domingo, 28 de septiembre de 2008

LAS FIESTAS DEL SANTO NIÑO


LAS FIESTAS DEL SANTO NIÑO

Las fiestas mayores del pueblo en honor del Santo Niño, o del Dulce nombre de Jesús (Hch. 4.12), han sido movidas del calen­dario en dos ocasiones. En la actualidad comienzan en la tarde-noche del día 15 de agosto y tienen su día final en una fecha imprecisa (entre el 19 y el 21 del mismo mes). Hace mucho tiempo -sólo los más viejos del lugar guardan memoria de ello- se celebraron en el mes de enero (segundo domingo), y más tarde en septiembre (tercer domingo), hasta los años del éxodo que aquí, como en tantas otras comarcas del medio rural, se produjo durante la década de los años sesenta del pasado siglo.
Fueron las fiestas patronales del Santo Niño durante años y décadas, el escape deseado y merecido para los duros quehaceres de los olivareños. Eran días de verdadero gozo, con un marcado sentido popular en el que, los casi dos mil habitantes del censo se erigían en protagonistas de su propia fiesta; primero en torno al acontecer religioso, cuyo centro de atención fue la antigua imagen del Niño (verdaderamente hermoso, según cuentas quienes lo conocieron), y luego la figura, no menos tierna y entrañable del Santo Niño actual, que vemos en la imagen, réplica bien conseguida de aquella otra anterior a la guerra civil. Los festejos profanos gozaron, así mismo, de una enorme importancia, incluso para el resto de los pueblos de la comarca, circunstancia que todavía se da hasta el punto de que en dos o tres noches señaladas de la fiesta de agosto, son más los forasteros que deambulan por nuestras calles que los propios nativos; pues, aun contando con los miem­bros de nuestras familias que no nacieron aquí, somos en todo caso minoría.
Suponen a estas alturas las fiestas del Santo Niño un encuentro con una buena parte de los olivareños que en tiempo pasado abando­naron la patria chica, y con no pocos de sus descen­dientes que acuden puntuales cada verano a la convocatoria festiva de la casa común. Las fiestas son ante todo un espectáculo prolon­gado, familiar e íntimo -cada vez menos familiar y menos íntimo- con acordes sonoros de banda de música en las dianas y pasacalles, y explosiones de pólvora como telón de fondo.
El Lejío sigue siendo, como antes también lo fue, el corazón de la fiesta; punto en el que concurren los tenderetes y en donde se dan la mayor parte de las ofertas festivas en las que se puede participar durante esos días. De un tiempo a hoy la fiesta jolgo­riosa del baile popular, de las competiciones deportiva y de los concursos, ha variado de manera sensible hacia la fiesta del consumo fácil. Tan sólo se han conseguido librar del vaivén de los tiempos las manifestaciones religiosas, que continúan situadas en el lugar que les corresponde con toda la pompa y solemnidad que tuvieron siempre: la Salve que se canta durante la noche de la víspera en honor a la Virgen, y las multitudinarias celebracio­nes litúrgicas con procesión de los días 16 (fiesta mayor) y 17 (procesión de la subasta), tal vez hayan ganado en vistosidad, ilusión y entusiasmo.
La Ranra juega un papel fundamental durante las dos prime­ras fechas. Sus componentes se encargan de brindar colorido y de ofrecer un carácter personal a la fiesta. Entre las más destacadas innovaciones del acto religioso, figura la ofrenda floral al Santo Niño durante la procesión del día dieciséis, aportación, como cabe suponer, de la colonia olivareña en tierras de Valencia y que el pueblo, con el paso del tiempo asumió como suya.
Por lo demás, orquestas para baile cada noche en el Lejío, y capea durante las últimas fechas en la nueva plaza de toros, completan con algunos actos más de diversión el cuadro festivo anual en honor de nuestro Santo Patrón. La aceptación durante las noches de pólvora y encierro de nuestras fiestas por parte de la juventud de los pueblos vecinos, resulta extraordinaria -tal vez demasiado extraordinaria-, hasta el punto de hacerse práctica­mente imposible el tránsito por algunos espacios cruciales.
Un voto a favor del “pregón de fiestas”, como acertada aportación cultural, y de la “comida popular fin de fiesta”, novedades a las que se les dedica en este blog una página aparte.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

COMIDA POPULAR FINAL DE FIESTA


COMIDA POPULAR FINAL DE FIESTA

Por lo que tiene de convivencia en común y de trato con la gente, es éste para mí el verdadero broche de oro en las fiestas del Santo Niño. Se trata de una actividad festiva con un origen reciente. Tiene lugar en el interior del túnel que deja el nuevo trazado de la carretera de Cuenca a la altura de la ermita de San Isidro.
Se me antoja como una especie de homenaje público de feliz reconocimiento a la estrella del menú festivo por excelencia: la caldereta de carne de toro, una delicia para el paladar cuando es cocinada y debidamente condimentada por algunos de los hombres del pueblo, expertos en esta clase de eventos gastronómico, quienes bien entrada la mañana se reúnen en el ruedo de la plaza de toros, sitúan a cierta distancia unas de otras las sartenes de la fritura, y con buena leña, buenos ánimos, y mejores ingredientes, se ponen manos a la obra de su faena, en la que han demostrado ser, un año tras otro, auténticos maestros.
Al hilo de las tres de la tarde, cuando los dos o tres centenares de comensales ya se han situado por grupos de amistad a de familia a un lado y al otro del ancho túnel, la comitiva de los cocineros se hace notar por el camino de las eras a tiro de cohetes, de dulzaina y tamboril, o de música de charanga como en la última edición.
Son doce o quince calderetas las que se distribuyen a lo largo del pasillo central del túnel, tantas y con tal cantidad de producto, que a pesar del elevado número de comensales, todavía suele sobrar una buena parte de la vianda.
Bien comidos y bien bebidos, aunque siempre con unos gramos de moderación, los olivareños ponen -ponemos- punto final a las fiestas patronales sin demasiado pesar ni nostalgia alguna, pues todo el mundo sabe que con renovados ánimos todo volverá a repetirse al año siguiente.
Una función de variedades que, cómo no, también cuenta en gran número con sus incondicionales entre la gente mayor, será la que cierre definitivamente las fiestas patronales en horas bien avanzadas de la noche.

