martes, 23 de diciembre de 2008


Feliz Navidad

y un año 2009

lleno de venturas


(Nacimiento de Jesús, de Juan de Borgoña. Catedral de Cuenca)

jueves, 18 de diciembre de 2008

EL PADRE FLORENTINO ALCAÑIZ



Las personas que han cumplido los setenta y todos los mayores del pueblo, que cada vez son menos, conocieron al Padre Alcañiz allá cuando por los años cuarenta, y parte de los cincuenta del pasado siglo, solía venir por Olivares acompañado de otro misionero de la Compañía de Jesús, que era la Orden religiosa a la que pertenecía él. El Padre Florentino Alcañiz no fue en nuestro pueblo como de casa, pues era de casa. Había vivido su niñez y parte de su juventud en el Molino de Abajo, aunque no estoy en condiciones de asegurar si nació en Olivares o en el vecino lugar de Cervera, pueblo en el que sí tengo por seguro que vivieron, y tal vez vivan algunos todavía, de su familia: los Alcañices.
Nuestros padres, y muchos de nuestros abuelos también, fueron coetáneos suyos, jugaron de niños con él en pueblo, fueron a la misma escuela, y hasta que se ordenó sacerdote el trato con las gentes del pueblo fue muy frecuente. Recuerdo haberlo visto comer en casa de mis padres, como uno más de la familia, con ocasión de alguna de las Misiones Populares que generalmente dirigía él.
Después debió marchar como misionero fuera de España. Fue un gran trabajador, un gran santo, y un misionero eficiente. Murió en olor de santidad y está abierta su causa de beatificación, como se desprende de la estampa que se incluye en esta página, y que hace algunos años me enviaron las monjitas de Granada, hermanas de una congregación fundada por él: Misioneras Hijas del Corazón de Jesús. El Padre Alcañiz escribió varios libros de espiritualidad, siendo el más conocido de todos ellos su Consagración Personal al Corazón de Jesús.
Mejor de lo yo pueda hacerlo, y con más rigor sobre todo, saben de su vida y de su obra los religiosos de la Compañía de Jesús, de quienes transcribo literalmente los siguientes datos biográficos de aquel nuestro paisano ilustre, y que he encontrado en las páginas de Internet. Son éstas:

«El Padre D. Florentino Alcañiz S. J. nació en los ariscos campos de Cuenca en el año 1892 y murió con fama de santidad el 13 de agosto de 1981 en la ciudad de Lima (Perú). A los 15 años ingresó en la Compañía de Jesús en la casa que llaman la Cartuja (Granada) buscando sobre todo una vida de oración y silencio. Durante su tiempo de estudios empezó a desarrollar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que le iba a hacer famoso. Se doctoró en Filosofía por la facultad Gregoriana de Roma y fue profesor de la misma en la Facultad Teológico de Granada.
Con objeto de extender con más amplitud la devoción al Corazón de Jesús pidió y obtuvo de los superiores ser dedicado a las misiones populares, sin dejar por eso su ocupación más importante: escribir artículos, libros y folletos para propagar esta devoción. Finalmente marchó a Perú donde misionó regiones inmensas en la sierra de los Andes y por las riberas de los ríos Marañón y Amazonas.
Durante sus años de profesor en la Facultad Teológico de Granada fundó en colaboración con la Rvda. Madre Carmen Méndez la Congregación de Religiosas MISIONERAS HIJAS DEL CORAZÓN DE JESÚS en Granada con la misión específica de extender a todos los lugares el amor de Cristo, simbolizado en su Sacratísimo Corazón.
Sus escritos son tan bellos y profundos que no hay persona que los lea que no quede prendada de la sabiduría y amor de que están impregnados. Aún después de muerto, por sus obras -siempre actuales- el padre Alcañiz sigue dando fruto inmenso en las almas, de los que se cuentan varios testimonios de personas que cambiaron de vida al leer algún escrito suyo. Estos escritos se pueden adquirir en Granada, en la Congregación fundado por él «Misioneras H. del Corazón de Jesús».

