miércoles, 29 de octubre de 2008

EL COCHE DE ROSITO


EL COCHE DE ROSITO

El coche de Rosito, el coche del pueblo, el taxi de toda la vida… Aún existe el coche de Rosito. Agapito le hace andar alguna vez, muy rara vez, cuando viene al pueblo. Lo guarda en su cochera del Lejío, y tiene una placa de metal junto a la puerta en la que se indica al viandante cómo allí dentro se guarda algo que merece el respeto, y casi la veneración de las cosas sagradas. A su dueño, Rosito, la gente le llamaba José, José Cantero, pero su verdadero nombre era Sebastián. No sé cuantos miles de viajes hizo a Cuenca el coche de Rosito en sus casi cincuenta años de servicio al pueblo. Se llegó a decir que sabía ir solo hasta la Pensión del Carmen, parando en los Baños, sin necesidad de conductor. Se le arrancaba girando con fuerza una manivela, y enseguida se ponía en marcha con ese run, run, de los coches cansados de vivir.
Los viajes en el coche de Rosito los recuerdo como algo perdido en el mundo de la ficción, como algo con apariencia de verdad, pero en lo que es imposible creer. No es fácil colocar dentro de él a más de cuatro personas, pero se colocaban seis además del conductor, y si eran chavales ya mocetes, hasta siete -sin incluir al maestro y al chofer- nos colocábamos dentro en nuestros viajes del mes de junio a Madrid para examinarnos de los primeros cursos del Bachillerato ¿Quién puede olvidarlo?
Dentro del coche de Rosito nació mi prima Milagritos una mañana muy cruda del mes de enero, en una curva de la carretera, junto al río, antes de llegar a Cuenca. Eran los últimos coletazos de los años del hambre, cuando mi madre me mandaba con el coche de Rosito algún que otro bocadillo de chorizo o de lomo, porque la patrona de la calle del Los Tintes nos daba, la pobre mujer, lo poco que podía.
Cuando Agapito lo saca por las calles del pueblo, uno tiene la sensación de haber visto pasar, solemne y haciéndose notar, al más venerable de los patriarcas locales, que se obstina en no querer morir. La gente lo mira, y Agapito, cuando lo conduce, se sentirá, pienso yo,más feliz que un rey sentado en su trono. Un trono de recuerdos que bien merece tener un espacio aquí, con todo el respeto y toda la gratitud que tantos de nosotros le debemos.

lunes, 27 de octubre de 2008

EN LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS


EN LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

La festividad de Todos los Santos no pasa desapercibida para mis paisanos. Las personas, como cualquier producto de consumo, nacemos con la fecha de caducidad señalada no sé si sobre nuestra espalda; pues nada tenemos tan seguro como la muerte.
A diferencia del resto de los seres vivos, la memoria de los que se fueron queda durante mucho tiempo como marcada a fuego en el ánimo de sus familiares, de sus amigos y deudos, y así permanece con intensidad decreciente, porque el tiempo acaba por difuminar, cuando no por borrar por completo, el recuerdo de quienes lo dieron todo por nosotros.
Cada primero de noviembre nos suele reunir, al pie de la tumba donde reposan sus restos, el recuerdo de nuestros seres queridos. Las lágrimas, las flores, las oraciones por los que se fueron, nos acompañan durante la visita al cementerio, ahora personales, ahora colectivas, en el día de Todos los Santos.
En Olivares, la gente que baja al cementerio se distribuye apenas llegar por los diferentes espacios, por donde están las sepulturas de sus familiares y allegados; después se reza en conjunto por todos los enterrados allí, que desde el año 1925 que creo que se inauguró el nuevo cementerio -tres generaciones-, es seguro que su número se cuenta muy por encima del millar.
Hace ya muchos años que las campanas de la iglesia no tocan a clamor durante la noche de Difuntos. Tampoco se plantan las calaveras en el cerro de la Horca, elaboradas de calabaza con una vela encendida en su interior, por lo menos en la cantidad con que se plantaban entonces; costumbres perdidas porque los vientos de la modernidad soplan en dirección distinta, y a ello, mal que nos pese, nos hemos tenido que acostumbrar.