martes, 23 de septiembre de 2008

PARAJES Y PAISAJES ( II )


PARAJES Y PAISAJES ( II )


El Pilar es en realidad un barrio periférico del pueblo, pero también un paraje característico situado al norte del vecindario, al que se conoce como Barranco del Pilar. Siempre estuvo cultivado de huertos, y en una pequeña parte todavía lo está. Se riega con el agua sobrante de la fuente que queda por encima, en la parte alta. La Fuente del Pilar conserva su chorro permanente, y tiene al pie un cumplido abrevadero, casi cuadrado, en el que durante pasadas décadas se sirvieron para beber los pares de mulas que bajaban en verano de trillar desde las eras de las Columnas. En el barrio del Pilar se han construido últimamente algunas viviendas de nueva planta, y transformado la carretera -la antigua general de Madrid a Valencia- con obras recientes de importante envergadura.

Los Lamparazos son dos vallejuelos o cañadas parejos y muy similares, situados al borde de la antigua carretera general cercana al pueblo. En ellos abunda el matorral, los zarzales y el álamo blanco. Fueron muy estimados por sus aguas para el riego; lugares frescos en los que nunca falta el trino sutil y variopinto de diversas especies de pájaros cantores. En uno de ellos se instaló un cómodo merendero.

El Vivero ha perdido ya todo su viejo encanto, y lo tuvo abundante. Su nombre nos lleva a pensar que fue en otro tiempo criadero de árboles, posi­blemente de olmos, para repoblar cuando su trazado los márgenes de las carreteras. Hubo en aquel lugar una casilla de peones camine­ros, de la que apenas queda un montón de piedras, o tal vez ya ni aun eso. Fue un lugar ameno y arbolado, al que daba verdadero gozo ir. Queda a dos kilómetros del pueblo, bajando por la antigua carretera general a mano derecha, con dirección al río.

El Cerro de la Horca resguarda al pueblo de los aires del norte. Sirve de mirador hacia el caserío desde las eras de las Columnas. Es, como casi todos los cerros que entornan a Olivares, de tierra caliza y dura, siendo muy frecuente hallar sobre la superficie puntas de lanza de yeso cristalizado, que los lugareños conocen por "espejillo". En el Cerro de la Horca -que por su nombre pudo ser lugar de ejecución en tiempos muy remotos-, era costumbre colocar durante la noche de difuntos las "calaveras", hechas de calabazas huecas con ojos, boca, y una vela encendida en su interior, mirando al pueblo.

Las Columnas son las tierras altas que hay a la salida del pueblo, a uno y otro lado de la carretera de Cuenca. Hasta su desaparición con la llegada de las modernas técnicas agrícolas, en las Columnas hubo casi un centenar de eras para los trabajos de trilla y recolección. Fueron impresionantes los copudos olmos de las eras, de los que todavía se conserva algún hermoso ejemplare, la mayoría de ellos dañados por la epidemia que amenazó acabar con la especie durante los últimos años. En las eras de las Columnas se jugaba al fútbol, a falta de un campo mejor, contra los equipos de mozos de otros pueblos vecinos. El nombre le viene dado porque, hasta hace algunos años, existieron sobre la parte alta de las eras dos columnas enormes de hierro, de las que sostenían el tendido eléctrico de alta tensión.

El Lavadero del Cojo fue un lugar privilegiado por la abun­dancia de agua que manaba de una fuente a ras de tierra y como tal que ya no existe. Quedaba muy cerca de la rambla de las Cañás, y se llegaba por un camino que parte de la carretera de Cuenca, con dirección a La Parrilla, a un kilómetro escaso de las eras de las Columnas. En el Lavadero del Cojo había dos pilones enormes, preparados en sus bordes con artesas de cemento para lavar la ropa. Las mujeres acudían a lavar casi todas las semanas, con el avío de ropa sucia en un serón de esparto a lomos de una caballe­ría. A última hora de la tarde regresaban con su cargamento de ropa lavada y seca. Los dueños del lavadero solían cobrar una peseta por el servicio, y dos durante los años últimos cercanos a su cierre definitivo. Se clausuró hace más de cincuenta años, cuando el agua se llevó a las casas y en los hogares se contaba con medios más prácticos y más cómodos.

Las Arrevueltas es el nombre popular con el que en el pueblo se conoce la serie de curvas que forma al salir la carretera que baja hasta el cementerio. Son cinco en total las curvas que aparecen antes de llegar a la Fuente de las Palomas. Cuando entra el buen tiempo, las Arrevueltas sirven como lugar de paseo que la gente suele frecuentar, sobre todo al caer la tarde y en los anocheceres serenos del verano. La imagen representa un aspecto de las Arrevueltas desde el pretil de la iglesia.

lunes, 22 de septiembre de 2008

PARAJES Y PAISAJES ( I )


PARAJES Y PAISAJES ( I )

Por las orillas de Olivares, pero dentro de lo que es posible llegar dando un paseo, son varios los lugares que para los vecinos tienen un atractivo muy especial; parajes del agrado de todos; sitios donde a la gente gusta ir y recordar con nostalgia; campos u orillas cargados de recuerdos de juventud siempre entrañables. Casi ninguno de estos sitios es ya lo que fueron antes. Al publico, unos por probar fortuna y otros por necesidad cuando el pantano acabó con la ribera, les dio por emigrar y el campo se quedó adonde estaba, allí en su sitio, ajeno al dictado de los nuevos tiempos; pero en cada lugar queda para cuantos ya hemos llegado a la madurez el memorial afectuoso de lo que antes fue, de lo que significó en su día como escenario incomparable de nuestras alegres correrías de juventud.
De todos estos parajes que rodean al pueblo, posiblemente sean los más significativos:

