase: ¡Pido emborricate, Fulano! Demanda que quedaba anulada por parte del presunto infractor con esta otra frase: ¡Pido emborricate que no me emborriques, Mengano!, lo que inmediatamente daba lugar a la gresca correspondiente.
(En la fotografía un aspecto de la placita de “Las Juanorras”, entrañable rincón que después de los años seguirá añorando los juegos de niños de otros tiempos)
En una plaza cualquiera o en una calle se hace una serie de hoyitos en hilera al lado de la pared. Tantos hoyos (porritentes) como participantes entren en el juego; adjudicando después un hoyo a cada jugador.
Desde una distancia de tres o cuatro metros, cada jugador por riguroso turno lanza una pelota hacia los porritentes. Si la pelota cae en uno de ellos, todos los jugadores salen corriendo, mientras que el titular del hoyo se va rápido a coger la pelota. Una vez que la ha cogido, grita ¡Porritente to el mundo!, y en ese momento los demás jugadores se quedan quietos en el sitio donde se encuentren, sin poderse mover. Seguidamente, el de la pelota se queda quieto y la tira con fuerza sobre uno de ellos, casi siempre sobre el que tiene más cerca. Si consigue darle con la pelota, el jugador que recibe el impacto deberá “cumplir” con el que lanzó el tiro, y si no le da, entonces se inicia una nueva partida.
El hecho de “cumplir” consistía en los juegos de niños de Olivares en llevar acuestas al ganador una distancia prevista: cincuenta o sesenta metros, más o menos.
Cuando alguno de los jugadores (esto era común a casi todos los juegos) consideraba que existía alguna irregularidad en el desarrollo del juego, denunciaba al infractor con la frase: ¡Pido emborricate, Fulano! Demanda que quedaba anulada por parte del presunto infractor con esta otra frase: ¡Pido emborricate que no me emborriques, Mengano!, lo que inmediatamente daba lugar a la gresca correspondiente.
(En la fotografía un aspecto de la placita de “Las Juanorras”, entrañable rincón que después de los años seguirá añorando los juegos de niños de otros tiempos)
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