sábado, 13 de diciembre de 2008

ROMERÍA A LA VIRGEN DE UCERO



Según hemos leído en el "Diccionario" de don Pascual Madoz, Ucero fue a mediados del siglo XIX un caserío anejo a la parroquia de Olivares. Nosotros lo hemos conocido cien años después como una aldea próspera, de gentes honradas y laboriosas, de mozas guapas que durante el verano se cubrían el rostro con un pañuelo y los brazos con dos manguitos para que los soles de la recolec­ción no dañaran su blanquísima piel; una aldea hacia la que los olivareños nos solíamos volcar en romería una vez al año, coinci­diendo con el segundo domingo del mes de mayo -fiesta grande y única de Ucero-, cuando no en cualquier otra fecha y con apremio, para rogar a la milagrosa imagen de su Patrona que mandase en abundancia el agua para los campos. Jamás, que uno recuerde, falló la suplicante omnipotencia de la Señora, cuando en situaciones extremas la lluvia era pedida con el tesón y la fe de nuestros antepasados.
Mas pongamos en juego la memoria y acerquémonos en visión retrospectiva a la aldea de Ucero, pujante y en pie hasta hace algo más de treinta años. Es el segundo domingo del mes de mayo, y las galeras y los carros del pueblo, algunos mozos en bicicleta y los chicos en tropel, partimos en buena hora carretera adelante.
A eso de la media mañana se oye a distancia sonar por los sembrados el campanillo de la ermita avisando a los que llegan que la misa comenzará de un momento a otro. Las gentes se van acomodando por los alrededores del caserío, a la sombra de los árboles si los hay o de sus carruajes en pequeños grupos de familia. El sonoro esquiloncillo da el último toque. Como la ermita resulta pequeña, decenas de asistentes han de seguir la ceremonia desde el exterior. Al terminar el acto religioso dentro de la ermita, se saca en procesión la imagen de la Virgen que da la vuelta entera un par de veces por los alrededores de las casas. El público fiel camina detrás de las andas entonando cantos de súplica que los campos de la aldea oyen repetir cada año:

Virgen del Lucero
poderosa Madre,
mándanos el agua,
no nos desampares.

Virgen del Lucero
extiende tu manto,
y dile a tu Hijo
que riegue los campos.

Los trigos se secan,
las hierbas no nacen,
y los corderillos
se mueren de hambre...

Entre canto y canto la Tía Marciana de Roda improvisa unos versos que recita delante de la Virgen.
La imagen es una talla románica de la primera mitad del siglo XIII. Una de aque­llas imágenes en posición sedente con el Niño Jesús sentado sobre sus rodillas. En la mano derecha sostiene un lucero hecho con chapa plateada y un pequeño espejo redondo. Alguien tuvo alguna vez la desafortuna­da idea de revestirla con una especie de ropajes de saco y escayo­la, pintándola después con fuertes tonalidades ocre, blanco y azul. No hay duda de que bajo ese tosco revestimiento se esconde una imagen extraordinaria del tipo, quizás, de aquellas catalanoa­ragonesas de Monserrat, de la Merced y de Torreciudad, antes de que éstas fueran tan cuidadosa­mente restauradas.
La comida familiar sobre la hierba, las horas de convivencia y de viaje a campo abierto al caer la tarde, completaban cada primavera aquella jornada de amistad con los habitantes de Ucero.
Cuando subieron las aguas del pantano, las cuatro o cinco familias que allí vivían se vieron obligadas a abandonar la aldea. Casi todas ellas se marcharon a Villaverde, de donde eran oriun­das. La imagen de su Patrona también se fue con ellos, y allí la conservan en una de sus viviendas con toda dignidad y respeto. Aún se tiene en cuenta aquella fiesta. Grupos de olivareños se acercan cada año hasta Villaverde y, por lo general, se trae a nuestra iglesia la venerable imagen durante una temporada.
La aldea de Ucero ya no existe. Hay en todo aquello un montón testimonial de piedras y de escombros no lejos de los cauces del Júcar; una muestra más de lo mucho bueno que se llevó el panta­no.

