lunes, 1 de noviembre de 2010

NUESTROS BARRIOS: EL LEJÍO


Para los lectores que no conocen el pueblo, debo advertir que el Lejío es la plaza mayor de Olivares. Antes tuvo otros nombres y ahora se la anuncia como “Plaza del Ejido”, vocablo que existe en el diccionario haciendo referencia al campo baldío que por lo general existe en las afueras de todos los pueblos, lo que en nuestro caso en nada se ajusta a la verdad palpable; pues el Lejío, como así lo conoce la gente de ahora y de siempre, está en el centro mismo del casco urbano y de él parten calles en todas direcciones y hacia todos los barrios. No niego que el origen de su nombre fuera ese, el Ejido, pero aun así, muchas generaciones lo hemos conocido y reconocido como el Lejío, su nombre popular, y para mí al menos, teniendo en cuenta que el lenguaje es un ser vivo susceptible de cambios por el uso, por la costumbre, por el simple paso del tiempo, perdonad que prefiera emplear al referirme a nuestra plaza el nombre por el que la conocemos todos: el Lejío. Es la plaza en la que se instala el mercado dos días por semana, miércoles y sábado; es la plaza en donde está situado el Ayuntamiento; el sitio en que durante las fiestas mayores del Santo Niño tienen lugar gran parte de los actos y festejos que requieran una importante participación de público, y como en todas las plazas mayores, el lugar común, donde nadie se siente extraño.

A la gente de mi generación, y aun a los más mayores, nos gusta recordar aquel otro Lejío de nuestros años jóvenes, el del famoso olmo centenario que dejó de existir cuando la enfermedad que acabó con casi todos los de su especie; aquel lejío de las escuelas, de la campanilla que hacían sonar dos veces al año: cuando avisaban para cobrar los pastos y cuando nos tenían que vacunar a los niños de las escuelas en el salón de la Secretaría. En aquel Lejío se celebraban las capeas en la plaza de carros cuando la fiesta era en septiembre, y en sus alrededores se situaban los almendreros, el hombre de los barquillos, el del paloduz y el tío de la yesca –de la guiesca decían los incautos que caían en sus redes. ¡Ah!, y el de los piñones de San Clemente, que por dos reales nos llenaba de su producto los bolsillos del pantalón, valiéndose de una vasija de madera con la forma de un medio celemín de juguete. Y fue, sobre todo, el Lejío, el escenario de las grandes partidas de pelota en las mañanas y las tardes de los domingos; partidas de pelota a mano limpia en las que la flor de la mocedad, muy bien considerada y casi mítica en aquellos tiempos, llegaba con el saque y devolvía la pelota desde el mismo tronco del viejo olmo.

Hoy tan sólo queda el sitio, que es el mismo, y un poco la imagen borrosa en la memoria de quienes lo conocimos. Con ocasión del puente de Todos los Santos he tenido la oportunidad de poder dar una vuelta por el Lejío. Una plaza joven, saludable, luminosa, capaz. El reloj del Ayuntamiento marcaba una hora de la media tarde. Donde estuvo el olmo –aunque no del todo en su lugar exacto- hay un plátano voluminoso de abultado ramaje, y a cada uno de sus lados un sauce llorón, muy crecidos los dos y realmente decorativos, que en las mañanas de verano presta su sombra a las tertulias de los incondicionales, sentados sobre los bancos de hormigón de la Caja de Ahorros.

1 comentario:

Antonio Herrera Casado dijo...

Enhorabuena al profesor Serrano por esta aportación, continuada, medida, amigable, al conocimiento de este pueblo de Castilla, Olivares de Júcar. Un aplauso (por si acaso te llegan pocos, Pepe) Animo con ello, que es este una gran labor!