miércoles, 18 de enero de 2012
EN LA MUERTE DE MI HERMANA ESPERANZA
Acabo de venir del pueblo. Ayer enterramos a mi hermana Esperanza, fallecida en Madrid víctima de una enfermedad cruel que ha ido acabando con ella poco a poco al lado de sus hijas, de sus hijos y de sus nietas.
En circunstancias así, cuando se va para siempre una persona a la que has querido tanto, la imaginación se recrea en dedicar largos ratos a perderse por los lejanos mares del recuerdo, trayendo a la memoria instantes felices que yacían como perdidos en las celdillas de la memoria, nuevos, impecables, como el primer día.
La diferencia de edad con mi hermana Esperanza permitió durante algunos años de mi infancia que fuese como mi segunda madre. La llamaba “mi chacha”, como en Olivares fue costumbre llamar a la hermana mayor. Ella me enseñó las primeras oraciones; ella me solía leer durante las trasnochadas de verano en la galería, a la luz de la bombilla y con el olor fuerte de la mies de las eras, poemas de Bécquer, de Gabriel y Galán, relatos de Pemán y de Blasco Ibáñez, que a mi edad no llegaría a entender, pero que me iniciaron en el gusto por las letras y de alguna manera orientaron mi futuro. No era muy normal que entre la juventud veinteañera del pueblo hubiese esa afición a la lectura que tenía Esperanza. Era muy romántica y hasta un poco coqueta, detalles que conservó durante toda su vida. Le gustaba vestir bien.
La primera vez que salí del pueblo lo hice con ella. Fue a Cuenca, con la Catalana. ¡Cuántas veces lo hemos recordado después! Nos comimos la merienda sentados en el rulo de una era; antes habíamos ido a que nos hiciesen una fotografía. Es la foto que ilustra estas líneas de recuerdo, maltrecha por los años -más de treinta- en la cartera de nuestro padre.
En las temporadas de verano que Esperanza pasaba en el pueblo, gustaba levantarse al amanecer, para disfrutar de la mañana.
Ya está en las manos de Dios. No dudo que disfrutará de su visión; que será eternamente feliz en compañía de Santos, su marido, de Esperancita, la segunda de sus cinco hijas fallecida de corta edad, de sus padres, y de tantos como contaron en vida con su amistad, que fueron muchos.
Cuando todavía nos laten tiernos entre los pliegues del alma las penas amargas y los recuerdos gratos, con ese agridulce sabor que siempre deja el misterio, no puedo menos que manifestarle mi gratitud y mi cariño al tiempo de su adiós.
sábado, 7 de enero de 2012
FUENTES DEL TÉRMINO (Julián Dominguez) y III
(CONTINUACIÓN)
FUENTE DEL PILAR
Lo primero
que topamos es con el viejo Pilar, tan viejo como la Fuente de las Palomas,
pero con menos historia que ésta. Un chorro de agua recia y abundante, envidia
de los caminantes que lo veían desde la carretera. Nunca vio a las mozas bajar
a por agua de su chorro, pero vio bajar por su cuesta mulas y ovejas, que
bebían y dejaban su mugre dentro. Hoy sus orillas huelen que apestan , porque
la gente tira latas y animales muertos en la cuesta. Está casi siempre lleno de
ovas y renacuajos; riega algunos huertos que por su agua discuten y pelean, es
una pena. Nadie baja a vserte.
FUENTE DE FACO
Si seguimos
camino adelante por la fuente Tonta, olivas del Tío Perrete y pico del Tío
Polla, divisamos el Monte, que no hay nada de monte, seguimos y enseguida damos
con un huerto, conocido por el huerto de los Calcetas, paraje conocido por el
Val. Aquí tenemos una pequeña fuente, pero no merece la pena detenerse, estará
medio seca y llena de maleza. Sigamos y enseguida llegamos al corral de Faco,
bajamos un pequeño promontorio y encontramos la fuente. Ésta es una hermosa
fuente, fresca y abundante, donde riega huertos y abrevadero de ganados.
Refréscate y descansa, que seguramente no encontrarás otra tan buena en un
largo trecho.
FUENTE DE LOS MORENETES
Si brincamos Calderón
vemos enseguida los pinos del Tío Jorge, y antes de llegar a ellos topamos con
la fuente, conocida también por el vallejo de los Morenetes. También por
Peñahundía no bajamos porque seguramente estará medio seca, llena de ovas y
sapos. Únicamente merece la pena bajar si es en su tiempo; comerás buenos higos
y frutas. Una vez arriba divisamos el cerro Pelao, Cañada Vera, Cruz de Faico y
loma Alta, donde ya tenemos una fuente.
