martes, 19 de agosto de 2014

PASARON LAS FIESTAS DEL SANTO NIÑO



Con penas y con glorias, como debe ser, más de lo segundo que de lo primero, pasaron por este año nuestras fiestas mayores en honor del Santo Niño, nuestro Patrón.
            Las crónicas sobre acontecimientos festivos de este tipo, en los que todos somos juez y somos parte, suelen llevar una importante carga de subjetividad. Dicho esto, debo hacer constar que las fiestas de este año 2014 han roto en buena parte el ritmo de ediciones anteriores. Hay cosas que han mejorado, y otras cuyo cambio no parece haber estado al gusto de todos, cosa, como sabido es, imposible de conseguir. La nueva Comisión de Fiestas se habrá dado cuenta, mejor que nadie, de los posibles fallos, y estoy seguro de que en la próxima edición se irán resolviendo, dentro de lo posible.
            De entre los aciertos, se me ocurre destacar el Circuito Ciclista en la mañana del día 15 por varias de nuestras pistas, caminos y senderos del término, con un importante número de participantes; también la gratuidad del servicio de cerveza en la Comida Popular del día 18 -con todos sus riesgos, ante el posible abuso, que siempre se da-, y la comida en sí, donde una vez más ha quedado demostrada la profesionalidad de nuestros cocineros. En el encierro de los toros, con carreras por las calles próximas a la plaza, me han contado que se divirtió la gente. De entre los errores, por permanecer escrito para la posteridad, la cantidad de faltas ortográficas que aparecen en el libro de fiestas, fallo en el que comprometo a quien escribiera los textos, y especialmente a la imprenta, que tiene la obligación de corregirlos. En nuestro pueblo la gente es más culta, como veremos enseguida, de lo que canta el libro. Las bufonadas de cada año, siguen apareciendo, como fenómeno inevitable.   


            Me gustó el Pregón de Fiestas, que este año corrió a cargo de Josefina García Lozano. Estupendo. Josefina ha sido la primera mujer, hija del pueblo, que ha corrido con el pequeño riesgo que supone el dirigirse al vecindario desde el estrado de la Plaza, con su personal mensaje en el que Olivares es siempre el exclusivo protagonista. Josefina es la hija menor de mi amigo Antonio García (“El Cacharrero”, para que os podáis situar), ya fallecido, y de María su mujer, de tan feliz memoria. Josefina es, salvo mejor opinión, la olivareña que goza de un expediente académico de mayor altura y variedad; pues estamos hablando de una Licenciada en Psicología, Doctora en Economía, Catedrática de Organización de Empresas y Recursos Humanos, y Rectora de la Universidad Católica de Murcia, ¿hay quien dé más? Posición social y académica brillante, conseguida a base de esfuerzo y de una indudable calidad humana. Como toda persona bien preparada y con tales valores, es una mujer sencilla, amable, que centró su interesante pregón en el álbum de recuerdos que ella conserva acerca de su niñez y juventud en Olivares, con nombres de lugares y de personas que marcaron su carácter y guarda, agradecida, en la celdilla de sus mejores afectos. Una olivareña ejemplar.
            Personas así, repartidas por el mundo, son las que engrandecen nuestro pueblo. Josefina, a la que apenas conocía, ha sido para mí, y creo que para muchos de nuestros paisanos, un luminoso descubrimiento.     

            A uno de los actos, minoritarios, pero no por eso menos importante que los demás, al que no suelo faltar, es al que en día y hora fija tiene lugar en el barrio de San Roque desde el año 1969. Me refiero a la procesión con el Santo por las calles principales del barrio, y al modesto ágape de cortezas, cacahuetes y zurra, con el que el vecindario acostumbra invitar a cuantos compartimos con ellos su pequeña fiesta. El día 16, según el calendario, se celebra en infinidad de lugares la fiesta dedicada a este santo Perugino, que cuenta desde hace siglos en nuestro pueblo con una ermita dedicada a él, en la que, una vez restaurada, se suelen celebrar algunos actos de culto.

