sábado, 8 de noviembre de 2008

REQUIEM POR NUESTRAS FUENTES


REQUIEM POR NUESTRAS FUENTES

Gracias a ellas la vida fue posible en nuestro pueblo durante toda su historia. A las fuentes naturales me refiero. Olivares has sido un pueblo tocado por la fortuna en cuanto a fuentes se refiere. En cierta ocasión, me regaló Julián Domínguez (el cartero, q.e.p.d.) una lista de las fuentes de nuestro término, reconocidas y con nombre propio, muy próxima al medio centenar. El exceso de papeles que hay en las casa, los traslados, y esa serie de inconvenientes que siempre nos vemos obligados a salvar, me han llevado a perder tan deseado documento.
Muchas de las fuentes del término ya no existen, casi seguro por la escasez de lluvias y de nieves durante los últimos treinta años. Y de las fuentes del pueblo, aunque tres de ellas todavía fluyen sobre sus respectivos pilones, la gente no hace caso: el Pilar, las Palomas, y el Calentejo, son las tres a las que me refiero, y que por fortuna, aunque tan solo sea a título testimonial, todavía están ahí, olvidadas; pero monumentos al fin cada una de ellas en memoria de nuestros antepasados, y también de muchos de nosotros, cuya imagen como abrevadero de caballerías permanece fija en nuestra memoria.
La fuente del Pozo fue de la que bebimos el agua, cocinaron nuestras madres, y nos lavábamos la cara por las mañanas (los medios de que se disponía no daban para mucho más) generaciones y generaciones de olivareños. Se llevaba a casa en aguaderas, a lomos de un borrico, cuatro cántaros en cada viaje. Aunque tuvimos escasez, el agua jamás nos llegó a faltar, a pesar de que andaba muy cerca de las dos mil personas la población de hecho. El Pozo, la principal de todas, es la única de nuestras fuentes que ya no existe. Para los más jóvenes, que supongo serán la mayoría de mis lectores en Internet, os diré que la fuente del Pozo se encontraba justamente debajo de la que ahora es la ermita de San Isidro; sí, eso es, al otro lado del túnel donde nos reunimos a comer la carne del toro al final de las Fiestas.
Cuando la gente de mi generación éramos pequeños y nuestra madre no mandaba con la borrica ir al pozo por una carga de agua, pedíamos a las personas mayores que nos cargasen los cántaros en las aguaderas. Son detalles tan pegados a la vida de cada uno, que vierten a los tules de la memoria cada vez que uno pasa por allí. Se podrían contar infinitas anécdotas, con el protagonismo de nuestras fuentes como escenario de hechos recordados, pero lejanos en el tiempo.
Todos los veranos procuro darme un paseo por nuestras fuentes. Están cuidadas. Se nota cómo la gente y las autoridades conservan ese mínimo de sensibilidad para hacer las cosas agradables. Las fuentes, en este tiempo nuestro en que se vive mejor, como tantas cosas más que se han ido abandonando, apenas aportan utilidad; tal vez para regar los huertos durante el verano se pueda emplear alguna de ellas; pero están ahí, cuidémoslas porque son un legado de nuestros padres y de nuestros abuelos; un referente, siempre laudable de otras maneras de vivir.
En la fotografía la Fuente de las Palomas en su estado actual.

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