Desde
el día de Todos los Santos del año pasado -casi a cinco meses de distancia- no
había vuelto al pueblo. Las inclemencias del invierno, el frío de las casas, la
corta afluencia de paisanos de esos que sólo se ven de tarde en tarde, aconsejan
llegar a Olivares cuando el tiempo atmosférico ofrece algunas garantías. Pues
bien, con un fin de semana que se anunciaba como preludio de la primavera, nos
hemos decidido Paquita y yo a pasar unas cuantas horas en el pueblo (la tarde
del sábado y todo el domingo). No ha habido mucha gente, esa es la verdad, de
los que vivimos fuera. Los días estupendos, mejor fuera de casa.
Como novedades que más nos han
llamado la atención, dos principalmente. Una de ellas la cantidad de agua que
ha cogido el pantano, que nos recordaba aquellos años primeros en los que se
llenó casi en toda su capacidad; y otra novedad la ampliación que han dado al
cementerio, importante, muy grande, con lo que ahora le han añadido puede tener
una superficie doble, sin exagerar, de lo que fue en su origen. Me ha parecido
una buena noticia.
Por otra parte, los
campos de los alrededores son durante estos días todo un festival de flores
blancas, rosas y violetas, en los árboles frutales y arbolillos que rodean al
pueblo, llevándose la palma por su número las flores de los almendros. Ahí os dejo
la muestra: un árbol viejo, de aquellos que van quedando tan pocos, por lo que
en otro tiempo fueron las eras de Las Columnas.
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