            Pues bien, los vecinos de este barrio, presentes durante todo el año, o ausentes como son la mayoría, decidieron que su participación en el programa general de fiestas fuera un hecho que convendría conservar, y a fe que lo viene consiguiendo a fuerza de empeño y de dar a la tradición la importancia que merece. Un acontecimiento modesto, pero entrañable y familiar, que consiguen mantener sin ningún tipo de ayuda, por lo que no tienen compromisos ni protocolos a los que ajustarse, sino a la buena voluntad de la gente y al cariño por su barrio, sin duda uno de los más antiguos y queridos del pueblo. Julio Lorca me ha contado que subsisten en lo económico gracias a la venta de cien décimos de lotería de Navidad, con un recargo de dos euros por décimo, y que con eso todavía les queda hasta un pequeño remanente. No se trata de una asociación organizada como tal con cargos y reglamentos, si lo fuera, seguramente que funcionaría bastante peor.

            Al año que viene, si Dios quiere, otro poco.          

sábado, 9 de agosto de 2014

"EL MIRADOR"



Venir al pueblo y encontrase con novedades como ésta de la que hoy vamos a hablar, es un motivo de verdadero gozo. El despoblamiento general, incluso abusivo y preocupante del medio rural, con especial incidencia en miles de pueblos de Castilla, entre ellos el nuestro, debiera llevarnos a evitar, con todos los medios a nuestro alcance, que el lugar de nuestro nacimiento, nuestra pequeña patria, no acabe desapareciendo por desinterés de los que son y de los que fuimos sus moradores. Pienso que si todos, de una manera u otra nos volcásemos en favor de nuestro pueblo, las cosas posiblemente irían bastante mejor.
            Quienes contamos con una edad que ya empieza a parecernos respetable, conocimos aquel otro Olivares de sesenta años atrás, con un censo en torno a los 2.000 habitantes; no quiero pensar en que hoy esa cifra pueda ser una quinta parte de lo que antes fue, como población de hecho.

            Salvador Toledo, “Salva”, ha dado un paso adelante a la vida de nuestro pueblo con una obra magnífica: “El Mirador”; una especie de merendero al aire libre preparado a conciencia, que es, además de un importante servicio al vecindario, un lugar ideal para que, empezando por nosotros mismos, nos vayamos convenciendo de que Olivares es un pueblo hermoso, a donde gusta y vale la pena vivir, con parajes y horizontes irrepetibles, que es justo apreciar en todo su valor.
            “El Mirador”. -Amplio espacio; unos costosos trabajos de adaptación del terreno hasta convertirlo en el mejor observatorio sobre nuestros campos que cabe imaginar, y como fondo las aguas del pantano en la ribera-, es algo que invita a sentirse orgullosos del pueblo en donde nacimos. Si pasáis por aquí, lo encontraréis como a cien metros de la Plaza de Toros, antes de llegar a ella. Las fotografías que adjunto, tal vez os sirvan para completar la idea, que, con palabras, pudiera resultar confusa e inexacta.
  Meriendas, servicio de barbacoa, toda clase de bebidas refrescantes y de consumo habitual, que con prontitud y gusto sirven unas atentas jovencitas del entorno familiar: Clara, hija de Salva, con la ayuda de sus primas a ciertas horas y en ciertos días; Eduardo, en el mostrador de un amplio salón interior, donde queda la pantalla grande de un televisor con espacio suficiente para los días en los que el tiempo no acompañe, y Lola, la esposa de Salva, a la que supongo dirigiendo todo aquello. Estupendo equipo humano, pese a no contar con mayor experiencia en esos menesteres. Y Salva, de quien nació la idea lo es todo.

            No sólo en fiestas -que ya las tenemos dentro de cuatro días-, sino durante todo el verano y mientras el tiempo lo haga posible, contamos con este importante establecimiento a nuestro servicio, que personalmente aplaudo, a la vez que aconsejo a propios y forasteros que se aprovechen de él, respiren los aires puros que suben de la Vega, y disfruten, con la vista y con el corazón, del incomparable espectáculo de nuestros campos a cielo abierto, desde este escogido balcón. Olivares cuenta desde ahora con un nuevo valor. Una buena noticia. 

lunes, 4 de agosto de 2014

"CUADERNO DE RECUERDOS"


