lunes, 12 de mayo de 2014

FIESTA DE LA VIRGEN DE UCERO




Desde mis años de adolescencia que asistí a esta fiesta por última vez, tan entrañable y tan querida por la gente de nuestro pueblo, no había vuelto a esa cita anual hasta la tarde de ayer. Todo es distinto; en primer lugar por el sitio en donde se celebra: Por entonces, y así desde hacía siglos, lo era en la aldea de Ucero; ahora, en el pueblo de Villaverde en la casa de Flor. En la antigüedad éramos gentes de Olivares los que de manera casi exclusiva solíamos asistir en romería, el segundo domingo del mes de mayo a compartir su fiesta con las cuatro o cinco familias de lugareños, en la ermita local, dependiente de nuestra iglesia. En la nueva modalidad de la fiesta, y por lo que pude comprobar ayer, somos mitad por mitad los que asistimos de ambos pueblos; entonces era una romería, ahora es un encuentro de buena amistad patrocinado y sostenido por Flor, una ucereña de casta y de corazón grande, a cuya costa se continúa celebrando la fiesta, que con distinto cariz, pero siempre con la imagen tardorrománica de la Virgen del Lucero como única protagonista, se sigue celebrando.

            En aquellos nuestros tiempos de juventud la fiesta duraba todo el día: Santa Misa, procesión con la imagen en torno a la aldea, comida de campo al aire libre por grupos de familia, y como resultado un hermoso día de convivencia que se repetía cada año. Ahora, ayer, fueron sólo dos horas de estancia las que ocupó la fiesta: acogida de fieles por la anfitriona en la capilla de su propia casa en honor de la Virgen con su sagrada imagen; Misa vespertina celebrada por el párroco del lugar y cantada por el grupo "Alajú", y generosa invitación de zurra, magdalenas -riquísimas, por cierto-, que al menos en mi caso ha servido para recordar aquellos años, ya lejanos, de juventud, con los sembrados como testigos en aquel bellísimo panorama de campos ondulantes, faltos de agua casi siempre por estas fechas (de lluvia, entiéndase, no de la embalsada, que de esa hay para dar y tomar), y el canto de súplica de mis paisanos y paisanas que comenzaba así:

            “Virgen del Lucero,
            Poderosa Madre,
            Mándanos el agua,
            No nos desampares…”

            Y que ayer, tímidamente, veladamente, volvió a resonar en gargantas que lo habían olvidado en muchas de sus partes, pero que firmaron el compromiso de volverlo a recuperar, y volverlo a catar, como durante siglos quizás los hicieron sus abuelos.


            En el libro que hace casi veinte años escribí dedicado a nuestro pueblo, hay un capítulo dedicado a esta fiesta. En él se dicen muchas cosas, y de él transcribo el siguiente párrafo, que es una invitación al recuerdo:
         «A eso de la media mañana se oye a distancia sonar por los sembrados el campanillo de la ermita, avisando a los que llegan que la Misa empezará de un momento a otro. Las gentes se van acomodando por los alrededores del caserío, a la sombra de los árboles si los hay o de sus carruajes en pequeños grupos de familia. El sonoro esquiloncillo da el último toque. Como la ermita resulta pequeña, decenas de asistentes han de seguir la ceremonia desde el exterior. Al terminar el acto religioso dentro de la ermita, se saca en procesión la imagen de la Virgen que da la vuelta entera un par de veces por los alrededores de las casas. El público fiel camina detrás de las andas entonando cantos de súplica, que los campos de la aldea oyen repetir cada año.»