Venir
al pueblo y encontrase con novedades como ésta de la que hoy vamos a hablar, es
un motivo de verdadero gozo. El despoblamiento general, incluso abusivo y
preocupante del medio rural, con especial incidencia en miles de pueblos de
Castilla, entre ellos el nuestro, debiera llevarnos a evitar, con todos los
medios a nuestro alcance, que el lugar de nuestro nacimiento, nuestra pequeña
patria, no acabe desapareciendo por desinterés de los que son y de los que
fuimos sus moradores. Pienso que si todos, de una manera u otra nos volcásemos
en favor de nuestro pueblo, las cosas posiblemente irían bastante mejor.
Quienes contamos con una edad que ya
empieza a parecernos respetable, conocimos aquel otro Olivares de sesenta años
atrás, con un censo en torno a los 2.000 habitantes; no quiero pensar en que
hoy esa cifra pueda ser una quinta parte de lo que antes fue, como población de
hecho.
Salvador Toledo, “Salva”, ha dado un
paso adelante a la vida de nuestro pueblo con una obra magnífica: “El Mirador”;
una especie de merendero al aire libre preparado a conciencia, que es, además
de un importante servicio al vecindario, un lugar ideal para que, empezando por
nosotros mismos, nos vayamos convenciendo de que Olivares es un pueblo hermoso,
a donde gusta y vale la pena vivir, con parajes y horizontes irrepetibles, que
es justo apreciar en todo su valor.
“El Mirador”. -Amplio espacio; unos
costosos trabajos de adaptación del terreno hasta convertirlo en el mejor
observatorio sobre nuestros campos que cabe imaginar, y como fondo las aguas
del pantano en la ribera-, es algo que invita a sentirse orgullosos del pueblo en donde nacimos. Si pasáis por aquí, lo encontraréis como a cien metros de la Plaza de
Toros, antes de llegar a ella. Las fotografías que adjunto, tal vez os sirvan
para completar la idea, que, con palabras, pudiera resultar confusa e inexacta.
Meriendas, servicio de barbacoa,
toda clase de bebidas refrescantes y de consumo habitual, que con prontitud y
gusto sirven unas atentas jovencitas del entorno familiar: Clara, hija de
Salva, con la ayuda de sus primas a ciertas horas y en ciertos días; Eduardo,
en el mostrador de un amplio salón interior, donde queda la pantalla grande de
un televisor con espacio suficiente para los días en los que el tiempo no acompañe,
y Lola, la esposa de Salva, a la que supongo dirigiendo todo aquello. Estupendo
equipo humano, pese a no contar con mayor experiencia en esos menesteres. Y
Salva, de quien nació la idea lo es todo.
No sólo en fiestas -que ya las
tenemos dentro de cuatro días-, sino durante todo el verano y mientras el
tiempo lo haga posible, contamos con este importante establecimiento a nuestro
servicio, que personalmente aplaudo, a la vez que aconsejo a propios y forasteros
que se aprovechen de él, respiren los aires puros que suben de la Vega, y
disfruten, con la vista y con el corazón, del incomparable espectáculo de
nuestros campos a cielo abierto, desde este escogido balcón. Olivares cuenta
desde ahora con un nuevo valor. Una buena noticia.
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