En la fotografía el panteón de la familia de D. Martín García Pelayo, un prohombre de allá por los años cincuenta del siglo XX, situada en el centro del cementerio.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LAS PINTURAS DE ESPERANZA LEÓN


LAS PINTURAS DE ESPERANZA LEÓN

Esperanza León Jiménez es una de las pintoras e ilustradoras actuales, cuyo nombre hace tiempo que comenzó a sonar a medida que el gran público fue conociendo, y reconociendo, el valor de sus obras. Mis escasos saberes en esta faceta artística, y lo poco que conozco de su trabajo, me llevan a incluirla en esa lista de artistas actuales, seguidores del llamado expresionismo, que irrumpió con gran fuerza en Europa y los Estados Unidos a mediados del siglo XX.
Esperanza León, Espe, nació en Olivares de Júcar el 18 de diciembre de 1956. Es hija de Augusto León y de Aurora Jiménez, de tan feliz memoria para quienes los conocimos en vida. Antes de haber cumplido un año de edad, sus padres se marcharon a vivir a Madrid, en aquel "boom" de fuerte emigración de jóvenes que sufrió nuestro pueblo por aquellos años. Olivares ha sido, y lo sigue siendo para ella, el lugar de vacaciones durante la mayor parte de su vida: el campo, el aire, el sol del verano…
De espíritu soñador desde muy niña, la fascinación por la pintura la marcaría para toda su vida; pasión que nació en ella con motivo de una visita, con sus compañeras de colegio, al Museo del Prado. Los cuadros de Goya, la extraordinaria fuerza expresiva de las pinturas del inmortal aragonés, dieron una orientación a su vida que ella ha procurado seguir desde los primeros años, aun con la velada oposición de su familia, que no llegó a comprender aquel empeño por ser pintora, como la mejor salida para abrirse un futuro.
Su entusiasmo por el dibujo, y ese tesón autoimpuesto por conseguir lo que ella deseaba, le llevaron a pasar muchas horas en el Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid, estudiando y dibujando modelos, estatuas griegas sobre todo, hasta conseguir el nivel que se le exigía para ingresar en Bellas Artes.
Se licenció en dicha disciplina (especialidad de pintura) en la Universidad Complutense de Madrid. Ha participado en gran número de exposiciones, tanto personales como colectivas, no sólo en España, sino también en Francia, Cuba y Suiza. Tiene obras en colecciones públicas y privadas, y comparte su tiempo entre la familia, la pintura, el dibujo, y la enseñanza.
Como ilustradora de libros, el nombre de Esperanza León Jiménez figura en esa nómina, difícilmente alcanzable, de los mejores de nuestro país. Debo advertir que yo la descubrí por sus dibujos en un libro publicado en Suiza.
“Tiempo de palabras en voz baja”, “En un bosque de hoja caduca”, “Soy un caballo”, “La vida encaja”, “El lugar más maravilloso”, y muchos otros que se podrían añadir a esta relación, son títulos de libros ilustrados por nuestra paisana Esperanza León.
La acuarela con un paisaje de invierno que ilustra la página, es una gentileza de Espe, que con mucho gusto pongo como cabecera para que conozcamos, aunque sólo sea un detalle, de su pintura.

domingo, 19 de octubre de 2008

OLIVARES EN EL MADOZ


OLIVARES EN EL MADOZ

A mediados del siglo XIX, un jurisconsulto navarro, Pas­cual Madoz, nacido en la ciudad de Pamplona el año 1805, empren­de la costosa tarea de recoger en un soberbio diccionario todos los pueblos, aldeas, villas y ciudades de España, valiéndose de los datos que de cada una de ellas le iban proporcionando los eruditos del lugar (secreta­rios, maestros, sacerdotes, mé­dicos...) y que un nutrido equi­po de redactores, pagados por él, iban colocan­do en el sitio correspondiente hasta completar la obra. Se publicó con el si­guiente título "Diccionario Geo­gráfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ul­tramar". En la página 243 del tomo número doce, publicado en Madrid el año 1849, aparece la referencia a nuestro pueblo, que, por resultar muy ilustrati­va e interesante, merece la pena transcribir íntegra. Dice así:

«OLIVARES: villa con ayuntamien­to en la provincia y diócesis de Cuenca (6 leguas), partido judi­cial de San Clemente (6), au­diencia territorial de Albacete (15) y capitanía general de Cas­tilla la Nueva (Madrid 21). Si­tuada sobre una eminencia en terreno pedrego­so y dominando una vega de pan llevar. El clima es templado, combatido por los vientos del Norte y el Este, y muy propenso a calenturas inter­mitentes. Forman la población 298 casas de mediana construc­ción y a propósito para la ocu­pación de sus moradores; hay una fuente de buenas aguas de la que se surte el vecindario; escuela de ambos sexos concurrida por 40 niños y 20 niñas, dotado su mae­stro con 1.500 reales anuales; la iglesia parroquial bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción está servida por un cura de término y un presbítero para los caseríos anejos de Don Benito, Casa Blanca, aldea de Ucero y los molinos denominados Olivares, Marqués y Licenciado. Dentro de la población hay una ermita con la advocación de San Roque, y otra fuera bajo la de San Bartolomé, distante 500 pa­sos al Oeste. Confina el término por el Norte con la Parrilla; Este Valverde; Sur la Almarcha, y Oeste Hinojosa. El término es bastante quebra­do, sin que por esta razón deje de ser producti­vo; parte de él cruza el río Júcar que corre de Norte a Este y tiene un buen puente en el término. Al Este de la población hay un monte poblado de mata baja, del que se surten de leña. Los caminos son locales y su estado malo, a excepción de la carretera que lleva el correo de Madrid a Valen­cia, cuyo estado es regular. Para el servicio de aquel hay casa de postas con 5 caballos. La correspondencia se recibe de la administración de Tarancón, miércoles, viernes y domingos, y sale martes, jueves y domingos. Produce trigo, ceba­da, centeno, avena, azafrán, fruta y vino; la cosecha de más importancia es la de vino. Se cría ganado lanar y algún ca­brío. Caza de liebres, perdices y conejos, y pesca de loinas, barbos, algunas truchas y angui­las. Industria: la agrícola y dos molinos harineros, cuyo es­tado es floreciente, impulsados por las aguas del Júcar. Comer­cio: la exportación de algunos granos y frutas, vino y azafrán. Población: 282 vecinos; 1,122 almas. Capital en productos: 2.691­.000 reales; imponible, 134.550. El presupuesto munici­pal asciende a 6.000 reales, y se cubre con el fondo de pro­pios, pagando de aquella canti­dad 1.500 reales al secretario del ayuntamiento.»


(La fotografía pertenece a un altorrelieve tallado sobre la piedra en el muro norte de la iglesia, dentro del cementerio viejo. La fecha señalada en él es del año 1738, y las dos flores de lis, pienso que están tomadas del emblema familiar de los Borbones, cuyo primer representante, Felipe V, reinaba en España en aquel momento.)

martes, 14 de octubre de 2008

"EL CONDESTABLE"


EL CONDESTABLE

Durante el verano, y después de haber tenido noticia por el “Libro de fiestas” de que llevo publicados 17 libros -a punto estamos de que salga el número 18-, algunos de mis paisanos me han preguntado que cuales son esos libros, que adonde están, y que cómo se pueden adquirir. Lo mío es en todo caso escribirlos, no hacer publicidad de ellos, y mucho menos venderlos.
Dicho esto, lo único que puedo señalar es que todos aparecen en mi otro blog, en el de información general, con referencia a la provincia de Guadalajara de manera casi exclusiva, pues es en la que vivo y la que más conozco. Su dirección sería http://www.jserranobelinchon.blogspot.com/ a ella os podéis dirigir si tenéis interés por conocerlos.
Hoy, en cambio, por ser quizás el que más estimo, y también el que más trabajo me costó darlo a luz, quiero presentarlo aquí. Es la biografía novelada del español, y conquense, más importante de la primera mitad del siglo XV, el Condestable de Castilla don Álvaro de Luna, una historia apasionante basada en la realidad, su título es “El Condestable”, del que, además, os doy a leer como detalle una página sacada al azar de las 222 que consta el libro. El prólogo lo escribió un filólogo bien conocido, sobre todo por la gente mayor: D. Manuel Criado de Val, aquel que cuando las televisiones funcionaban en blanco y negro, presentó un programa muy interesante que se titulaba “La última palabra”.
Está publicado por la Editorial Aache, con el número 10 de la colección “Scripta Academiae”, dato suficiente para que, quien desee, lo pueda pedir en cualquier buena librería, o que el librero os lo consiga por encargo. Se anuncia en varias librerías por Internet; también se puede pedir por correo electrónico a la casa editorial, cuya dirección es ediciones@aache.com .
Y ahora a leer. Aquí tenéis como detalle del mismo la página prometida, la 133, por ejemplo:

