COMIDA POPULAR FINAL DE FIESTA
Por lo que tiene de convivencia en común y de trato con la gente, es éste para mí el verdadero broche de oro en las fiestas del Santo Niño. Se trata de una actividad festiva con un origen reciente. Tiene lugar en el interior del túnel que deja el nuevo trazado de la carretera de Cuenca a la altura de la ermita de San Isidro.
Se me antoja como una especie de homenaje público de feliz reconocimiento a la estrella del menú festivo por excelencia: la caldereta de carne de toro, una delicia para el paladar cuando es cocinada y debidamente condimentada por algunos de los hombres del pueblo, expertos en esta clase de eventos gastronómico, quienes bien entrada la mañana se reúnen en el ruedo de la plaza de toros, sitúan a cierta distancia unas de otras las sartenes de la fritura, y con buena leña, buenos ánimos, y mejores ingredientes, se ponen manos a la obra de su faena, en la que han demostrado ser, un año tras otro, auténticos maestros.
Al hilo de las tres de la tarde, cuando los dos o tres centenares de comensales ya se han situado por grupos de amistad a de familia a un lado y al otro del ancho túnel, la comitiva de los cocineros se hace notar por el camino de las eras a tiro de cohetes, de dulzaina y tamboril, o de música de charanga como en la última edición.
Son doce o quince calderetas las que se distribuyen a lo largo del pasillo central del túnel, tantas y con tal cantidad de producto, que a pesar del elevado número de comensales, todavía suele sobrar una buena parte de la vianda.
Bien comidos y bien bebidos, aunque siempre con unos gramos de moderación, los olivareños ponen -ponemos- punto final a las fiestas patronales sin demasiado pesar ni nostalgia alguna, pues todo el mundo sabe que con renovados ánimos todo volverá a repetirse al año siguiente.
Una función de variedades que, cómo no, también cuenta en gran número con sus incondicionales entre la gente mayor, será la que cierre definitivamente las fiestas patronales en horas bien avanzadas de la noche.
Por lo que tiene de convivencia en común y de trato con la gente, es éste para mí el verdadero broche de oro en las fiestas del Santo Niño. Se trata de una actividad festiva con un origen reciente. Tiene lugar en el interior del túnel que deja el nuevo trazado de la carretera de Cuenca a la altura de la ermita de San Isidro.
Se me antoja como una especie de homenaje público de feliz reconocimiento a la estrella del menú festivo por excelencia: la caldereta de carne de toro, una delicia para el paladar cuando es cocinada y debidamente condimentada por algunos de los hombres del pueblo, expertos en esta clase de eventos gastronómico, quienes bien entrada la mañana se reúnen en el ruedo de la plaza de toros, sitúan a cierta distancia unas de otras las sartenes de la fritura, y con buena leña, buenos ánimos, y mejores ingredientes, se ponen manos a la obra de su faena, en la que han demostrado ser, un año tras otro, auténticos maestros.
Al hilo de las tres de la tarde, cuando los dos o tres centenares de comensales ya se han situado por grupos de amistad a de familia a un lado y al otro del ancho túnel, la comitiva de los cocineros se hace notar por el camino de las eras a tiro de cohetes, de dulzaina y tamboril, o de música de charanga como en la última edición.
Son doce o quince calderetas las que se distribuyen a lo largo del pasillo central del túnel, tantas y con tal cantidad de producto, que a pesar del elevado número de comensales, todavía suele sobrar una buena parte de la vianda.
Bien comidos y bien bebidos, aunque siempre con unos gramos de moderación, los olivareños ponen -ponemos- punto final a las fiestas patronales sin demasiado pesar ni nostalgia alguna, pues todo el mundo sabe que con renovados ánimos todo volverá a repetirse al año siguiente.
Una función de variedades que, cómo no, también cuenta en gran número con sus incondicionales entre la gente mayor, será la que cierre definitivamente las fiestas patronales en horas bien avanzadas de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario