lunes, 27 de abril de 2009

LOS MAYOS



Estamos terminando el mes de abril, y ha llegado el momento de hacer referencia a una de las tradiciones más gratas y de mayor peso costumbrista que hubo en nuestro pueblo. Quiero hacer, con ésta y con las dos o tres siguientes páginas, mi pequeño homenaje a “Los Mayos”, transcribiendo las primeras estrofas de cada modalidad, comenzando por los Mayos de la Virgen. En mi libro Olivares de Júcar aparecen las versiones íntegras de todas ellas.

Los Mayos -largo romance de amor, popular en tantos lugares de la Castilla y del antiguo reino de Aragón- los cantaban los quintos del pueblo en la noche del 30 de abril, y “las Músicas” dos noches más tarde. Era costumbre comenzar los Mayos cantando a la Virgen en la puerta de la iglesia. Luego, los quintos se distri­buían en dos grupos y recorrían todas las casas del pueblo cantan­do a las mozas; también a las niñas, pensando en la propina que habrían de recibir por parte de la madre después, y que debían justificar previamente cantando en la noche de mayos.
Por lo general los quintos no eran mal recibidos. Muy pocos solían asomarse a la ventana para saludarlos o decirles alguna cosa. En ocasiones muy excepcionales se les invitaba a un trago de vino o, por el contrario, se les arrojaba un cubo de agua (esto último era lo menos frecuente, pero algún caso se dio). Las muchachas permanecían en vela toda la noche, atentas para escuchar el nombre del "galán" que le echaban por mayo.
El canto se acompañaba con almireces, con raspones acompasa­dos en el vidrio de las botellas de anís, y, cuando ello era posible, con el acordeón, que era el instrumento encargado de hacer los acordes y las variaciones oportunas entre copla y copla.
Cuidando al máximo la fidelidad al texto autóctono, transcri­bo a continuación la letra íntegra de los Mayos -por lo menos los que a mi quinta nos tocó cantar-, de las Músicas y de los Sacra­mentos, que durante tantos años, y siglos quizás, sonaron en su día por las calles y plazuelas de nuestro pueblo:


MAYOS DE LA VIRGEN

Gracias a Dios que llegamos
a cantar aquí a esta puerta,
al templo donde está Dios
lo que llamamos la Iglesia.

Para poder principiar
y dar fin a mis flaquezas,
pedir el sagrado auxilio
a la Celestial Princesa.

A quien humilde y devoto
mi santo ingenio dedico,
a la más Divina Aurora
Madre del Verbo Divino.

Para que pueda pintar
aquella purisma y santa,
que es María concebida
y San José Patriarca

Sacramento, Sacramento,
de la gloria dulce prenda,
sea por siempre alabado
en los cielos y en la tierra.

Sacramento, Sacramento,
Sacramento del Altar,
sea por siempre alabado
sin pecado original

Aquella paloma blanca
que junto al sol tiene el nido,
es el Espíritu Santo
del parapeto divino.

Es la paloma divina
la que nunca cayó en falta,
para subir a su nido
su dulce vuelo levanta.

Es la paloma la Virgen
María llena de gracia,
que subió a reinar al cielo
de virtudes coronada.

Es la Aurora Soberana
de las cortes celestiales,
los ángeles la veneran
por Esposa, Hija y Madre.

La que en el pobre pesebre
parió sin tener pañales
para envolver a su Hijo,
Majestad de Majestades.

Oh, dulce Virgen María,
madre de la tierra y cielo,
y los hombres en el mundo
honran tu poder inmenso.

En fin, Virgen Soberana,
Ave fiel y Sol perfecto,
luna que nunca menguaste,
hermosísimo lucero.

Madre de Dios Soberano,
alumbra mi entendimiento
y gobierna mi memoria
y purifica mi aliento.

Para que con vuestro auxilio
me determine sin riesgo,
a cantaros vuestro mayo
a las puertas de este templo.

Oh, dulce Virgen María,
Madre de la tierra y cielo,
a los que alaban a Dios
poned el remedio eterno.

La que mereció tener
en sus divinas entrañas
al Hijo de Dios Eterno,
Segunda Persona y santa.

La que del fuego infernal
a todo el mundo libraste,
a todos cuantos nacimos
la que más gloria alcanzaste.

La que parísteis a Dios
sin quedaros corrompida,
en el parto virginal
la que nos diste la Vida.

Alta Reina Soberana,
Madre de la tierra y cielo,
a San José Patriarca
por vuestro mayo lo echo.

Aquel galán que en el mundo
fue escogido Padre Eterno,
que le floreció la vara
estando dentro del templo.

Y si estas letras compuse
fue por entrar en tu templo,
y también en tu capilla,
un rato me estuve atento.

Allí contemplé humillado
mis ternuras y lamentos,
del amor ardiente y puro
adiós Reina de los Cielos.

Y para no estar ocioso
su oficio fue carpintero,
se dedicó a trabajar
para poder mantenerlo.

Si en esta vida tuviste
oficio de carpintero,
con que mantener pudiste
a Jesús, Manso Cordero.

Sin perder cruz ni trabajo
Jesucristo entró en los cielos
¿Cómo podremos nosotros
entrar en el reino eterno?

Si rendidos lo imitamos
y lloramos nuestras guerras,
conseguiremos la gracia
y después la gloria eterna.

San José fue el escogido
para esposo de María,
por eso digamos todos:
¡Viva la vara florida!

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