El detalle:

«¿Acaso fue un descuido? No es fácil. ¿Fue quizá que los amigos del rey de Navarra tenían comprados a los vigilantes de Medina aquella noche? Posiblemente. Es cierto que la muralla fue abierta desde dentro por dos sitios distintos aquella noche, uno a cada lado de la ciudad, con unos boquetes por los que pudo entrar toda la tropa de los confederados, hombres y caballos que desde hacía dos semanas estuvieron acampados en las afueras esperando la oportunidad. Por uno de los agujeros abiertos en la muralla pasaron seiscientos hombres de armas al mando del rey de Navarra y de otros dos caballeros más. Por el otro entró el infante don Enrique con el resto de los caballeros y de los hombres de armas de su ejército.
El griterío de la gente estalló de pronto en la ciudad. El sonar de los cascos de los caballos contra el empedrado rompió el silencio de la media noche. El Rey se despertó con el alboroto, e inmediatamente se imaginó lo que había ocurrido. Se hizo armar, y a la grupa de su caballo salió del palacio con un bastón de mando en la mano y la cabeza descubierta. Un paje llevaba tras de él la lanza, la adarga y la celada. Su alférez, don Juan de Silva, tendió la bandera de la parte del Rey y así llegó hasta el centro mismo de la plaza de San Antolín, la más céntrica y popular de Medina del Campo. Enseguida acudieron a ponerse junto a él don Álvaro de Luna, los condes de Haro y de Ribadeo, con todos los grandes, caballeros y prelados que había en la Corte por aquellos días. Fueron muy pocos los hombres de a pie que salieron junto al Rey a esas horas de la noche. Tuvieron miedo del estruendo que se produjo en las calles mientras dormían y prefirieron quedarse en sus alojamientos, por lo menos hasta que pintara el día. Quinientos hombres, a lo sumo, se reunieron en la plaza en apoyo del Rey; muy pocos, comparado con el grueso de la tropa que acababa de pasar a través de la muralla.
Con los primeros claros de la mañana el Rey advirtió al Condestable que, puestos en la verdad de la situación, y sabiendo que era a él, más que al propio Rey, a quien buscaban, le convendría abandonar la ciudad y ponerse a salvo antes que los enemigos lo ocupasen entera. Primero se lo aconsejó como amigo, luego se lo ordenó como rey.»

domingo, 12 de octubre de 2008

OLIVARES DE JÚCAR (Reportaje de prensa)


OLIVARES DE JÚCAR (Reportaje de prensa)

Con el título “Olivares de Júcar en el centro geográfico de la provincia de Cuenca”, publiqué la primera semana de agosto de 2006 en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara, un extenso reportaje sobre nuestro pueblo. Iba acompañado de cuatro fotografías con lo más representativo del lugar, y un texto -el mismo que aquí incluyo- donde se daba a conocer a lo lectores alcarreños lo que nuestro pueblo es. Aprovechando la ocasión de que las nuevas tecnologías permiten lanzarlo a todo el mundo a través de nuestro “blog”, aquí os lo dejo.

