martes, 3 de noviembre de 2009

EN LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS


La de Todos los Santos es una de las fiestas que suele llevarnos al pueblo cada año empujados por el recuerdo de los nuestros que un día nos dejaron; y allí, junto a su tumba, evocar su memoria, rogar por su descanso eterno, y recordar junto al mármol frío de sus enterramientos tantos momentos de nuestra vida en los que fuimos felices junto a ellos.
Familiares, amigos, vecinos que se llevó la muerte, vienen en ese día a nuestro recuerdo de forma muy distinta. El pueblo, no sólo el nuestro sino todos los pueblos, celebran en el día de Todos los Santos la fiesta de sus difuntos con flores y con oraciones; a veces -cada vez menos- también con lágrimas. Tengo la sospecha de que en Olivares es el homenaje floral el que prevalece sobre la piedad y los sentimientos.
Se dice que la concordia interna en cualquier pueblo o ciudad, así como el grado de respeto y de entendimiento entre sus habitantes, tiene entre otras como referencia el estado de sus cementerios. El cementerio de Olivares era antesdeayer un auténtico vergel. Ya me gustaría que fuese la muestra evidente de que en nuestro pueblo predominan el entendimiento y la concordia entre unos y otros, como una de sus principales señas de identidad.
En todo caso, resulta grato comprobar cómo el lugar sagrado en donde descansan nuestros antepasados y una buena parte de nuestros amigos, aparece atendido como merece. Pienso que, por esto al menos, debiéramos sentirnos orgullosos.
La fotografía fue tomada en la mañana del pasado día uno. Un día de auténtico verano, algo que también es digno de agradecer.

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