FUENTE DEL TÍO CHINELAS
Seguramente
estará seca. Todo el paraje se le conoce por el mismo nombre. Cuentan los
viejos que aquí dieron muerte a su burro cuando el monte era verdaderamente
monte. Toda la llanura hasta el pueblo se le conoce este nombre.
FUENTE DEL TÍO PERICO SIMÓN
Si
brincamos la loma Alta, girando a la izquierda encontramos la fuente del mismo
nombre. No existe como tal, pero sí una hermosa huerta llena de frutales y
hortalizas, donde extraen el agua con motores. La fuente está seca.
Sigamos
caminando vallejo abajo, enseguida topamos con Cañada Borrego, vega fértil de
buenos huertos, criadero en otros tiempos de codornices y cangrejos. La huerta
del Tío Legaña, la de Rabadán, de agua fresca y abundante. Y en este paraje nos
encontramos, quizá la fuente más nombrá, que aunque muchas veces seca es la más
conocida.
FUENTE DE LA TÍA PICHOTA
Está en el
centro de dicho paraje. En tiempos de lluvias normales ésta manaba hacia arriba
en grandes borbotones que expulsaba la arena hacia arriba. Agua fresca y muy
fina. Un a delicia de fuente. En este paraje mana tanta agua, que los viejos
dicen que hay un mar por abajo.
Si nos
brincamos la loma cruzando la carretera de Cuenca, topamos con el vallejo de
las Cañadas. Aguas que vierten en el riato de Belmontejo, afluente del Júcar.
Una vega fértil, donde abundan hermosos huertos. La huerta del Tío Patojo. El
lavadero del cojo El Pañero, y también la huerta del Tío Pinchasotas; y así
valle arriba llegamos al corral del Tío Quintín. Grandes carrizales donde
anidan las codornices.
Torciendo
para el pueblo encontramos el vallejo conocido por la fuente del Arco, la
fuente está seca, pero grandes pozos con motores hacen que cada uno tenga una
fuente en la casa. Éste es el progreso de la vida moderna, que nos hace que las
fuentes del campo se mueran de asco y nadie las limpia. Pero he ahí. Ironías de
la vida, que hay veces que nos las mezclan con el cloro y sabe que apesta.
Y así,
cansados, llegamos al pueblo, donde en las mismas casas tenemos la última
fuente.
FUENTE DE LA HONTANILLA
La gente
joven no se acuerda de ella. El sitio es muy conocido, fue tapada al hacer el
desvío de la carretera. Agua recia y abundante, que se unía a la del Pilar
camino de las Juanorras. Había en su contorno grandes cermeños, una variedad de
peral de pequeño fruto y sabroso. Recuerdo por lo menos ocho, el más sabroso y
gordas las tenía el del Tío Picorro. Más abajo el del Tío Bartolo, alto y medio
seco en el centro de la era. Unos metros más abajo los del Tío Victorino. Otros
dos más de Avelino, y por último los dos del Tío Venceslao. Los recuerdo uno
por uno, tiré muchas piedras para volcar sus peras cuando era chico.
La fuente
estaba en el terraplén de la carretera, un pilón largo y estrecho donde
abundaban los renacuajos, su agua muy salobre, sólo servía para usos domésticos
y abrevadero de mulas y ovejas; sus orillas olían a rayos, de tanto cieno y
cosas sucias que había.
Esta es,
amigos, la última fuente. Todas las he recorrido mentalmente, sentado en la
mesa. Pero puedo demostrar que todas las visité, y en todas bebí. Mojé el pan
duro que guardaba en el zurrón, me comí en muchas la sardina y el trozo de
tocino, que hoy nadie quiere. No se veían alrededor de las fuentes ni latas
vacías ni cascos de botella, tirados como ahora. Señales del buen vivir y del
progreso de la vida. Por esto las fuentes se mueren de asco y se secan, porque
no hay quien las limpie. No le demos más vueltas. Nacimos prematuramente
pronto. Así es la vida.
Olivares
de Júcar, enero de 1985
Julián Domínguez:
La fotografía corresponde a "EL POZO", fuente de la que Olivares se sirvió durante una buena parte del siglo XX para beber y para otros usos domésticos. En la actualidad, ya en desuso, ha visto crecer sobre ella la nueva ermita de San Isidro Labrador, en cuyo entorno se celebra una comida popular cada 15 de mayo.
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