EL BOLEO QUE SE FUE
Las generaciones más jóvenes lo desconocen, y la gente mayor lo añora. El juego del boleo, que nada tiene que ver con el clásico juego de bolos tan extendido por tantos pueblos de Castilla, es un viejo deporte rural que, en la modalidad que se jugó en Olivares, podíamos considerarlo como algo exclusivamente nuestro. Bolas de hierro de media libra, de una y dos, era el material al uso. Había que lanzarlas camino arriba, en un recorrido total de unos cuatrocientos metros, y volver de nuevo hasta el pie del Calvario, punto en el que toda la vida estuvo el límite. Lo normal fue jugarlo por parejas, aunque podían organizarse partidas individuales, incluso de tres jugadores por equipo tirando por riguroso turno. “Farrar” -extraña palabra- significaba iniciar la partida con el primer tiro, y “cerrar” era darla por concluida. Cuando una bola superaba a la del adversario en cierto número de metros, o de centímetros quizás, se le llamaba “ventaja”, y “tiro” cuando se le doblaba.
A veces, los jugadores empleaban un “boledor” de badana, por el que se metían los dedos índice y anular para sujetar la mano. Al boleador había quienes ataban una cinta de filaiz, que se liaba a la bola para que saliera más fuerte de la mano.
Hubo en sus buenos tiempos boleadores de primera, de segunda y de tercera. Quien esto escribe perteneció al último grupo de los tres. Los buenos, no sólo sabían administrar debidamente la fuerza, sino que, además, conocían muy bien el terreno y procuraban que el “pique” fuese sobre terreno duro, y al ser posible sobre piedra, para que la bola saliese disparada con mayor velocidad.
El “boleo”, como pista deportiva natural, ha desaparecido en Olivares. Se ha comenzado a edificar en sus márgenes, y una buena parte de su trayecto se ha convertido en calle pavimentada. Los posteriores intentos de los aficionados, por otros caminos más o menos cercanos al pueblo, no crean afición ni complacen a nadie. El boleo ha significado al cabo del tiempo, una de las más lamentables pérdidas del costumbrismo y del vivir diario de nuestro pueblo.
En esta imagen retrospectiva, Cayo Belinchón (q.p.d.) en el momento de lanzar la bola.
Las generaciones más jóvenes lo desconocen, y la gente mayor lo añora. El juego del boleo, que nada tiene que ver con el clásico juego de bolos tan extendido por tantos pueblos de Castilla, es un viejo deporte rural que, en la modalidad que se jugó en Olivares, podíamos considerarlo como algo exclusivamente nuestro. Bolas de hierro de media libra, de una y dos, era el material al uso. Había que lanzarlas camino arriba, en un recorrido total de unos cuatrocientos metros, y volver de nuevo hasta el pie del Calvario, punto en el que toda la vida estuvo el límite. Lo normal fue jugarlo por parejas, aunque podían organizarse partidas individuales, incluso de tres jugadores por equipo tirando por riguroso turno. “Farrar” -extraña palabra- significaba iniciar la partida con el primer tiro, y “cerrar” era darla por concluida. Cuando una bola superaba a la del adversario en cierto número de metros, o de centímetros quizás, se le llamaba “ventaja”, y “tiro” cuando se le doblaba.
A veces, los jugadores empleaban un “boledor” de badana, por el que se metían los dedos índice y anular para sujetar la mano. Al boleador había quienes ataban una cinta de filaiz, que se liaba a la bola para que saliera más fuerte de la mano.
Hubo en sus buenos tiempos boleadores de primera, de segunda y de tercera. Quien esto escribe perteneció al último grupo de los tres. Los buenos, no sólo sabían administrar debidamente la fuerza, sino que, además, conocían muy bien el terreno y procuraban que el “pique” fuese sobre terreno duro, y al ser posible sobre piedra, para que la bola saliese disparada con mayor velocidad.
El “boleo”, como pista deportiva natural, ha desaparecido en Olivares. Se ha comenzado a edificar en sus márgenes, y una buena parte de su trayecto se ha convertido en calle pavimentada. Los posteriores intentos de los aficionados, por otros caminos más o menos cercanos al pueblo, no crean afición ni complacen a nadie. El boleo ha significado al cabo del tiempo, una de las más lamentables pérdidas del costumbrismo y del vivir diario de nuestro pueblo.
En esta imagen retrospectiva, Cayo Belinchón (q.p.d.) en el momento de lanzar la bola.
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