domingo, 12 de octubre de 2008

OLIVARES DE JÚCAR (Reportaje de prensa)


OLIVARES DE JÚCAR (Reportaje de prensa)

Con el título “Olivares de Júcar en el centro geográfico de la provincia de Cuenca”, publiqué la primera semana de agosto de 2006 en el diario “Nueva Alcarria” de Guadalajara, un extenso reportaje sobre nuestro pueblo. Iba acompañado de cuatro fotografías con lo más representativo del lugar, y un texto -el mismo que aquí incluyo- donde se daba a conocer a lo lectores alcarreños lo que nuestro pueblo es. Aprovechando la ocasión de que las nuevas tecnologías permiten lanzarlo a todo el mundo a través de nuestro “blog”, aquí os lo dejo.

Desde los últimos olivos del Cerro del Calvario, la tarde tiñe con limpias transparencias toda la Vega, los campos de labor de la Carrasquilla, el verde opaco del girasol en las tierras que cogió el pantano, y hasta las lejanas colinas de Valverde de Júcar, el pueblo de los famosos festivales de moros y cristianos, se advierten en la distancia con una sorprendente nitidez.
Hace tiempo que pensaba llevar al conocimiento de nuestros lectores este pueblo singular. Después de casi treinta años dando cuenta en este periódico de todos los pueblos de Guadalajara, de los cuatrocientos treinta y cuatro en los que vive gente, y de otros veinte más en donde no vive nadie, ha llegado el momento de que, más a golpe de corazón que en otras ocasiones, les presente este lugar de nuestra Comunidad Autónoma situado en el centro geográfico de la provincia de Cuenca. Se llama Olivares de Júcar, y tiene para mí un atractivo que no se repite en ningún otro. Es el pueblo donde nací, el pueblo de mis padres, el pueblo donde fui niño y fui muchacho, donde quedaron mis raíces, mis primeros amigos, y al que por nada del mundo sería capaz de renunciar.
Han pasado muchos años desde que dejé de figurar en su censo. La vida, como bien sabes amigo lector, gusta jugar con los hombres que somos sus esclavos, y con frecuencia nos arranca de nuestro lugar de origen por motivos la mar de diversos. Mi pueblo contaba con cerca de dos mil habitantes cuando siendo muchacho corría por sus calles, iba todos los días a su escuela, y vi aparecer cuando llegó el momento ese fenómeno natural, inevitable y tantas veces hermoso, de la adolescencia. Luego vinieron los estudios, la carrera, el primer destino, y así, el soplo de la casualidad me llevó en una mañana del mes de abril, ¡ya tan lejana!, a la provincia de Guadalajara, donde trabajé, fui feliz, lo sigo siendo, y jamás se me hubiera ocurrido salir de allí, entre otras cosas porque Guadalajara y Cuenca son para mí la misma cosa, las dos hermanas gemelas de nuestra Comunidad, con sólo unas cuantas, muy pocas, diferencias de matiz.
Pero era de mi pueblo del que os quería hablar. En este momento me encuentro en él tomando el sol del verano y disfrutando de amistades y de recuerdos. Nada en él me resulta extraño -salvo los nuevos rostros de la juventud- después de tantos años sin vivir aquí de forma permanente. Nunca le he perdido el hilo al vivir diario de mi pueblo, he gozado con él en los buenos momentos y he sufrido también con él en sus horas amargas.
De los cerca de dos mil habitantes que como dije llegó a tener, se ha quedado después de medio siglo en poco más de la quinta parte. Por los años cincuenta inundó el pantano de Alarcón las mejores tierras de su término, la despensa segura de mis paisanos con aquella ribera generosa que durante siglos les proporcionó trabajo, alimento y bienestar. Casi la mitad de las familias tuvieron que marchar a resolver en otros lugares algo tan preciso como la propia supervivencia, que de la noche a la mañana se anunció como el más serio problema a resolver, y ahora más bien olvidado que resuelto.
Olivares de Júcar es un pueblo de agricultores, con campos aceptables que mis paisanos cultivan primorosamente valiéndose de maquinarias adecuadas. La cebada y el girasol son los productos habituales que se cultivan en nuestros campos. También algo de huerta para el consumo familiar, que por lo general atienden los jubilados, ahora hijos o nietos de aquellos magníficos hortelanos de la ribera, expertos en el oficio antes que las aguas del embalse acabasen con ella de manera definitiva. Cuando las tierras inundadas vuelven a quedar al descubierto, mis paisanos las siembran de nuevo, bien de cereal, bien de girasol, sacándoles un rendimiento que, como no podía ser de otra manera, debe revertir en beneficio de la comunidad a través del ayuntamiento; un sistema de explotación que durante los últimos años ha ocasionado graves inconvenientes al no ser aceptado por todos.
