lunes, 22 de septiembre de 2008

PARAJES Y PAISAJES ( I )


PARAJES Y PAISAJES ( I )

Por las orillas de Olivares, pero dentro de lo que es posible llegar dando un paseo, son varios los lugares que para los vecinos tienen un atractivo muy especial; parajes del agrado de todos; sitios donde a la gente gusta ir y recordar con nostalgia; campos u orillas cargados de recuerdos de juventud siempre entrañables. Casi ninguno de estos sitios es ya lo que fueron antes. Al publico, unos por probar fortuna y otros por necesidad cuando el pantano acabó con la ribera, les dio por emigrar y el campo se quedó adonde estaba, allí en su sitio, ajeno al dictado de los nuevos tiempos; pero en cada lugar queda para cuantos ya hemos llegado a la madurez el memorial afectuoso de lo que antes fue, de lo que significó en su día como escenario incomparable de nuestras alegres correrías de juventud.
De todos estos parajes que rodean al pueblo, posiblemente sean los más significativos:

La Vega, con su famoso puente en la carretera que sale hacia La Almarcha. En la Vega no se hizo la concentración parcelaria por tratarse de una tierra excepcional, de regadío, muy cercana al pueblo. Se extiende extramuros al suroeste del caserío, y baja de poniente a saliente a uno y otro lado de la rambla. Casi todo el vecindario tenía (y aún tiene) su pequeña parcela en la Vega; terrezuelas de ínfima capacidad, de doscientos o de trescientos metros cuadrados como mucho por término medio, que fueron durante tanto tiempo despensa de hortalizas para casi todo el pueblo. Desde la Vega se regresa por la senda empina­da de los Olmos de Poveda o por la Cuesta de la Iglesia. Hoy, el vistoso vallejo de la Vega se ve atravesado por el nuevo desvío en la carretera de Cuenca. La visión abierta de la Vega desde el pretil de la iglesia, es la imagen que nunca se borra en la memoria de los olivareños.

La Fuente de las Palomas está situada junto a la antigua carretera de Valencia, entre copudos y elevados olmos al otro lado del cementerio. Tiene un pilón alargado de cemento. Su agua, en exceso caliza, baja entubada a flor de piel desde la cima del cerro próximo en donde tiene el manantial. Sirvió durante muchos años como abrevadero para los pares de mulas que pasaban por allí a diario hacia la Ribera, o hacia los trabajos de labor y de acarreo. Su agua, que sigue manando como un pequeño hilo, limpio y transparente que baja desde el cerro, hoy se aplica para lavar los coches y para que los niños bajen a pescar renacuajos.

Cañalastejas es el nombre de la cañada que se cierra al final de un valle que lleva su mismo nombre. Dista del pueblo algo más de un kilómetro en línea recta y se va por camino de tierra. En Cañalastejas manó siempre una de las fuentes más emblemáticas del término. La abundancia de vegetación, las frescas sombras, lo escondido y romántico del sitio durante los atardeceres, convierten a aquel en uno de los rincones más aconsejables para el paseo, incluso para dar cuenta de una merienda a la sombra de los pinos cercanos.

La Cruz del Cerro Tejao la han movido de sitio para construir la desviación de la carretera de Cuenca. Se alcanza a ver sobre un montículo desde las inmediaciones del pueblo y desde el atrio de la iglesia. Más o menos está situada entre la Vega y la carretera de La Almarcha a la altura de la Fuente de la Guindale­ra.
Parece ser que la mandó levantar un coronel carlista, hacia los años finales de la guerra contra los isabelinos, aunque de ello nada debió quedar escrito. La forman dos pesadas piezas de caliza; una como brazo principal sube desde el suelo hasta la cruz propiamente dicha, la otra forma los tres brazos restantes en un solo bloque.

El Pozo. Fue durante años -siglos quizá- la fuente de agua potable que sirvió al pueblo para el consumo diario de personas y de familias. Hay varios pozos en Olivares, pero el pozo por antonomasia, El Pozo, queda al poniente del casco urbano, apartado escasamente quinientos metros desde las últimas casas. La desviación de la carretera de Cuenca lo ha separado del pueblo y ahora se accede a él por el ojo de un enorme túnel de metal. En el año 1991 se construyó sobre el manadero de El Pozo una ermita en honor de San Isidro.
El público utilizó sus servicios, acarreando el agua con caballerías provistas de aguaderas de esparto para cuatro cánta­ros, hasta la década de los años sesenta que se llevó el agua a los distintos domicilios.

La Moraleja queda como remate de un mismo valle al final de la Vega, con dirección al antiguo camino de La Hinojosa. Choperas de finos y elevados ejemplares, huertecillas fértiles, ceremeños y matorral, constituyen la vegetación propia de aquel paraje. El reciente desvío de la carretera de Cuenca ha dejado los campos de la Moraleja apartados del resto de la vega.


En la fotografía un aspecto de la Vega de Olivares en el mes de mayo.

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