martes, 14 de octubre de 2008

"EL CONDESTABLE"


EL CONDESTABLE

Durante el verano, y después de haber tenido noticia por el “Libro de fiestas” de que llevo publicados 17 libros -a punto estamos de que salga el número 18-, algunos de mis paisanos me han preguntado que cuales son esos libros, que adonde están, y que cómo se pueden adquirir. Lo mío es en todo caso escribirlos, no hacer publicidad de ellos, y mucho menos venderlos.
Dicho esto, lo único que puedo señalar es que todos aparecen en mi otro blog, en el de información general, con referencia a la provincia de Guadalajara de manera casi exclusiva, pues es en la que vivo y la que más conozco. Su dirección sería http://www.jserranobelinchon.blogspot.com/ a ella os podéis dirigir si tenéis interés por conocerlos.
Hoy, en cambio, por ser quizás el que más estimo, y también el que más trabajo me costó darlo a luz, quiero presentarlo aquí. Es la biografía novelada del español, y conquense, más importante de la primera mitad del siglo XV, el Condestable de Castilla don Álvaro de Luna, una historia apasionante basada en la realidad, su título es “El Condestable”, del que, además, os doy a leer como detalle una página sacada al azar de las 222 que consta el libro. El prólogo lo escribió un filólogo bien conocido, sobre todo por la gente mayor: D. Manuel Criado de Val, aquel que cuando las televisiones funcionaban en blanco y negro, presentó un programa muy interesante que se titulaba “La última palabra”.
Está publicado por la Editorial Aache, con el número 10 de la colección “Scripta Academiae”, dato suficiente para que, quien desee, lo pueda pedir en cualquier buena librería, o que el librero os lo consiga por encargo. Se anuncia en varias librerías por Internet; también se puede pedir por correo electrónico a la casa editorial, cuya dirección es ediciones@aache.com .
Y ahora a leer. Aquí tenéis como detalle del mismo la página prometida, la 133, por ejemplo:

El detalle:

«¿Acaso fue un descuido? No es fácil. ¿Fue quizá que los amigos del rey de Navarra tenían comprados a los vigilantes de Medina aquella noche? Posiblemente. Es cierto que la muralla fue abierta desde dentro por dos sitios distintos aquella noche, uno a cada lado de la ciudad, con unos boquetes por los que pudo entrar toda la tropa de los confederados, hombres y caballos que desde hacía dos semanas estuvieron acampados en las afueras esperando la oportunidad. Por uno de los agujeros abiertos en la muralla pasaron seiscientos hombres de armas al mando del rey de Navarra y de otros dos caballeros más. Por el otro entró el infante don Enrique con el resto de los caballeros y de los hombres de armas de su ejército.
El griterío de la gente estalló de pronto en la ciudad. El sonar de los cascos de los caballos contra el empedrado rompió el silencio de la media noche. El Rey se despertó con el alboroto, e inmediatamente se imaginó lo que había ocurrido. Se hizo armar, y a la grupa de su caballo salió del palacio con un bastón de mando en la mano y la cabeza descubierta. Un paje llevaba tras de él la lanza, la adarga y la celada. Su alférez, don Juan de Silva, tendió la bandera de la parte del Rey y así llegó hasta el centro mismo de la plaza de San Antolín, la más céntrica y popular de Medina del Campo. Enseguida acudieron a ponerse junto a él don Álvaro de Luna, los condes de Haro y de Ribadeo, con todos los grandes, caballeros y prelados que había en la Corte por aquellos días. Fueron muy pocos los hombres de a pie que salieron junto al Rey a esas horas de la noche. Tuvieron miedo del estruendo que se produjo en las calles mientras dormían y prefirieron quedarse en sus alojamientos, por lo menos hasta que pintara el día. Quinientos hombres, a lo sumo, se reunieron en la plaza en apoyo del Rey; muy pocos, comparado con el grueso de la tropa que acababa de pasar a través de la muralla.
Con los primeros claros de la mañana el Rey advirtió al Condestable que, puestos en la verdad de la situación, y sabiendo que era a él, más que al propio Rey, a quien buscaban, le convendría abandonar la ciudad y ponerse a salvo antes que los enemigos lo ocupasen entera. Primero se lo aconsejó como amigo, luego se lo ordenó como rey.»

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