La Vega, con su famoso puente en la carretera que sale hacia La Almarcha. En la Vega no se hizo la concentración parcelaria por tratarse de una tierra excepcional, de regadío, muy cercana al pueblo. Se extiende extramuros al suroeste del caserío, y baja de poniente a saliente a uno y otro lado de la rambla. Casi todo el vecindario tenía (y aún tiene) su pequeña parcela en la Vega; terrezuelas de ínfima capacidad, de doscientos o de trescientos metros cuadrados como mucho por término medio, que fueron durante tanto tiempo despensa de hortalizas para casi todo el pueblo. Desde la Vega se regresa por la senda empina­da de los Olmos de Poveda o por la Cuesta de la Iglesia. Hoy, el vistoso vallejo de la Vega se ve atravesado por el nuevo desvío en la carretera de Cuenca. La visión abierta de la Vega desde el pretil de la iglesia, es la imagen que nunca se borra en la memoria de los olivareños.

La Fuente de las Palomas está situada junto a la antigua carretera de Valencia, entre copudos y elevados olmos al otro lado del cementerio. Tiene un pilón alargado de cemento. Su agua, en exceso caliza, baja entubada a flor de piel desde la cima del cerro próximo en donde tiene el manantial. Sirvió durante muchos años como abrevadero para los pares de mulas que pasaban por allí a diario hacia la Ribera, o hacia los trabajos de labor y de acarreo. Su agua, que sigue manando como un pequeño hilo, limpio y transparente que baja desde el cerro, hoy se aplica para lavar los coches y para que los niños bajen a pescar renacuajos.

Cañalastejas es el nombre de la cañada que se cierra al final de un valle que lleva su mismo nombre. Dista del pueblo algo más de un kilómetro en línea recta y se va por camino de tierra. En Cañalastejas manó siempre una de las fuentes más emblemáticas del término. La abundancia de vegetación, las frescas sombras, lo escondido y romántico del sitio durante los atardeceres, convierten a aquel en uno de los rincones más aconsejables para el paseo, incluso para dar cuenta de una merienda a la sombra de los pinos cercanos.

La Cruz del Cerro Tejao la han movido de sitio para construir la desviación de la carretera de Cuenca. Se alcanza a ver sobre un montículo desde las inmediaciones del pueblo y desde el atrio de la iglesia. Más o menos está situada entre la Vega y la carretera de La Almarcha a la altura de la Fuente de la Guindale­ra.
Parece ser que la mandó levantar un coronel carlista, hacia los años finales de la guerra contra los isabelinos, aunque de ello nada debió quedar escrito. La forman dos pesadas piezas de caliza; una como brazo principal sube desde el suelo hasta la cruz propiamente dicha, la otra forma los tres brazos restantes en un solo bloque.

El Pozo. Fue durante años -siglos quizá- la fuente de agua potable que sirvió al pueblo para el consumo diario de personas y de familias. Hay varios pozos en Olivares, pero el pozo por antonomasia, El Pozo, queda al poniente del casco urbano, apartado escasamente quinientos metros desde las últimas casas. La desviación de la carretera de Cuenca lo ha separado del pueblo y ahora se accede a él por el ojo de un enorme túnel de metal. En el año 1991 se construyó sobre el manadero de El Pozo una ermita en honor de San Isidro.
El público utilizó sus servicios, acarreando el agua con caballerías provistas de aguaderas de esparto para cuatro cánta­ros, hasta la década de los años sesenta que se llevó el agua a los distintos domicilios.

La Moraleja queda como remate de un mismo valle al final de la Vega, con dirección al antiguo camino de La Hinojosa. Choperas de finos y elevados ejemplares, huertecillas fértiles, ceremeños y matorral, constituyen la vegetación propia de aquel paraje. El reciente desvío de la carretera de Cuenca ha dejado los campos de la Moraleja apartados del resto de la vega.


En la fotografía un aspecto de la Vega de Olivares en el mes de mayo.

