domingo, 8 de marzo de 2009

"CAMARADA"


Recordar es volver a vivir. Recordar nunca es tiempo perdido. Recordar es rendir homenaje a un pasado que se marchó para siempre, dejando un poso perdurable en los rincones de la memoria. A mí me gusta recordar.
Con motivo del reciente Congreso de Escritores Conquense celebrado en Cuenca, me escapé al pueblo desde la capital en un viaje fugaz; pues hace tiempo que me había hecho el propósito de traer a estas páginas a una persona admirable: Camarada, un paisano que la gente de mi generación, los que fuimos jóvenes por aquellos años de posguerra, recordamos con reconocimiento, y en mi caso y en el de otros muchos con afecto y gratitud. Camarada fue el hombre que tocando en el baile a notas de acordeón nos hizo pasar tardes memorables a ritmo de bolero, de pasodoble, de tango, de cha cha cha y de todo lo que se ponía en moda, barriendo lo que hubiera podido ser un solemne aburrimiento en las tardes de tantos domingos durante los inviernos fríos de nuestro pueblo.
Camarada se llama Santiago Domínguez Guijarro. Ahora, en los pórticos de su vejez, cuando ya ha dado al mundo lo que tenía que dar, que no ha sido poco, se ha vuelto al pueblo en compañía de Dolores, su mujer, para pasar en el ambiente más propicio los muchos años de vida que todos le deseamos.
La vida es a menudo desilusionante, y le gusta jugar con nosotros según su capricho. Camarada arregló su casa del barrio de la Granja con las comodidades y las anchuras de un palacio pensando en su jubilación; pero la salud de su esposa se ha debilitado hasta el punto de no poderse defender convenientemente por sí sola, y han decidido, creo que con buen criterio, residir como auténticos señores en la Casa Tutelada, donde los he encontrado felices, como en su pequeño hogar, rodeados de comodidades, a Dolores haciendo punto junto a la ventana, y a Santiago, sentado en su butaca siguiendo las noticias por televisión.
Tiene Camarada 83 años. Me contó que toca el acordeón desde los catorce; que se estrenó con un instrumento de botones muy primario, de solo cuatro bajos, que le trajo su hermano Julián desde Rusia allá por los años cuarenta. Me explicó que la primera pieza que empezó a tocar fue un cuplé que le enseño Verruga, que se titulaba “Gitanillo”, y que tiempo después popularizó la Montiel en una de sus películas.
Camarada ha pasado la mayor parte de su vida trabajando en Madrid, en otros quehaceres profesionales, sin por ello abandonar la música. Soy testigo de haberme encontrado con él, hará más de cuarenta años, tocando en las fiestas de Galve de Sorbe, allá por la sierra norte de la provincia de Guadalajara. Me dijo emocionado que el mundo es un pañuelo.
Nuestro hombre da rienda suelta a su vocación en estos tiempos dirigiendo el coro parroquial de la iglesia del pueblo, al que acompaña con su acordeón en la misa del domingo. Me ha contado -pienso que lo merece- que su nombre, con su pequeña historia, va a aparecer en una especie de diccionario o enciclopedia próximo a publicarse, en donde figurarán los más destacados acordeonistas de la provincia. Camarada lleva la vida con ilusión, es un hombre bueno y por eso está aquí.

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