Desde los últimos olivos del Cerro del Calvario, la tarde tiñe con limpias transparencias toda la Vega, los campos de labor de la Carrasquilla, el verde opaco del girasol en las tierras que cogió el pantano, y hasta las lejanas colinas de Valverde de Júcar, el pueblo de los famosos festivales de moros y cristianos, se advierten en la distancia con una sorprendente nitidez.
Hace tiempo que pensaba llevar al conocimiento de nuestros lectores este pueblo singular. Después de casi treinta años dando cuenta en este periódico de todos los pueblos de Guadalajara, de los cuatrocientos treinta y cuatro en los que vive gente, y de otros veinte más en donde no vive nadie, ha llegado el momento de que, más a golpe de corazón que en otras ocasiones, les presente este lugar de nuestra Comunidad Autónoma situado en el centro geográfico de la provincia de Cuenca. Se llama Olivares de Júcar, y tiene para mí un atractivo que no se repite en ningún otro. Es el pueblo donde nací, el pueblo de mis padres, el pueblo donde fui niño y fui muchacho, donde quedaron mis raíces, mis primeros amigos, y al que por nada del mundo sería capaz de renunciar.
Han pasado muchos años desde que dejé de figurar en su censo. La vida, como bien sabes amigo lector, gusta jugar con los hombres que somos sus esclavos, y con frecuencia nos arranca de nuestro lugar de origen por motivos la mar de diversos. Mi pueblo contaba con cerca de dos mil habitantes cuando siendo muchacho corría por sus calles, iba todos los días a su escuela, y vi aparecer cuando llegó el momento ese fenómeno natural, inevitable y tantas veces hermoso, de la adolescencia. Luego vinieron los estudios, la carrera, el primer destino, y así, el soplo de la casualidad me llevó en una mañana del mes de abril, ¡ya tan lejana!, a la provincia de Guadalajara, donde trabajé, fui feliz, lo sigo siendo, y jamás se me hubiera ocurrido salir de allí, entre otras cosas porque Guadalajara y Cuenca son para mí la misma cosa, las dos hermanas gemelas de nuestra Comunidad, con sólo unas cuantas, muy pocas, diferencias de matiz.
Pero era de mi pueblo del que os quería hablar. En este momento me encuentro en él tomando el sol del verano y disfrutando de amistades y de recuerdos. Nada en él me resulta extraño -salvo los nuevos rostros de la juventud- después de tantos años sin vivir aquí de forma permanente. Nunca le he perdido el hilo al vivir diario de mi pueblo, he gozado con él en los buenos momentos y he sufrido también con él en sus horas amargas.
De los cerca de dos mil habitantes que como dije llegó a tener, se ha quedado después de medio siglo en poco más de la quinta parte. Por los años cincuenta inundó el pantano de Alarcón las mejores tierras de su término, la despensa segura de mis paisanos con aquella ribera generosa que durante siglos les proporcionó trabajo, alimento y bienestar. Casi la mitad de las familias tuvieron que marchar a resolver en otros lugares algo tan preciso como la propia supervivencia, que de la noche a la mañana se anunció como el más serio problema a resolver, y ahora más bien olvidado que resuelto.
Olivares de Júcar es un pueblo de agricultores, con campos aceptables que mis paisanos cultivan primorosamente valiéndose de maquinarias adecuadas. La cebada y el girasol son los productos habituales que se cultivan en nuestros campos. También algo de huerta para el consumo familiar, que por lo general atienden los jubilados, ahora hijos o nietos de aquellos magníficos hortelanos de la ribera, expertos en el oficio antes que las aguas del embalse acabasen con ella de manera definitiva. Cuando las tierras inundadas vuelven a quedar al descubierto, mis paisanos las siembran de nuevo, bien de cereal, bien de girasol, sacándoles un rendimiento que, como no podía ser de otra manera, debe revertir en beneficio de la comunidad a través del ayuntamiento; un sistema de explotación que durante los últimos años ha ocasionado graves inconvenientes al no ser aceptado por todos.