jueves, 18 de septiembre de 2008

SE RESTAURÓ LA IGLESIA


SE RESTAURÓ LA IGLESIA

Por fin hemos vuelto a ocupar la iglesia. Han sido seis años los que ha permanecido cerrada por no ofrecer, según los expertos, un mínimo de seguridad para que en ella se celebrasen los actos religiosos habituales. Durante ese tiempo el pueblo se ha sentido incómodo, le ha faltado algo importante, se ha tenido que conformar con lo que había para sustituirla, y que no fue otra cosa que los bajos de la Casa de la Cultura, arriba en el Cruce. Un local insuficiente e inapropiado para la función que, a falta de algo mejor, ha tenido que desempeñar.
Durante seis años se celebraron allí los actos de culto, las misas de cada domingo, los entierros, fueran o no actos solemnes, obligando a salir del habilitado salón en ciertas ocasiones, tales como la Misa Patronal en las fiestas del Santo Niño, que fue preciso celebrarlas en el Lejío bajo un sol de justicia, y alguna boda que, con muy buen criterio por parte de los contrayentes, se tuvo que celebrar en la iglesia de algún pueblo vecino.
En las pasadas fiestas los actos religiosos han llenado de público la iglesia como nunca lo estuvo, como jamás somos capaces de recordar los que ya vamos cumpliendo años y gozamos de lucida memoria. La gente, creyentes y menos creyentes, pienso que hemos coincidido por primera vez en una opinión unánime, en una manifestación común de júbilo, al encontrarnos de nuevo con algo que muchos consideraban perdido. En esa iglesia nos bautizaron a todos, se han casado un elevado porcentaje de los que viven allí y tantos de los que viven fuera, se han celebrado los funerales de cuerpo presente de nuestros padres y de nuestros abuelos, y ha sido la sede feliz de tantos de nuestros recuerdos de infancia y juventud. No nos debe extrañar, por tanto, que una vez puesta en servicio, y aun contando con los muchos detalles todavía pendientes y que conviene subsanar lo antes posible, los olivareños la hayamos acogido con auténtico deseo, y haya resultado pequeña, pese a su más que suficiente capacidad, para acoger a todos.
Es cierto que los resultados obtenidos después de las obras no han sido al gusto de todos. Se nota cómo durante la ejecución de las obras se ha actuado con demasiada ligereza, sin poner la mínima atención en el cuidado de las cosas que quedaron allí, tales como el magnífico retablo mayor y alguna de las imágenes expuestas en él que resultó seriamente dañada. Tampoco ha resultado ser el más conveniente una parte del material al uso (pavimentado del suelo, por ejemplo), pero es el riesgo que hay que correr ante una operación tan profunda y de tan larga duración como lo han sido las obras de la iglesia.
Es lógico que siempre queramos lo mejor para las cosas que nos afectan directamente, y la restauración de nuestra iglesia era una de ellas, de ahí que la diversidad de opiniones surja por doquier, como no podía ser menos. Opiniones, incluso contradictorias, siempre con su parte de razón.
Ahora bien, en algunos de los detalles que faltan para que la iglesia quede por completo al gusto de casi todos, es muy posible que nos toque a los olivareños arrimar el hombro. La iglesia todavía puede y debe mejorar, es la nuestra, la que hemos demostrado querer e interesarnos por ella. Es de esperar que si lo que falta por concluir no nos viene de fuera como hasta ahora, estemos dispuestos a colaborar aportando si fuera necesario lo que en conciencia nos corresponde, por razón de justicia y por aquello de que “obras son amores y no buenas razones”, frase breve y lapidaria que encierra una filosofía muy fácil de entender.

jueves, 11 de septiembre de 2008

LA IGLESIA EN EL NOMENCLÁTOR DE LA DIÓCESIS


LA IGLESIA EN EL NOMENCLÁTOR DE LA DIÓCESIS

Don Justino Moreno Moya (q.p.d) me entregó hace algunos años la fotocopia del expediente que consta en el Nomenclátor de la Diócesis de Cuenca con relación a la iglesia de Olivares. La había perdido; días atrás apareció dentro de uno de esos libros que uno guarda y que rara vez se abren. Por su interés incluyo, copiado literalmente, su contenido íntegro:

OLIVARES DEL JÚCAR. La Asunción de Nuestra Señora.
Datos históricos: “Iglesia de mampostería y el techo de madera” (1)
“Aldea de Don Alonso de Toledo y Guzmán, de 250 vecinos. De dos naves de mampostería y los arcos y postes de cantería, cubierta de madera. Hácese la torre, está alta del suelo como dos estados. Tiene la obra Francisco Prieto, cantero” (2). “La fábrica de cal y canto y muy antigua aunque se compone de dos capillas a lo moderno. El Altar Mayor ha hecho una quiebra y en especial la torre que tiene una grande por un rayo que cayó. Tiene dos campanas muy lindas y su órgano. De una nave aunque no está abovedada. Está bien de planta y ornamentos” (3). “Que se enluzca la bóveda del Altar Mayor” (4). “Que se haga nueva la Pila Bautismal” (5).

Iglesia Actual
Fábrica de mampostería bien conservada. Torre cuadrada de tres cuerpos en el segundo con aristas achaflanadas. Portada bien compuesta con columnas exentas en los laterales y escudo con el anagrama de la Virgen en la clave.
Interior: De dos naves, separadas por columnas cilíndricas con collarines de bocel y base cilíndrica sobre pedestal de dado. En el crucero, bóveda de media naranja sobre pechinas. La nave central con bóveda de medio cañón. A los pies, capilla con cúpula de media naranja sobre pechinas muy decoradas con relieves de escayola pintada, águilas bicéfalas y ramos muy abultados.

Enseres y mobiliario:
Retablo Mayor de rocallas, s. XVIII. Cajonería, alacenas y frontal superior de cuarterones y peinazos formando cruz. Sobre el tablero del frente, hornacina con hueco para la cruz y las aletas, con borde de rocallas y recubierto todo con pintura de óleo.
Orfebrería: Custodia de metal dorado de aros en el ostensorio y unión del mismo con el pie de tallos metálicos sueltos. 0,58 x 0,225. Copón de plata lisa, nudo cilíndrico sobre tronco de cono invertido; a la tapa le falta la cruz. P/SERANO. 0,25 x 0,12. (6). Aguamanil (palangana y jarro) de plata lisa. P/Meneses. Jarro, 0,13 x 0,06. Palangana, 0,08 x 0,08. Cáliz de plata lisa, nudo de disco y otros varios discos en el vástago, pie liso escalonado. P/ARA MAS VER y otros dos signos. 0,24 x 0, 145. Cáliz de plata lisa con nudo de disco sobre cono invertido. P/AV. Bandeja de metal plateado.

ERMITAS: San Roque y Santa Bárbara. COFRADÍAS: Santísimo, Vera Cruz, Rosario, Asunción, Nombre de Jesús y Ánimas. (7)
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(1) ADCCE Visitas 1, año 1569, folio vto.-
(2) ADC L-202, folio 54, vto, año 1579.-
(3) ADCCE Visitas 3, año 1711, folio 6.-
(4) ADCCE Visitas 9, año 1746, sin folio.-
(5) ADCCE Visitas 16, año 1764, folio 83.-
(6) “Mandó se hiciera un Copón de forma nueva con la tapa asida con sus goznes. Para ello se deshaga los dos viejos y las crismeras viejas dejando la de los enfermos.” ADCCE Visitas 9, año 1746, infolio.-
(7) ADCCE Visitas 3, año 1711, folio 6.