(La fotografía nos muestra el estado actual de la aldea de Ucero. Ruinas de la ermita)

lunes, 8 de diciembre de 2008

Dr. VICENTE MOYA PUEYO


Todavía permanece fijo en la memoria de muchos de los que ya han saltado -o estamos a punto de saltar- a la década de los setenta, el recuerdo de Vicente Moya, aquel muchacho espigado de nuestro pueblo, hijo de don Inocente Moya, Maestro Nacional y natural de Belmontejo, y de doña Candelaria Pueyo, altoaragonesa de nacimiento, natural de Barbastro, maestros los dos de las escuelas de Olivares.
Vicente vivió en Olivares de manera continua desde su nacimiento en 1933, hasta que los estudios del Bachillerato le obligaron a salir, para volver al pueblo tan solo en vacaciones. Poco después, sus padres se trasladaron a Cuenca y con ellos Vicente y su hermana María Teresa, dejando Olivares para siempre, después de haber vivido allí y ejercido la profesión docente en sus escuelas alrededor de veinte años.
El día 15 de agosto de 2007 y a ruego de la alcaldesa, el Dr.Vicente Moya Pueyo volvió a su pueblo natal durante unas horas como pregonero de las fiestas del Santo Niño, entre la expectación de la gente y el regocijo de tantos como lo conocimos de muchacho.
Como profesional de la Medicina, investigador y científico, conocíamos algunas cosas de él, no tantas como las que hace pública en la “red” de forma resumida, la Real Academia Nacional de Medicina, de la que es miembro correspondiente, en su apartado de “Personajes Ilustres”, y que por mi parte me limito a transcribir literalmente, con la admiración y el afecto que merece tan insigne olivareño; y de paso, haciendo también público el deseo de tantos exalumnos de sus padres, coetáneos y antiguos amigos suyos, a los que les agradaría verle por Olivares con mayor frecuencia.


Currículum personal de la Real Academia de Medicina:

El Dr. Vicente Moya Pueyo: “Nació en Olivares de Júcar (Cuenca) el l8 de mayo de 1933. Se licenció en Medicina en Madrid donde se doctoró en 1958 con una tesis sobre «La investigación del pelo con fines identificativos».
Es Especialista en Medicina Legal (1960), en Psiquiatria (1964) y en Medicina del Trabajo, en 1967 en el Instituto de Medicina Legal y Social de Lille (Francia). Desde 1980 y hasta la fecha es Catedrático de Medicina Legal, primero en Salamanca y desde 1981 en la Complutense.Ha sido Presidente de la Asociación Nacional de Médicos Forenses desde 1973 a 1984. Es especialista en Psiquiatria Legal de la Clinica Médico-Forense de Madrid. Médico forense de categoria especial desde 1968 y Director de la Escuela de Medicina Legal a partir de 1982.
Secretario de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense desde 1976 a 1980, Vice-Decano en 1.981 y Decano desde 1982 hasta la fecha. Intervino activamente en la reforma del Plan de Estudios de la carrera de Medicina. Ha centrado sus investigaciones sobre Medicina Legal y de Tráfico, sobre repercusión de la intoxicación etilica en accidentes de tráfico, investigación de la paternidad, responsabilidad legal del médico y los derechos del enfermo.”
Es Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Medicina desde 1980.
Está casado y tiene tres hijos. Es montañero y uno de los mejores conocedores de la Sierra de Guadarrama
.