Hace más de cincuenta años que el Ministerio de Agricultura llevó a cabo en este término la Concentración Parcelaria, digamos que a título experimental, ya que se trataba del tercero de los municipios españoles en los que se llevaba a cabo aquello que en su día se consideró algo así como la más importante revolución del agro español a lo largo de toda su historia. Hubo conflictos entre familias y entre particulares con la Administración del Estado. Aquello de que una finca heredada por varias generaciones, fuese a ser propiedad de otra persona distinta, era una prueba demasiado dura para quienes estaban acostumbrados a razonar más con los sentimientos que con la cabeza, y con la agravante de haberse metido en una aventura de la que nadie podía garantizar los resultados, sobre todo por tratarse de algo tan nuevo en nuestro país. Los buenos resultados se han visto años después, cuando a las maquinarias de gran volumen les está siendo posible faenar en parcelas de considerable superficie como son las actuales, un beneficio con el que no se hubiera podido pensar con aquellas incontables tierrecillas, diseñadas para labrar con el arado y recoger la cosecha a filo de hoz.
Olivares de Júcar es uno de los pueblos más castellanomanchegos de toda la región. Está situado en la línea divisoria entre la Meseta Norte y la Submeseta Sur (si así podemos llamar a la comarca manchega). Muchas de sus casas son blancas por tradición, y aunque el pueblo está enclavado entre dos barrancos importantes, el del Pilar y la Vega, sólo hay que apartarse de él en dirección sur no más de dos kilómetros, para vislumbrar el horizonte llano de las tierras manchegas, recuerdo vivo de las andanzas del Ilustre Hidalgo, con la fortaleza en pie de Garcimuñoz en lontananza, donde Jorge Manrique encontró la muerte a la que había cantado en bellísimas Coplas. Y hacia el norte, a sólo unos minutos de camino a orillas del Júcar, la Cuenca Serrana, con sus peñascos tallados por la erosión que anuncian más arriba al viajero aquel fenómeno paisajístico, irrepetible, de la Ciudad Encantada, en lo que bien pudiéramos considerar el corazón de la Serranía.
El mío no es un pueblo antiguo, aunque es posible encontrarse con algún detalle en sus alrededores de viejas civilizaciones (pequeños senderos, tal vez entre las ciudades romanas de Valeria y Segóbriga), no es posible hallar documento alguno que vaya más allá del siglo XVII. ¿Pudo ser alguna pertenencia más de los señores marqueses de Villena, simple caserío en tierras de olivar durante la segunda mitad del siglo XV? Es una posibilidad que no deberá descartarse, pero sin un documento oficial o simplemente literario que lo avale. La iglesia de la Asunción, ahora en espera de que se la rehabilite una vez acabadas las obras, y la ermita de San Roque, nos llevan al siglo XVII. La primera de sorprendente capacidad, lo que quiere decir que se pudo repoblar tarde, pero que en sus primeros siglos el pueblo debió de albergar un número de habitantes considerable.
En la actualidad el censo anda en torno a las seiscientas almas. Personas de edad en su mayoría, y otros más jóvenes que corren con la responsabilidad de sacar a flote lo que el campo es capaz de dar valiéndose de modernos medios. La agricultura es el único escape para la subsistencia, cada vez más difícil, habida cuenta de que la media de edad de los hombres del campo sobrepasa los cincuenta y que la perspectiva de natalidad es escasa, con pocos visos, por cierto, de que la juventud se plantee la posibilidad de dedicarse a los trabajos del campo.
Cuando llega el verano, los que están y los que nos fuimos, volvemos a abrir las puertas cerradas durante el resto del año. Es la historia mil veces repetida de la Castilla rural. Los más veteranos se reúnen en grupos cada mañana y cada tarde a contarse sus historias ya sabidas, y los demás disfrutando cada cual a su manera de la tierra madre, y un poco también a la espera de lo que nos pueda traer este año la fiesta del Patrón, el Santo Niño; dicen que el mas guapo de todos los patronos de todos los pueblos, y el único, eso sí es verdad, que viste con pantalones cortos como uno más de los niños del pueblo.
Ni qué decir, lector amigo, que también yo tengo un pueblo; un pueblo bonito en una provincia hermana, que no es la tuya seguramente, pero con la que comparto esos amores que desde hace tantos años -más de la mitad de mi vida- dedico a Guadalajara.