Resulta bastante complicado entenderlo; pero mi conclusión después de la primera lectura de lo ahí escrito es, resumiendo, que hubo una primera iglesia del siglo XVI con dos naves y techo de madera, y otra, la actual, del siglo XVIII, con importantes reformas y añadidos hechos a la anterior -bóveda que ahora le han quitado y demás-; pues coinciden todos los datos tal como la hemos conocido antes de la última restauración llevada a cabo durante los años 2002-2008. Se incluye en la fotocopia del nomenclátor de la diócesis un plano que coincide totalmente con la actual estructura.
Del “señor” de la primitiva aldea de Olivares, don Alonso de Toledo y Guzmán, no he conseguido dato alguno por falta de medios a los que acudir, si bien, de lo que no hay duda es que perteneció a dos de las principales familias españolas de los siglos XV y XVI. Tema interesante para investigar y tirar del hilo, quien lo desee.

NOTA: La fotografía recoge el anagrama de la Virgen en la piedra clave del arco de entrada, del que se habla en el texto.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL ESCUDO MUNICIPAL


EL ESCUDO MUNICIPAL

No es que indagando en el pasado de nuestro pueblo alguien haya descubierto, o deducido acaso, el heraldo correspondien­te a su historia o a su pretéri­ta grandeza y que hasta ahora había sido para todos desconoci­do; no. El escudo que ya vemos en tantos lugares, documentos y objetos de nuestro pueblo es, efectivamente, su representación oficial y legal, pero desde hace muy poco tiempo.
Ha sido como una especie de plaga la habida durante los úl­timos años con relación a los escu­dos y otras enseñas municipales en buena parte de las villas y de los pueblos de España, y más concretamen­te en los de nuestra región, que a través de ellos desean verse representados y distinguidos a nivel oficial, lo que no deja de ser una aspira­ción legítima, un deseo de sacar a la luz su propia identidad y carácter a través de un emblema que, al fin y al cabo, es lo que desde hace más de una docena de siglos hicieron los países, las ciudades, y las familias de hi­dalgos y guerreros a las que por lo general les era concedido por vía de merecimiento en el campo de batalla.
Nuestro escudo local, pese a haber sido una invención de esta época, es uno de los más ajustados a las reglas heráldi­cas de los que yo conozco, a la vez que resulta estético y francamen­te representativo. Los cuatro olivos y la franja de azur en diagonal referente al río, son el resumen nominal y geográfico de nuestro pueblo con el menor número posible de re­cursos. Una enseña a la que nos habremos de acostumbrar hasta ver en ella la idiosincrasia y el espíritu del lugar en que nacimos. Otra cosa es la bandera o pendón municipal que así mismo nos representa; en ella sí que no alcanzo a ver una justifica­ción suficiente, ni necesa­ria, pero
ahí está y como tal es, así mis­mo, parte de lo nuestro.
Para conocimiento y cons­tancia de quienes pueda intere­sar, se transcribe a continua­ción la Orden correspondiente al 22 de abril de 1992, en la que por la Consejería de Administra­ciones Públicas de la Junta de Comunidades de Castilla-La Man­cha, se aprobaba el escudo y se otorgaba la bandera local a nue­stro pueblo. Su texto íntegro, tal y como aparece en el DOCM. Num.33, de fecha 6 de mayo de 1992, es el siguiente:

Orden de 22 de abril de 1992, por la que se aprueba el Escudo Heráldico y se otorga Bandera Local al municipio de Olivares de Júcar, de la provin­cia de Cuenca.

La Corporación Municipal de OLIVARES DE JUCAR (Cuenca), aco­rdó la adopción del Escudo He­ráldico y Bandera Local, confor­me al artículo 22.2.b) de la Ley 7/1985, de 2 de abril, Regulado­ra de las Bases de Régimen Lo­cal.

El trámite procedimental, se ha sustanciado conforme esta­tuye el artículo 187 del Regla­mento de Organización, Funciona­miento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales, aprobado por Real Decreto 2568/1986, de 28 de noviembre, y consta en el expe­diente el preceptivo informe de la Real Academia de la Historia, que es del todo conforme, con la propuesta formulada para ambos emblemas, corporativamente.

En su virtud, y en el ejer­cicio de las facultades que me han sido conferidas, como titu­lar de la Consejería de Administraciones Públicas, por Decreto 112/1991, de 23 de julio, he resuelto:

PRIMERO
Aprobar el Escudo Heráldico del Municipio de OLIVARES DE JUCAR, de la provincia de Cuenca, con la ordenación que a conti­nuación se determina:
«Escudo español, de plata, una banda ondeada de azur, acompa­ñada de cuatro olivos arrancados de su color. Al timbre, corona real cerrada».

SEGUNDO
Otorgar Bandera Local al municipio de OLIVARES DE JUCAR, de la provincia de Cuenca cuya disposición será:
«Paño rectangular de proporciones 2:3, dividido verticalmente en tres porciones, la central de doble anchura que las laterales. Sus colores son: Verde para las que van al hasta y al batiente y blanco para la central. Sobre esta última se figura un olivo arrancado de su color».

