Aunque habitual, y hasta un poco fanático del pueblo como puede verse, hace seis o siete años que ni personalmente ni en familia voy por allí durante la Semana Santa; justo desde que clausuraron la iglesia por no reunir las condiciones necesarias de seguridad para cumplir con su cometido como templo parroquial.
Solucionado el inconveniente después de tanto tiempo, reinicio el obligado viaje a Olivares para vivir en el saludable ambiente del pueblo estos días de tranquilidad, de fervor, y de trato con tantos amigos desparramados por los lugares más insospechados de nuestro país.
La Semana Santa en nuestro pueblo son fechas también para el recuerdo. Durante estos días suelen afluir a la memoria lejanas imágenes de situaciones y de personas, hoy diferentes o desaparecidas. La Semana Santa no es en Olivares como antes era, ha cambiado mucho, en su aspecto estético a mejor, qué duda cabe; y pienso en la primera edición, cuando surgió el cambio que incluso nos llegó a emocionar, en un intento de parecerse en algo a la de la capital de provincia, propósito que en una buena parte se ha conseguido. Por cuanto a fervor religioso el cambio, si es que lo hubiese habido, no ha rayado a tanta altura. Olivares es un pueblo que siempre fue respetuoso con todo lo que merece ser respetado, y vivió estos días con el respeto debido; pienso que con mejor voluntad que sentido religioso. El laicismo en moda, que intenta corroer hasta lo más sagrado de nuestras vidas y de nuestras tradiciones con el solo propósito de acabar con ellas, es posible que se nos pretenda colar por cualquier resquicio sin aportar a cambio nada mejor. Sería una pena; pues para creyentes y no creyentes la Semana Santa ofrece, cuando menos, la satisfacción de reencontrarse con tus gentes, con los que siempre te sientes a gusto, en un ambiente entrañable y familiar que nos invita a ser más solidarios, a alimentar la amistad, a ser mejores.
En la imagen, un aspecto de la parada en el Calvario de la procesión del Vía Crucis durante la mañana del Viernes Santo.
Solucionado el inconveniente después de tanto tiempo, reinicio el obligado viaje a Olivares para vivir en el saludable ambiente del pueblo estos días de tranquilidad, de fervor, y de trato con tantos amigos desparramados por los lugares más insospechados de nuestro país.
La Semana Santa en nuestro pueblo son fechas también para el recuerdo. Durante estos días suelen afluir a la memoria lejanas imágenes de situaciones y de personas, hoy diferentes o desaparecidas. La Semana Santa no es en Olivares como antes era, ha cambiado mucho, en su aspecto estético a mejor, qué duda cabe; y pienso en la primera edición, cuando surgió el cambio que incluso nos llegó a emocionar, en un intento de parecerse en algo a la de la capital de provincia, propósito que en una buena parte se ha conseguido. Por cuanto a fervor religioso el cambio, si es que lo hubiese habido, no ha rayado a tanta altura. Olivares es un pueblo que siempre fue respetuoso con todo lo que merece ser respetado, y vivió estos días con el respeto debido; pienso que con mejor voluntad que sentido religioso. El laicismo en moda, que intenta corroer hasta lo más sagrado de nuestras vidas y de nuestras tradiciones con el solo propósito de acabar con ellas, es posible que se nos pretenda colar por cualquier resquicio sin aportar a cambio nada mejor. Sería una pena; pues para creyentes y no creyentes la Semana Santa ofrece, cuando menos, la satisfacción de reencontrarse con tus gentes, con los que siempre te sientes a gusto, en un ambiente entrañable y familiar que nos invita a ser más solidarios, a alimentar la amistad, a ser mejores.
En la imagen, un aspecto de la parada en el Calvario de la procesión del Vía Crucis durante la mañana del Viernes Santo.
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