Hace más de cincuenta años que el Ministerio de Agricultura llevó a cabo en este término la Concentración Parcelaria, digamos que a título experimental, ya que se trataba del tercero de los municipios españoles en los que se llevaba a cabo aquello que en su día se consideró algo así como la más importante revolución del agro español a lo largo de toda su historia. Hubo conflictos entre familias y entre particulares con la Administración del Estado. Aquello de que una finca heredada por varias generaciones, fuese a ser propiedad de otra persona distinta, era una prueba demasiado dura para quienes estaban acostumbrados a razonar más con los sentimientos que con la cabeza, y con la agravante de haberse metido en una aventura de la que nadie podía garantizar los resultados, sobre todo por tratarse de algo tan nuevo en nuestro país. Los buenos resultados se han visto años después, cuando a las maquinarias de gran volumen les está siendo posible faenar en parcelas de considerable superficie como son las actuales, un beneficio con el que no se hubiera podido pensar con aquellas incontables tierrecillas, diseñadas para labrar con el arado y recoger la cosecha a filo de hoz.
Olivares de Júcar es uno de los pueblos más castellanomanchegos de toda la región. Está situado en la línea divisoria entre la Meseta Norte y la Submeseta Sur (si así podemos llamar a la comarca manchega). Muchas de sus casas son blancas por tradición, y aunque el pueblo está enclavado entre dos barrancos importantes, el del Pilar y la Vega, sólo hay que apartarse de él en dirección sur no más de dos kilómetros, para vislumbrar el horizonte llano de las tierras manchegas, recuerdo vivo de las andanzas del Ilustre Hidalgo, con la fortaleza en pie de Garcimuñoz en lontananza, donde Jorge Manrique encontró la muerte a la que había cantado en bellísimas Coplas. Y hacia el norte, a sólo unos minutos de camino a orillas del Júcar, la Cuenca Serrana, con sus peñascos tallados por la erosión que anuncian más arriba al viajero aquel fenómeno paisajístico, irrepetible, de la Ciudad Encantada, en lo que bien pudiéramos considerar el corazón de la Serranía.
El mío no es un pueblo antiguo, aunque es posible encontrarse con algún detalle en sus alrededores de viejas civilizaciones (pequeños senderos, tal vez entre las ciudades romanas de Valeria y Segóbriga), no es posible hallar documento alguno que vaya más allá del siglo XVII. ¿Pudo ser alguna pertenencia más de los señores marqueses de Villena, simple caserío en tierras de olivar durante la segunda mitad del siglo XV? Es una posibilidad que no deberá descartarse, pero sin un documento oficial o simplemente literario que lo avale. La iglesia de la Asunción, ahora en espera de que se la rehabilite una vez acabadas las obras, y la ermita de San Roque, nos llevan al siglo XVII. La primera de sorprendente capacidad, lo que quiere decir que se pudo repoblar tarde, pero que en sus primeros siglos el pueblo debió de albergar un número de habitantes considerable.
En la actualidad el censo anda en torno a las seiscientas almas. Personas de edad en su mayoría, y otros más jóvenes que corren con la responsabilidad de sacar a flote lo que el campo es capaz de dar valiéndose de modernos medios. La agricultura es el único escape para la subsistencia, cada vez más difícil, habida cuenta de que la media de edad de los hombres del campo sobrepasa los cincuenta y que la perspectiva de natalidad es escasa, con pocos visos, por cierto, de que la juventud se plantee la posibilidad de dedicarse a los trabajos del campo.
Cuando llega el verano, los que están y los que nos fuimos, volvemos a abrir las puertas cerradas durante el resto del año. Es la historia mil veces repetida de la Castilla rural. Los más veteranos se reúnen en grupos cada mañana y cada tarde a contarse sus historias ya sabidas, y los demás disfrutando cada cual a su manera de la tierra madre, y un poco también a la espera de lo que nos pueda traer este año la fiesta del Patrón, el Santo Niño; dicen que el mas guapo de todos los patronos de todos los pueblos, y el único, eso sí es verdad, que viste con pantalones cortos como uno más de los niños del pueblo.
Ni qué decir, lector amigo, que también yo tengo un pueblo; un pueblo bonito en una provincia hermana, que no es la tuya seguramente, pero con la que comparto esos amores que desde hace tantos años -más de la mitad de mi vida- dedico a Guadalajara.

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