TERCERO
Proceder a su publicación en el Diario Oficial de Castilla-La Mancha.
Toledo, a 22 de abril de 1992
SIRO TORRES GARCIA

lunes, 8 de septiembre de 2008

GONZÁLEZ PALENCIA (in memoriam)


GONZÁLEZ PALENCIA (in memoriam)

Recuerdo con cierta claridad aquella tarde de domingo a pesar de los cincuenta y nueve años que han transcurrido desde entonces. Algunos chavales jugábamos al balón en la era del Estanquero. Cuando volvimos al pueblo nos llamaron la atención los pequeños grupos de personas reunidas de manera poco habitual en el Lejío a esas horas de la tarde. Había otro grupo mucho mayor de chicos y de mujeres al final de la calle, junto a la casa de don Eusebio, el médico. Acababan de llevar, herido de gravedad y con muy pocas esperanzas de vida, a un señor “muy importante” que había sufrido un accidente de coche en las cuestas del Escalón, cuando la carretera general de Madrid a Valencia pasaba por el pueblo. Ya bien anochecido, se dijo que el señor acababa de morir. Era la tarde del 30 de octubre de 1949.
Se trataba de don Ángel González Palencia, uno de los más importantes arabistas y críticos literarios de su tiempo. Había nacido en Horcajo de Santiago el 4 de septiembre de 1889, y pasado su infancia y primeros años de juventud en Beteta, Priego, y el Seminario de Cuenca.
De sus méritos y trabajos, como personaje puntero de la intelectualidad española durante la primera mitad del siglo XX, conviene destacar que fue catedrático de literatura arábigo-española de la Universidad Central, director de la Escuela de Estudios Árabes del Centro de estudios Históricos de Madrid, así como académico de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia. De los más de cuarenta títulos sobre crítica literaria, arabismo, y alguna que otra obra de creación escritos por él, se me ocurre entresacar: Historia de la literatura española, La España del Siglo de Oro, Del Lazarillo a Quevedo, Historia de la literatura arábigo-española, Los mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII, Moros y Cristianos en la España Medieval, y Miscelánea conquense.
Don Ángel González Palencia, uno de los nombres más significativos de la cultura española del pasado siglo, jamás pudo pensar que el nombre de Olivares estaría presente en todas sus biografías por tan desgraciado motivo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

UNA LUCERNA ROMANA


UNA LUCERNA ROMANA

A los nativos del lugar nos queda clavada la espina de que el nuestro sea un pueblo sin historia, o por lo menos sin un pasado relumbrante. No tenemos ningún castillo ni casona señorial algunas como tienen otros pueblos; en nuestro término no se dio ninguna batalla famosa, ni de él salió celebridad alguna de renombre universal. Tampoco sabemos mucho de su pasado próximo, pues del siglo XVII hacia atrás es todo oscuridad en la historia de Olivares.
No hay que dudar que como todas las villas, lugares y aldeas de Castilla, el Olivares actual se formaría en los siglos XII o XIII, cuando los reyes castellanos, tras las sucesivas victorias de la Reconquista, fueron repoblando las tierras conquistadas, por lo general con personas procedentes de otros lugares de España.
Pero al margen de todo eso, y pensando en muchos siglos atrás, existen indicios de que en estas tierras, y muy concretamente en el espacio que hoy ocupa nuestro pueblo o parte de él, vivieron gentes, como así lo acreditan ciertos hallazgos que nos sitúan en tiempos de la Dominación Romana, incluso a otros anteriores. Ptolomeo habla de la ciudad celtibérica de Libana, no lejos de Valeria, y de la que el célebre historiador D.Fidel Fita dejó constancia escrita en el B.O. de la Real Academia de la Historia, tomo LII, cuaderno III, con fecha 7 de febrero de 1908, situándola justamente aquí, en nuestro pueblo (Ver en “google”: Libanus+Olivares).
De las pruebas que avalan la existencia de una pequeña ciudadela o poblado en el actual Olivares, contamos con el puente romano del camino de Cañalastejas -que pienso convendría limpiar de zarzales y malezas, pues se trata del monumento reconocido más antiguo que poseemos-, y para mí con otra de tanto o más valor, dada su autenticidad y su buen estado. Se trata de la lucerna que aparece en la fotografía, encontrada por Paquita entre el polvo del camino cuando paseábamos por allí una tarde de verano del año 2001. Fue en la pista de tierra que va por debajo de la carretera desde Las Peñazas hasta la fuente de Las Palomas. Se nota en ella que se usó para alumbrarse con aceite, a manera de candil de barro, y su diámetro de 7 centímetros se puede imaginar comparándolo con la moneda de 20 céntimos que tiene a su lado.
Creo que guardo en mi casa el “cacharro” más antiguo que existe en el pueblo , mientras no se demuestre lo contrario, cosa que no dudo podría entrar dentro de lo posible.

viernes, 5 de septiembre de 2008

LA RANRA DE OLIVARES


LA RANRA

Recordar es volver a vivir. Pueblo que después de años y décadas se responsabiliza en recuperar sus viejas tradiciones, pone en práctica un ejercicio de honestidad que honra su pasado, que gusta pisar con delicadeza sobre el sensible pavimento del tiempo que se fue, o lo que es lo mismo, que se goza al sentir en sus venas el calor de la sangre, herencia perdurable, el más fiel y veraz de todos los atributos.
La Ranra fue durante siglos la enseña con la que el pueblo mantuvo unido a su pasado más remoto por el hilo de la tradición. Una especie de escuadra o de compañía militar de origen guerrero, con raíz posiblemente en los Tercios de Flandes, como así se desprende del utillaje que exhiben algunos de sus componentes al desfilar por las calles del pueblo durante la fiesta mayor del Santo Niño, mientras se hace notar con músicas y disparos de trabuco.
Se perdió la costumbre y la Ranra desapareció en los años cincuenta. Por fortuna se ha vuelto a recuperar, con ciertos cambios de matiz, treinta o cuarenta años después. Del austero de desfile de hombres maduros, vestidos de riguroso color oscuro, con una flor en el sombrero y recorriendo las calles al son de la dulzaina y el tamboril, se ha pasado a una Ranra más colorista y juvenil, en la que incluso caben las mujeres y los menores de edad. Bienvenida sea.
Que sus disciplinados componentes, hasta ahora ejemplares en su comportamiento, no caigan en la tentación fácil del menosprecio a las normas de civismo, a lo que son, y sobre todo a lo que representan como portadores de la más antigua de nuestras tradiciones, es decir, a la degradación, ahora tan en boga por cuanto a los valores recibidos de nuestros abuelos, y que conviene mantener vivos como parte fundamental de nuestra cultura autóctona.