Hace sólo unos días concluí un trabajo que llevaba pendiente realizar desde hace varios años. Me ha ocupado cuatro meses, con varias horas al día  Me refiero a  mis Memorias, que con una extensión de doscientos folios, concluí el pasado día 26 del mes de julio. Es un trabajo extenso, de doscientos folios a un sólo espacio, donde he dejado escrito lo más importante de mi vida que aún guardo en mi memoria, desde mi nacimiento el 19 de marzo de 1939, hasta la llegada de mi nieto en el mes de noviembre del pasado año. El trabajo lo titulo “Cuaderno de Recuerdos”, en el que Olivares, como es de justicia, ocupa una buena parte de los tres primeros capítulos. Precisamente del Capítulo II, extraigo uno de los folios, que literalmente paso al blog, para conocimiento de los más jóvenes y para recuerdo de los que ya no son tanto, y a los que, seguramente, les tocó vivir momentos similares. Una vida da para mucho. El texto es éste, al que acompaño con una fotografía de la época.



“Recuerdo con nostalgia aquellos inviernos fríos, de nevadas tremendas que a veces dejaban aislada nuestra casa del resto del pueblo; cuando ponía cepos en el corral para cazar pájaros y con un poco de suerte me pasaba un par de días sin ir a la escuela. En aquellas ocasiones, mi padre decía que si la nevada nos cogía con pan en el escriño y tabaco en el cajón de la mesa de su habitación, el problema no tenía importancia. Y es que el Barranco del Pilar se ponía intransitable de barro durante algunos días, los coches por la carretera subían despacio y muchos camiones se ayudaban del gasógeno, una especie de bidón con fuego dentro, para caminar y ahorrar combustible.
            Los vecinos, que éramos cuatro o cinco en edad similar, se venían a mi casa a jugar a la pelota en el porchao y a columpiarnos en la cuadra con un mecedor de soga. Por la noche, algunos vecinos de los mayores también se venían a casa a trasnochar junto a la estufa de leña, a escuchar la radio con los discos dedicados de Radio Andorra, mientras que los hombres pasaban la velada jugando a la baraja, a un juego que nunca entendí y le llaman “el truque”. Cuando había en casa algún maestro de pensión, también se aplicaba al juego de las cartas; los tantos los solían contar con habichuelas.
            Cuando llegaba el verano había veces que mi primo Rafa y yo nos bajábamos con mi abuelo Atilano a la ribera, y nos pasábamos unos días viviendo en la casilla. Nuestra misión era la de arrear a la burra que tiraba de la noria, coger hierba (ababoles y verdulaga) para los conejos, y bañarnos en el vado del río a la sombra de los árboles, en traje de Adán. Cuando se bañaban las mujeres, mis tías y otras de las huertas vecinas, lo hacían en combinación; momentos en los que no solía faltar algún observador furtivo al acecho escondido entre la maleza.
            En la casilla de la huerta, con sólo dos departamentos separados por un sencillo tabique y puerta de entrada, uno para uso de las personas y otro para las caballerías. Por las noches no teníamos más luz que la de un candil de aceite. Mi abuelo solía hacer la comida; era un experto en las patatas con carne y en el arroz con conejo. Muchas veces me he acordado después de aquellos arroces con conejo y de las patatas con carne que comíamos, sentados alrededor de la sartén y la redoma del vino funcionando, a la sombra de la sarmentera que había delante de la puerta de entrada. La hora del descanso en el trabajo y la comida era la una del medio día. Mi abuelo hacía sonar a esa hora una llanta de coche a modo de campana, que tenía colgada de la sarmentera con ese fin. En todas las huertas cesaba el trabajo a esa hora. Había momentos en los que Rafa y yo nos olvidábamos de vigilar a la burra y de coger hierba para los conejos, en tanto nos poníamos a hacer molinos de junco que poníamos a girar con la corriente del agua por la madre, o canal por el que corría el agua que salía de la noria. Cuando el abuelo notaba que no le llegaba el agua para el riego, porque se había parado la burra, se quitaba la correa y se venía hacia nosotros gritando, para dar tiempo a que saliéramos corriendo; jamás nos pegó.

            Los sábados por la tarde o vísperas de las grandes fiestas de verano, subíamos con el carro de mulas otra vez al pueblo.”