jueves, 9 de octubre de 2008

OLIVARES A VISTA DE PÁJARO


OLIVARES A VISTA DE PÁJARO

Los confines de la Manchuela en donde asienta el pueblo es un terreno irregular. Nada tiene que ver Olivares con esos otros lugares situados sobre un plano completamente horizontal de la llanura manchega, como es fácil comprobar viajando solamente unos cuantos kilómetros hacia el sur y dentro de nuestra misma provincia.
Entre un barranco importante: el del Pilar, y un valle de huertos, el de la Vega, se alza como a caballo una buena parte del pueblo. Al pie, ese revoltillo de curvas de las Arrevueltas, la gracia del verde intenso de los Lamparazos, y más arriba campos de labor en el secano, como en abierto contraste con las tierras del saliente, muy a distinto nivel, con dirección al río, campos de cultivo hasta donde la vista se pierde por las colinas grises de Valverde y por las demás sinuosidades que dibuja el horizonte, ahora punteadas allá a lo lejos con generadores eólicos que giran y giran a capricho del viento, algo tan connatural con el paisaje manchego.
Y Olivares, el pueblo, a manera de mirador con sus barrios diferentes, con sus plazas mayores y menores repartidas por todos los barrios; un pueblo que cedió en número de habitantes de forma alarmante, es verdad, pero que ganó en superficie al extenderse extramuros con decenas de almacenes, y con viviendas de aquellos que, con no mal criterio, prefieren para vivir el placer de las orillas dando vista al campo, detalle que en Olivares, y más todavía en ciertas épocas del año, es un regalo impagable.
La fotografía, facilitada años atrás por el ayuntamiento, da fe de todo lo dicho. Si pinchas en la imagen, ésta se ampliará de forma tal que podrás apreciar con detalle hasta el último rincón del pueblo y de sus alrededores.

lunes, 6 de octubre de 2008

EL BOLEO QUE SE FUE


EL BOLEO QUE SE FUE

Las generaciones más jóvenes lo desconocen, y la gente mayor lo añora. El juego del boleo, que nada tiene que ver con el clásico juego de bolos tan extendido por tantos pueblos de Castilla, es un viejo deporte rural que, en la modalidad que se jugó en Olivares, podíamos considerarlo como algo exclusivamente nuestro. Bolas de hierro de media libra, de una y dos, era el material al uso. Había que lanzarlas camino arriba, en un recorrido total de unos cuatrocientos metros, y volver de nuevo hasta el pie del Calvario, punto en el que toda la vida estuvo el límite. Lo normal fue jugarlo por parejas, aunque podían organizarse partidas individuales, incluso de tres jugadores por equipo tirando por riguroso turno. “Farrar” -extraña palabra- significaba iniciar la partida con el primer tiro, y “cerrar” era darla por concluida. Cuando una bola superaba a la del adversario en cierto número de metros, o de centímetros quizás, se le llamaba “ventaja”, y “tiro” cuando se le doblaba.
A veces, los jugadores empleaban un “boledor” de badana, por el que se metían los dedos índice y anular para sujetar la mano. Al boleador había quienes ataban una cinta de filaiz, que se liaba a la bola para que saliera más fuerte de la mano.
Hubo en sus buenos tiempos boleadores de primera, de segunda y de tercera. Quien esto escribe perteneció al último grupo de los tres. Los buenos, no sólo sabían administrar debidamente la fuerza, sino que, además, conocían muy bien el terreno y procuraban que el “pique” fuese sobre terreno duro, y al ser posible sobre piedra, para que la bola saliese disparada con mayor velocidad.
El “boleo”, como pista deportiva natural, ha desaparecido en Olivares. Se ha comenzado a edificar en sus márgenes, y una buena parte de su trayecto se ha convertido en calle pavimentada. Los posteriores intentos de los aficionados, por otros caminos más o menos cercanos al pueblo, no crean afición ni complacen a nadie. El boleo ha significado al cabo del tiempo, una de las más lamentables pérdidas del costumbrismo y del vivir diario de nuestro pueblo.
En esta imagen retrospectiva, Cayo Belinchón (q.p.d.) en el momento de lanzar la bola.