jueves, 4 de septiembre de 2008

PREGÓN DE FIESTAS 2008


A petición expresa de algunos de mis paisanos, y siéndome imposible complacerles en aquel momento por no tener copias para todos, incluyo en este blog dedicado a Olivares de manera exclusiva el texto íntegro del:

PREGÓN DE FIESTAS 2008
Después de muchos años y de haber ejercido en tantas ocasiones como pregonero en plazas públicas, en balcones de ayuntamientos, en iglesias de distintos lugares durante la Navidad, o en algún importante teatro de la Región Valenciana con motivo de las fiestas patronales en la ciudad donde yo viví; después de haber sido pregonero de gozos y de fiestas en tantos lugares, donde contaba como aditamento imprescindible esta importante actividad cultural, me cabe la dicha, una vez implantada la costumbre, de ser, a ruego y por encargo de la señora alcaldesa, pregonero oficial de las fiestas del Santo Niño en mi propio pueblo. Esto supone contar con la oportunidad de meter la mano, con todo fervor y con toda delicadeza, en esa celdilla de los viejos recuerdos que uno guarda en el corazón, y tirarse al ruedo de la palabra ante un auditorio excepcional, único, ante mis propios paisanos, convencido de que esta noche será de las que con el paso del tiempo recordaré con cariño, con emoción, y sobre todo con gratitud.
Dentro de unos instantes la alcaldesa dará por inauguradas de manera oficial las fiestas de nuestro pueblo, una nueva ocasión que la vida nos ofrece para el disfrute personal y colectivo, para echar al olvido los momentos menos deseados que a lo largo del año nos hayan podido acarrear las circunstancias personales de cada uno, como simple consecuencia del vivir diario.
Desde el barrio de la Granja hasta la Iglesia, desde el Calentejo hasta el barrio del Pilar, en Olivares vamos a vivir durante unos días de manera distinta. Nos ayudará a recordarlo el estampido de los cohetes y de los trabucos, la banda de música, la nueva indumentaria de la Ranra recorriendo las calles, que como el ave Fénix y después de varios años de ausencia, volvió a renacer de las cenizas de la vieja tradición.
En estos días nos encontraremos casi todos aquí: los residentes, los de temporada, y los que al reclamo del ambiente familiar que conllevan estas fechas, se unen a nosotros de manera fugaz, pero con el mismo entusiasmo y con el mismo derecho que los demás, con el derecho que da el ser olivareño, hijo o nieto de olivareños, un derecho del que nos gusta presumir por el mundo.
No sólo yo, ni tú, ni el otro, sino todos, tenemos la obligación de honrar con nuestro comportamiento, y también con nuestra palabra, el nombre del pueblo. Ser olivareño es un honor del que podemos y nos debemos enorgullecer, más todavía cuando por lamentables motivos que todos conocemos y todos sufrimos, nuestro pueblo ha podido estar en entredicho para tantos que no tienen el honor de haber nacido aquí. Ahí está, para exhibirlo en donde haga falta, el testimonio que hemos recogido de nuestros antepasados: gentes trabajadoras, honestas, sufridas, de las que nadie tuvo cosa alguna que decir como reproche, cuya sangre corre por nuestras venas y su presencia se perpetúa en nuestro recuerdo.
Las fiestas en cada lugar son una de las principales características con las que se subraya la identidad de un pueblo, y nuestras fiestas del Santo Niño gozaron siempre de un prestigio muy singular en toda la comarca, cualidad que se conserva todavía, como podemos comprobar cada año.
Nunca llueve a gusto de todos. Los olivareños nos caracterizamos por estar siempre con los ojos abiertos, despiertos a la crítica de puertas adentro, lo que por sí mismo no es malo, siempre y cuando exista en nuestro entorno algo que sea susceptible de mejora. Lo que resulta pernicioso en este sentido, y a menudo realmente grave, es salirse de los límites de lo razonable, obstinarse en no reconocer que la vida está condicionada por un sinfín de limitaciones a veces insuperables, y que sólo conseguiremos vencer, o cuando menos evitar, uniendo voluntades. No obstante, con nuestras muchas virtudes, que las tenemos, y con nuestros defectos, que tampoco nos suelen faltar, vamos bandeando la vida como Dios nos da a entender, repartidos por el mundo, y saliendo adelante, que a fin de cuentas es de lo que se trata.
Casi todos conocemos muy bien la historia de nuestro pasado durante los últimos cincuenta o sesenta años. Cómo la mitad de aquel pueblo de nuestra infancia, con cerca de dos mil habitantes, que vivía en buena parte del generoso producto de la ribera como fruto de su trabajo abnegado, tuvo que emigrar con la llegada del pantano y abrirse nuevos caminos por las diferentes regiones de España: Valencia, Madrid, Cataluña, el País Vasco, son tierras entre algunas más, donde se vieron obligados a clavar su raíz, y en estos días, felizmente, muchos de ellos se encuentran entre nosotros, en ese intento vital para cada uno de libar el néctar, de respirar el aire de la tierra madre, de gozar de sus rincones, de los alrededores del pueblo donde tanto disfrutaron -tanto disfrutamos- cuando fuimos niños.
Hoy, en la víspera de la fiesta del Santo Niño, de nuestras fiestas mayores tan cargadas de nostalgias y de recuerdos, sobre todo para los que peinamos canas, permitid que me rinda al impulso de la imaginación, y viaje a través del recuerdo a aquellas otras fiestas de mi juventud, la de los almendreros, la de los músicos de la banda de Montalbanejo que venían en galeras tiradas mulas, la del tío de la yesca que sacaba el dinero a los incautos a la sombra del olmo del Lejío, la de los toros en plaza de carros… Cuando a casi todos los labradores todavía les faltaba mucha paja que meter; cuando en los atardeceres y en las noches septembrinas bajaban hasta el pueblo desde las eras de Las Columnas aquellos aromas pastosos de la trilla y de la mies; cuando los mozos más atrevidos, a espalda de sus padres, pellizcaban alguna fanega de trigo del montón de la era y luego la vendían, porque el dinero no solía ser su fuerte y en aquellos días resultaba especialmente necesario, y contribuía a dar a las fiestas mayor esplendidez, mayor familiaridad y mayor alegría, tres de las características que en las fiestas de nuestro pueblo no faltaron nunca.
Días aquellos de una felicidad auténtica en medio de tantas necesidades, de tantas privaciones, y que cada uno, vivamos aquí o vivamos fuera, procuramos guardar con todo cuidado, como llamita encendida en lo más profundo e intimo de nuestra alma. Vibración y cariño que se acrecienta cada vez que, pasados los años, nos volvemos a juntar en estas fechas.
Por lo que no podemos lanzar al vuelo las campanas de gloria de nuestro pueblo es por lo que se refiere a su pasado, tanto histórico como monumental. En el término municipal de Olivares, que yo sepa, nunca se dio una batalla importante, no tuvimos ningún castillo, fortaleza o palacio, ni otro monumento de especial relevancia además de nuestra iglesia, el único, y por tanto, el más importante de todos; si bien, existen vestigios con toda seguridad de tiempos de la Dominación Romana.
Quiero que quede aquí y que por primera vez resuene en vuestros oídos, el nombre de “Libanus”, cognomen (apellido) de un noble romano llamado Atcio, quien, según parece, fundó sobre cierta ciudad celtibérica ya existente, otra nueva a la que puso el nombre de Libana, que, según lo que aparece escrito en el tomo LII, cuaderno III, del Boletín de la Real Academia de la Historia, en trabajo de investigación del historiador D. Fidel Fita, con fecha 7 de febrero de 1908, aquella ciudad, que según Ptolomeo estaba situada “no lejos y al sudoeste de Valeria”, se corresponde con la villa de Olivares, donde se cruzan las carreteras de Madrid a Valencia y de Cuenca a San Clemente (son palabras textuales). De ser así, nuestro pueblo podría tener más de 2.000 años de antigüedad, y en su origen se llamaría “Libana”.
Y nada más, amigos y paisanos todos. Con estas palabras, salidas más del corazón que de los labios, dejamos abiertas de para en par las puertas de nuestra fiesta grande. El Santo Niño, que nadie lo olvide, es mucho más que esa imagen menuda que los olivareños llevamos guardada en los rincones del alma. A Él, que es Dios, nos encomendamos en estos días y en todos los demás. Ponemos en sus manos nuestros problemas, nuestros deseos, nuestras alegrías, nuestras ansias de bienestar, al tiempo que le pedimos esté más cerca de nosotros en estos días, que las fiestas transcurran como el pueblo quiere: que sean la paz, el entendimiento mutuo, la alegría de jóvenes y de menos jóvenes, lo que marque la pauta en el diario vivir de nuestro pueblo. Felices fiestas a todos.

