Nadie hubiera podido pensar que allá por las primeras décadas del siglo XII, cuando un humilde campesino de Torrelaguna labraba las tierras de su amo -el noble Ivan de Vargas- en los campos de Caraquiz, su vida ejemplar habría de tener tanta repercusión por siglos posteriores entre los labradores de España.
Fue declarado santo en el año 1622; con anterioridad, su vida había sido escrita en verso nada menos que por Lope de Vega, y aireada en otros sectores de la literatura universal por Torcuato Tasso y por Ariosto en “El Isidro”.
San Isidro, Patrón de Madrid y de los labradores españoles, ocupa un lugar destacado en el costumbrismo festivo de nuestro pueblo, con una celebración popular que tan solo superan en importancia las fiestas de verano y de invierno en honor del Santo Niño. Cosa lógica en un pueblo de labradores, cuya principal fuente de trabajo y de ingresos ha sido la agricultura a lo largo de toda su historia.
Procesión con su imagen hasta la ermita del Santo; Misa al aire libre en la explanada del Pozo, y comida general, a escote, a la sombra de los árboles con un aperitivo previo, donde la gente se lo pasa sencillamente bien.
Soy un habitual de la fiesta de San Isidro, a la que suelo faltar tan sólo por fuerza mayor, y éste año es uno de los que no me será posible compartir tan gratas horas con mis paisanos. Las circunstancias mandan, y bien que lo lamento.
(En la fotografía, don Germán celebrando misa junto a la imagen del Santo, al que acompaña el coro de la parroquia que dirige Camarada)
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