domingo, 5 de octubre de 2008

OLIVARES EN SEMANA SANTA


OLIVARES EN SEMANA SANTA

Como en todos los pueblos y ciudades de España, en Olivares se celebra la Semana Santa con todo el esplendor y con la devoción que requieren tan señalados días. Es ésta una de las temporadas en las que los olivareños que vivimos fuera nos, solemos juntar en el pueblo en cantidad importante. El hecho de que para muchos sea tiempo de vacación, favorece ese reencuentro.
Hace varios años que la Semana Santa de Olivares dio un cambio importante en su favor. La gente, comenzando por los más jóvenes, empezó a tomarse en serio las procesiones, y así, se crearon hermandades, se comenzaron a vestir con túnica y caperuz los feligreses, se fundó una banda local de cornetas y tambores, de manera tal que su estreno -allá por la tarde del Jueves Santo de 1994, si no recuerdo mal-se convirtió en unas horas memorables.
Cuenca es tierra eminentemente semanasantera. La capital de nuestra provincia es una de las cuatro o cinco ciudades de España cuya Semana Santa ha sido declarada de “interés internacional”, debido al arte de sus imágenes, a la gran cantidad de cofradías y de desfiles procesionales, al silencio con que se realizan, y al ambiente natural de sus calles y alrededores que colabora, como ningún otro, a esas jornadas de recogimiento.
Durante los seis últimos años, en los que la iglesia ha estado inhabilitada para el culto hasta que se acabaron las obras, la Semana Santa de Olivares ha acusado el golpe de manera sensible. Las imágenes hubo que guardarlas en almacenes particulares, y de ellos salían y a ellos regresaban después de la procesión en cada Semana Santa. Ese problema ha llegado a su fin, a Dios gracias, y éste es el momento en el que todo está previsto para que las cosas vuelvan a su cauce normal.
En la tarde-noche del Jueves Santo, procesionan desde la iglesia hasta el Calvario, con regreso por el Lejío y San Roque, tres cofradías: El Cristo de la Nave, Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores.
A esa misma hora en el Viernes Santo, con el mismo recorrido lo hacen las tres cofradías del día anterior, a la que se suma la cofradía del Santo Sepulcro. En la media mañana del Viernes, se sube hasta el Calvario con el Cristo de la Nave rezando el Vía Crucis.
En la madrugada del Domingo de Resurrección, es costumbre sacar a la calle la procesión del Encuentro, con la imagen de la Dolorosa, y la de Jesús Resucitado, más acorde con el momento, pues en años anteriores y por carecer de ella se acostumbraba sacar la del Santo Niño, Patrón del pueblo. El encuentro, previas las tres reverencias que manda la tradición, tiene lugar en la plaza del Lejío.

miércoles, 1 de octubre de 2008

VIRGILIO MOYA (IN MEMORIAM)


VIRGILIO MOYA (in memoriam)

No es fácil valorar en justicia lo que supone la pérdida para un pueblo, pequeño como el nuestro, de un personaje de la talla intelectual y humana de Virgilio. Profesor de universidad, investigador profundo, autor de una serie importante de libros sobre Filología y Traducción, entre los que vale la pena destacar el último de ellos: Diccionario de léxico y referentes culturales, que tuvo tiempo de concluir, pero que su inesperada muerte, a los 59 años, le impidió ver publicado.
Su pérdida me causó dolor como paisano y como amigo. El último verano que pasó en el pueblo tuve la suerte de compartir con él algunos ratos en el bar, tomando café -una de sus debilidades-, o en el Lejío a la sombra del porche de su hermano Sine, o en la sobremesa de la comida popular de la fiesta del Niño, a la que pertenece la fotografía que arriba se incluye, en ese ambiente distendido y feliz con su familia y amigos.
Del sentimiento de admiración y de dolor que dejó Virgilio entre quienes lo conocieron y lo trataron, transcribo literalmente el párrafo final del artículo en su memoria que, desde la Universidad de Las Palmas, colgó en la web de su departamento Isabel Pascua Febles, coordinadora del grupo de trabajo al que Virgilio perteneció en vida, y que dice así:
«Aunque éste es un homenaje académico, no puedo evitar comentar algo personal. Por muchos conocimientos, por muy amplia que fuera su cultura, por mucho que lo admiráramos desde el punto de vista profesional, fue bastante más importante el afecto que sentía por sus compañeras. Tal vez por ello su ausencia se nos hace dura y, muchas veces incierta. Puede pensarse que mis palabras son fruto del exceso, de ese amor de compañera y amiga, pero reflejan objetivamente nuestra gran admiración y el reconocimiento de un académico, de un intelectual, de un gran humanista, de un universitario de los de antes y de los de siempre. Continuamente en el recuerdo,Virgilio».
Y también en el nuestro.