¡VIVA EL SANTO NIÑO, NUESTRO PATRÓN! ¡VIVA EL PUEBLO DE OLIVARES!

miércoles, 3 de septiembre de 2008

ABUBILLOS


ABUBILLOS

Ese es, el de "abubillos", el apodo de todos los hombres y de las mujeres nacidos en Olivares. El origen y la razón del mote es de lo más peregrino que uno pueda imaginarse.
Cuentan, que en aquel oscuro siglo de las leyendas populares que nadie recuerda, y que nadie sería capaz de situar razonable­mente ni en el tiempo ni en el espacio, ocurrió en nuestro pueblo un hecho singular que marcaría a los hombres de entonces, y también a los que vendríamos después, con el sambenito de "abubi­llos", siempre en boca de los habitantes de nuestros pueblos vecinos. Pues, parece ser, que una abubilla crestuda, pizpireta y maloliente, de las que de cuando en cuando nos visitan por los alrededores del pueblo, fue a meterse, por aquellas de la casuali­dad, debajo de la piedra mayor de Las Peñazas. Los olivareños, sabedores del hecho, decidieron rescatar el ave de su pesado escon­drijo, pero no removiendo la roca a la fuerza bruta -que ya hubiera sido una sonora barbaridad-, ni abriendo un agujero por debajo de la tierra hasta dar con el inofensivo animal, que hubiera parecido ser lo más razonable, sino a fuerza de huevazos, es decir, estam­pando huevos de gallina contra la peña hasta conseguir que diera la vuelta, y así sacar de nuevo a la luz al bello pájaro cautivo.
Ni qué decir que no lo consiguieron, que todo quedó en un intento fallido que habría de servir para que los pobladores de los lugares vecinos hablasen de la absurda ocurrencia de nuestros antepasados durante años y años, siglos quizás. Las Peñazas todavía están ahí, amparando por debajo del pueblo una de las muchas curvas en que se dibuja la carretera de La Almarcha, enteritas y cabales, intactas y coscorrudas, a las que los chavalotes de años atrás solíamos subir, cuando no se nos ocurría otra diversión mejor y que a la vez resultase tan barata. Es casi seguro que el espíritu de la abubilla dormirá encantado en su interior mien­tras que el pueblo exista.