Nos gusta
venir al pueblo en todo tiempo, aunque en realidad es un ejercicio que
practicamos poco. Paquita y yo solemos pasar en él un mes cada verano. Pero hay
unas fechas que para mí son especialmente atractivas, unos días en los que
Olivares tiene un especial encanto; con ello me refiero a la decena central del
mes de septiembre, cuando los fuertes calores del verano se han ido moderando y
los molestos rigores del invierno están todavía por llegar. De los veraneantes
apenas queda un pequeño residuo, cuatro de ellos, que emprenderán la huída con
los primeros fríos.
A la entrada
del otoño la actividad de mis paisanos ha vuelto a reiniciarse. Los
agricultores andan ocupados con la segunda cosecha, la de los girasoles, en plena
campaña de recogida. La temporada, por lo que dicen, no ha sido de las mejores.
Las cosechadoras han vuelto a aparecer por los caminos, por las parcelas del
girasol, y en algunas eras se pueden ver los montones de pipas de los
cosecheros y de los compradores.
No hace frío.
Alguna noche me he atrevido a salir por las Arrevueltas en mangas de camisa,
sin notar apenas el descenso de la temperatura a la hora de las estrellas,
cuando en las iluminadas calles del pueblo el silencio es completo y uno advierte
en cada rincón, en cada esquina en penumbra, un hálito de misterio. El mirador
hacia los campos desde el pretil de la Iglesia es uno de mis lugares
preferidos, también en estas noches cerradas que dan paso el otoño, cuando todo
es silencio. Tiempo para buscar entre los pliegues de la memoria lo que fueron
aquellos años de infancia, en los que a tantos de mi generación nos entró, como
por ósmosis, el cariño a nuestro pueblo. Decía Flaubert que “a quien ha mordido
la tierra, le queda su sabor entre los dientes”; y debe ser verdad.
Y a la luz de
las farolas adosadas al muro, la portada neoclásica de la Iglesia; una de las
imágenes que mejor guardamos en la memoria. Dentro de la iglesia -me dice la
imaginación- la oscuridad será absoluta y el silencio total, rotos quizás por
la luz de la lamparilla que anuncia que Dios está allí, y por los chasquidos de
la cubierta que denuncian que las obras de restauración fueron un fraude sin
piedad, del que hasta la fecha nadie se ha hecho responsable; que en los trapicheos
de la oficialidad alguien jugó sucio, alguien decidió que los materiales fueran
inapropiados y del más bajo coste posible, un tente mientras cobro, un ejemplo
palpable del trabajo mal hecho, cuando en el proyecto figuraba algo muy
distinto. Olivares, sí, ha recuperado su iglesia, que no ha mucho vimos en
estado de ruina; pero las cosas pudieron haberse hecho bastante mejor.
En estos días
he podido comprobar el celo de los últimos sacerdotes por acondicionar la
iglesia y todo su entorno con arreglo a los nuevos tiempos, con lo que el
pueblo merece y con las necesidades inherentes a una feligresía en la que
abunda la gente mayor. La vieja sacristía, que había sufrido los efectos
propios de una antigüedad de siglos, más los muy particulares ocasionados por las
últimas obras, necesitó ser renovada partiendo de cero; de forma que aquella
cajonera donde se guardaban los viejos ornamentos litúrgicos: albas, casullas,
capas pluviales y demás, los pocos vasos sagrados que quedaron después del
famoso robo en el que desapareció, entre otras piezas de valor, la famosa
custodia que tuvimos, ha sido necesario renovarlo en su totalidad, partiendo de
unos fondos inexistentes, que los últimos párrocos, don Germán primero, y don
Daniel después y definitivamente, se impusieron como meta conseguir contando
con la generosidad de los hijos del pueblo, residentes y ausentes, pero que sus
costes están todavía sin cubrir en una buena parte, a pesar de los donativos
que hemos ido aportando algunos de los que nacimos aquí; pues aquí nos
bautizaron, aquí se hicieron los funerales de nuestros padres, varios de
vosotros os casasteis aquí, es nuestro pueblo, y por motivos varios tenemos la
responsabilidad de arrimar el hombro en favor de nuestra iglesia, que de algún
modo es en nuestro propio favor. La cantidad de dinero empleada ha sido
importante y a ella debemos responder en la medida que cada uno pueda hacerlo. Acompaño
dos fotografías con sendos detalles de lo que es la sacristía en este momento.
Con el fin de
facilitar la colaboración a todos cuantos seguís mi blog, y que como yo,
también vivís fuera, os dejo el número de la cuenta de nuestra Parroquia de la
Asunción, en la que podéis ingresar lo que buenamente esté a vuestro alcance, y
que es la siguiente:
IBAN ES98, número 2105 5063 7730
10003496
Ahora,
invitaros a que os deis una vuelta por el pueblo durante estos días. Es tiempo
de uvas, de higos, de zarzamoras, de almendrucos, de pipas de girasol, de preparar
el tomate en conserva… Con la inevitable nostalgia de la despedida, que me ha
impulsado a contaros estas cosas, vaya como final el saludo a todos mis
paisanos; más afectuoso si cabe a los que vivís más lejos. También a los que os
quedáis en él pueblo durante todo el año, naturalmente.
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