NOTA: Tan ilustre paisano falleció en Madrid el 16 de abril del año 2010. Los homenajes póstumos en su memoria, de la Real Academia de Medicina y de otras instituciones de las que fue miembro, así como grupos de médicos, alumnos suyos y compañeros de cátedra en su mayor parte, han sido numerosos.

jueves, 4 de diciembre de 2008

EL LIBRO DE OLIVARES



Olivares de Júcar es mi pueblo natal, la puerta de entrada en la comarca manchega para quienes viajan desde la capital a las tierras de don Quijote. Los pueblos de Castilla -me escribió Delibes- quedarán muchos de ellos sólo en los libros. Se cierran las escuelas por falta de alumnado; desaparecen los médicos residentes; un solo cura debe atender a media docena de parroquias, mientras que la juventud desaparece dejando en el lugar a los pensionistas y a la gente mayor, que por razones obvias van desapareciendo poco a poco. Es el signo de nuestro tiempo, bastante negativo y de oscuro porvenir para el medio rural. La inmensa mayoría de estos pueblos recuperan una población desmedida y artificial durante los meses de verano como sitio de vacaciones, fenómeno social que los va sosteniendo, aunque no sabemos durante cuanto tiempo.
En el año 1995 decidí escribir y publicar este libro de costumbres y recuerdos dedicado a mis paisanos en un intento de mantenerlo vivo y a perpetuidad, al menos en el papel impreso. Hoy, aquel libro viene a ocupar el lugar que le corresponde en impresión electrónica, gracias a los adelantos habidos durante los últimos diez o quince años, lo que permite darlo a conocer, con el famoso “Pino del Tío Justo” en la portada, por todo el mundo. Una parte de su contenido se recoge en este “blog” como base del mismo.
En su presentación al gran público debe entrar algún párrafo como detalle de su contenido a título de muestra. Será el correspondiente a la página 34, refiriéndose a un pasado todavía no demasiado lejano, y que dice así:

(el detalle)

“La Navidad tuvo por estos años la categoría de fiesta fami­liar con la más profunda raíz. Fueron días en los que la amistad marcaba las cotas más altas entre la gente del pueblo, sobre todo entre la juventud. Las cuadrillas de mozos trasnochaban en las tabernas, deambulaban de casa en casa, muchas veces con música de acordeón recorriendo las calles, para volverse a tomar -por supuesto que sin necesidad por parte de ninguno- una coptla de anís y un par de rolletes, cuando no algún chorizo de la matanza con vino y pan si la cosa rayaba a niveles de seriedad todavía más altos. Los rolletes, qué duda cabe, fueron la estrella de nuestra repostería navideña. Nadie, como en todo lo que realmente merece la pena, podría darnos noticia de su origen, si bien sabemos que es un producto exclusivamente olivareño.
A partir de 1954, cuando la subida de las aguas del pantano resultó para el pueblo y para sus habitantes, no una quimera, sino una palpable fatalidad irreversible, Olivares vio marcharse a tierras lejanas una buena parte de su población de derecho. Comenzaron a cerrarse puertas en todas las calles; espec­táculo lamentable que, hasta que llegó el momento, siempre consideramos lejano. El pueblo comenzó a declinar. Los que aquí quedaron se vieron comprometidos en la tremenda tesitura de mecanizar las tareas agrícolas, huyendo definitivamente de los viejos sistemas de labranza bajo amenaza de sucumbir. La sociedad de consumo no había llegado; pero comenzaba a vislum­brarse. En 1958 instalaron las primeras televisiones en los bares del pueblo. De ahí en adelante, ¡qué decir!, ¡para qué hablar!, es algo que con datos más o menos comple­tos casi todos conocemos. Y así hasta hoy, cuando vemos, no sin asombro por parte de quienes vivimos fuera, que nuestro pueblo comienza de nuevo a merecer la pena, que ha tomado plaza de manera segura en el complicado tren del progreso y que, confiamos, pueda entrar sin demasiadas compli­caciones en el previsible maremagnum del tercer milenio. De que ello sea así, han de responsabilizarse como portadores del testigo los más jóvenes.”